jueves, julio 31, 2008

MARJANE SATRAPI: Persépolis

Creo que esta es la primera reseña de un comic que hago en este blog. Ya habréis supuesto que no soy una gran aficionada a este género, aunque de vez en cuando, gracias a las recomendaciones de algunos amigos o de mi propio hermano, quien de hecho me regaló este libro, me gusta acercarme a una literatura que es muy distinta de la que suelo leer normalmente. En el caso de este comic, considerado una especie de obra maestra del género más por su significado que por su contenido gráfico, debo admitir que me ha impactado más de lo que pensé en un principio. Emociona y despierta sensaciones en el lector, a la vez que nos acerca a una realidad, la de la historia de Irán desde 1979, que no es muy bien conocida por estos lares. No en vano Persépolis ha recibido numerosos premios en los últimos años, entre los que destacan los del Salón del Comic de Angouleme (el más importante de Europa) o, en nuestro país, el Premio de la Paz Fernando Buesa Blanco, entre otros muchos.

Para los que aún no lo conozcáis, ahí va una breve sinopsis. Se trata de la autobiografía de la propia autora, Marjane Satrapi. El punto de partida es el año 1979, cuando estalla la revolución islámica que derriba al sha, siendo Marjani aún una niña. Esta es quizás la parte más entrañable, pues contemplamos el mundo a través de los ojos infantiles de la autora, quien se siente inmersa en una aventura, la de cambiar el gobierno de su país, de la que sus padres toman parte (su familia era bastante progresista). Sien embargo, en un breve lapso de tiempo, tanto ella como su familia, pasarán de la alegría inicial por un régimen absolutista que desaparece, a la sorpresa y la indignación cuando la revolución toma un cariz radical que acaba convirtiendo al país en un estado policial e integrista, donde los derechos de las mujeres serán claramente pisoteados.

La autora también reposa el dramático enfrentamiento entre Irán e Irak (1980-1989), durante el cual sus padres deciden enviarla a continuar sus estudios a Austria, país en el que pasará no pocas penurias y vivirá sus años de adolescencia. Tras volver a Irán para estudiar Bellas Artes, periodo en el que tiene que enfrentarse a la dureza de vivir en un régimen radical islámico tras haber pasado años en Europa, Marjane decide trasladarse finalmente a Francia, siendo allí donde reside en la actualidad.

En este comic el dibujo es lo menos importante. Los adictos a este tipo de género pueden criticar ese aspecto, pero la calidad de los diálogos y el fondo de la historia suplen con fuerza esta carencia, si es que se puede considerar como tal. El libro es un legado personal de una autora que nos abre las puertas de su vida para hacernos partícipes de un retazo de historia de su país. Es evidente que Satrapi adora el Irán en el que creció, tan transformado en la actualidad. Las críticas al radicalismo integrista, a la sumisión de la mujer, y al atraso cultural que caracterizan al Irán actual impregnan todas las páginas de la novela. Se trata sin duda de una obra arriesgada y muy valiosa, que recientemente ha sido versionada en película con un gran éxito de público y crítica. Es una de mis películas pendientes para este verano.

En conclusión, una buena receta para romper con los best sellers típicos de las tardes de verano y un antídoto contra el estado de "atontamiento" en el que nos instalamos a menudo los que hemos tenido la suerte de no pasar por este tipo de experiencias. Persépolis despierta y emociona a partes iguales. Muy recomendable.

domingo, julio 27, 2008

DAVID TRUEBA: Saber perder

Esta es una historia de perdedores. De personas que tienen la suerte en contra, que tratan de escapar de una vida que no les convence, en la que no se sienten a gusto. Es también una historia de secretos, de lados oscuros, de verdades no reveladas, o reveladas a medias. Una novela que emociona al tratar de gente corriente, pero modelados de forma compleja, pues algunos de sus personajes son capaces de cosas terribles y a la vez nos dan lástima, nos infunden ternura, pues comprendemos que en ciertas circunstancias puedan haber actuado así. Son supervivientes. Pero a la vez son tan verosímiles que el lector puede sentirse identificado con ellos.

Me gusta David Trueba, en su faceta de director (La buena vida y Soldados de Salamina entre otras) y por algunas entrevistas que he tenido la oportunidad de leer. También pude verle hace un tiempo en una mesa redonda junto al desaparecido Azcona, en la cual me atrajo su cercanía y sus opiniones sobre algunos de los temas que se trataron. No obstante, este es mi primer acercamiento al David Trueba novelista, y ha sido para mí todo un descubrimiento. No pensaba que me fuera a gustar tanto este libro. Pero lo cierto es que desde que lo abrí por la primera página sólo el sueño o las obligaciones han conseguido alejarme de él.

Lo mejor de la novela es, sin duda alguna, la construcción de sus personajes. Dejadme transcribir unas palabras que Ricardo Senabre le dedicaba a este aspecto de la obra en la revista El Cultural: "Lo esencial de Saber perder es que el autor ha sabido crear un grupo de personajes que sentimos cercanos y extraer de ellos insospechados resortes psicológicos. Cada uno lleva consigo su circunstancia –dicho al modo orteguiano– que lo enriquece y le proporciona densidad. No sólo se trata de seres creibles –cuya cercanía está acentuada por la narración en presente– sino también profundos. Sus fragilidades ocultas, sus temores, sus incertidumbres, todos los rasgos que ayudan a configurarlos como seres vivos y no como simple muñecos de cartón piedra, responden a una observación minuciosa, a una insólita inventiva para retratar acertando con el detalle más caracterísitico o revelador". En efecto, el elenco de personajes de Saber perder es de lo más variado y original que he leído en mucho tiempo: una adolescente, Sylvia, que entra de forma repentina en la edad adulta y que busca su sitio en un mundo al que aún no pertenece; su padre, Lorenzo, de mediana edad, abandonado por su esposa y con un terrible secreto a sus espaldas; el abuelo, Leandro, incapaz de hacer frente a las consecuencias de su avanzada edad y deseoso de encontrar una pasión que le una al frágil mundo de los vivos; un joven futbolista argentino, Ariel, recién llegado a España, que vive un auténtico torbellino de emociones que no es capaz de encajar con la madurez suficiente... Y por detrás de ellos desfilan otros caracteres, personajes secundarios que están nítidamente dibujados, hasta el punto de que los vemos hacerse de carne y hueso y levantarse del papel. Todos juntos componen un fresco tan rico en matices que hacen olvidar al lector que se halla ante seres de ficción, confeccionados a la medida de esta historia.

Frente a la complejidad de los personajes, el estilo narrativo es sencillo, sin artificios, fácil de leer. El narrador va saltando a través de las historias que se cruzan y se separan continuamente, un recurso muy utilizado en literatura y que consigue mantener en vilo al lector al proporcionarle la acción en pequeñas dosis, cortándola donde al autor le interesa para saltar al personaje siguiente. Este es quizás el único punto débil de la novela, aunque en mi opinión no la estropea en absoluto. Por último, podemos encontrar reflejados en su trama muchos de los temas que nos preocupan, algunos más universales que otros: el despertar al sexo de los adolescentes, el entorno que rodea al fútbol, la violencia, el drama de la inmigración, el miedo ante el envejecimiento y la muerte, el fin del amor, etc.

Las primeras palabras de la novela invitan a su lectura. Juzgad por vosotros mismos: "El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse." Y termina de la misma manera, con una lección de vida sobre cómo "utilizar" el sufrimiento para crecer: "Siente una especie de dolor en el pecho, intenso pero placentero. Es como si hubiera una herida, pero una herida leve, una marca en la piel que quieres acariciar, reconocer, disfrutarla por todo lo que significa para ti. Ahora que aún está, porque es posible que, pronto, desaparezca."

Esa es la sensación que le queda al lector al acabar el libro, la de querer disfrutarlo en la mente antes de que su recuerdo se desdibuje en futuras lecturas. Aunque si os gusta tanto como a mí, es difícil que eso ocurra en mucho tiempo.

Capeando el temporal me ha mandado el siguiente enlace donde se puede ver una entrevista a David Trueba en la que habla sobre este libro: Entrevista a David Trueba
Esto es lo mejor de tener un blog, poder compartir cosas y recibir otras a cambio. Gracias a todos los que os dejáis caer por aquí y hacéis algún comentario. Es mi mayor recompensa.

miércoles, julio 23, 2008

JUAN JOSÉ MILLÁS: El mundo

Normalmente no suelo leer los premios Planeta. Hace tiempo que dejé de creer en este y otros galardones literarios. Pero no podía dejar pasar el de este año, tratándose de Millás. Y, francamente, la lectura de El mundo no decepciona. Millás arrastra al lector a un submundo situado entre la realidad y la ficción en el que el protagonista, que se llama igual que el autor y narra la historia en primera persona, rememora su infancia desde el momento presente.

Como ya viene siendo habitual en su obra, la obsesión por la identidad, o por la frágil línea que separa realidad y ficción, que se mezclan continuamente en la pluma de Millás, vuelven a aparecer de forma clara en este libro. Hasta el punto de que en algunos momentos creemos leer una verdadera autobiografía, y en otros nos damos cuenta del juego que propone el autor, confundiéndonos entre recuerdos reales y ficticios. Es difícil para el lector discernir qué es qué en esta obra. Sobre la primera de estas obsesiones, él mismo decía en una entrevista:"Yo, por ejemplo, cuando me llegan cuestiones relacionadas con obras antiguas, siempre tengo la impresión de que soy como el albacea de esas novelas, pero ya no siento que soy el autor, y en cierto modo me parece una impostura seguir cobrando los derechos, porque el que las escribió fue otro. Y es que la identidad del ser humano es sumamente frágil; tan frágil que quizá por eso necesitamos acentuarla con cosas tales como firmar un libro, tener honores o ser miembros de algún club".

A lo largo de sus páginas, Millás recorre momentos intensos que jalonan la vida de su alter ego niño: su llegada a Madrid tras dejar atrás su Valencia natal (la oscuridad y el frío frente a la luz del Mediterráneo), su amistad con un niño gravemente enfermo, su primer encuentro con la muerte (hasta el punto de creer que existía un barrio en Madrid donde sólo habitaban muertos, es uno de los pasajes más bellos del libro), su enamoramiento de una vecina a la que luego reencontraría en edad adulta, la relación con su madre, cargada de simbolismos...

La obra esconde momentos bellísimos, de esos que cuesta trabajo olvidar cuando uno ya hace tiempo que terminó la novela. Me acuerdo especialmente del que el protagonista vive en relación con el traslado de las cenizas de su padre. El genio narrativo de Millás reluce entonces con fuerza, haciendo compartir al lector momentos que bien podrían haberle sucedido en la realidad, pues tal es el verismo con el que los relata.

El libro se divide en cuatro partes, relacionadas con cuatro "bloques" de recuerdos que han marcado al narrador: el frío, la calle, tú no eres interesante para mí (una frase que escuchada en la boca de la persona amada puede infligir un daño terrible, pues denota un gran desprecio), y la academia. Con respecto al frío, nada mejor que sus propias palabras para entender a qué se refiere Millás:

"En el principio fue el frío. El que ha tenido frío de pequeño tendrá frío el resto de su vida, porque el frío de la infancia no se va nunca. Si acaso, se enquista en las penetrales del cuerpo, desde donde se expande por todo el organismo cuando le son favorables las condiciones exteriores. Calculo que debe ser durísimo proceder de un embrión congelado."

También encontramos reflexiones sobre la naturaleza de la escritura y el sentido de la misma. Por ejemplo cuando el autor dice "sueño a veces con una escritura que me hunda y me eleve, que me enferme y me cure, que me mate y me dé la vida", o también "es consustancial al hecho de escribir sentir daño y alivio al mismo tiempo." Por otro lado, la importancia de la religión en la España de su infancia, el hecho de que impregnara cada reducto de la vida diaria, queda patente en las siguientes palabras:

"Vivíamos en un mundo en el que Dios existía hora a hora, minuto a minuto. Rezábamos al comenzar las clases, al terminarlas; nos santiguábamos al atravesar la calle; besábamos las manos de los sacerdotes; orábamos al acostarnos, al sentarnos a la mesa; al levantarnos de ella... Cada acto de nuestra vida era un sacrificio hecho a Dios, bien fuera para complacerle, bien para provocar su ira. El infierno quedaba a la vuelta de la esquina, se podía ir dando un paseo, a veces bastaba tropezar en una piedra para caer en él."

Si no os he abierto el apetito literario con estos pequeños extractos, sólo me queda animaros a perderos en el inconfundible universo de Millás. Siempre me ha gustado -hablo como lectora, claro está- que me engañen, que jueguen conmigo, que me descoloquen sobre lo que leo y creo entender, que el hilo entre fantasía y verdad sea tan fino que el propio autor pueda cruzarlo a su antojo, que el realismo mágico lo impregne todo... En definitiva, que el libro que leemos sea distinto para cada uno de nosotros, pues de eso se trata al fin y al cabo, de provocar sensaciones y despertar al lector inteligente que duerme en nuestro interior. Un libro no se termina cuando pasamos su última página. Se termina cuando el lector cree haberlo comprendido todo. Y eso no os pasará en este caso, os lo aseguro.

Otras reseñas de obras de Juan José Millás:
- El desorden de tu nombre
- Laura y Julio

domingo, julio 20, 2008

Aventura en solitario

Tras dos semanas de ausencia, el viernes regresé de Cheltenham, una ciudad situada al noroeste de Londres, muy cercana a la frontera con Gales, donde he tenido la oportunidad de pasar doce días estupendos haciendo un curso muy interesante sobre didáctica de las Ciencias Sociales en inglés, uno de los últimos proyectos de mi instituto. Lo peor, como suele ser habitual en Gran Bretaña, el tiempo. Poco sol, muchas nubes y bastante fresquito. Crazy weather.

Cheltenham es una ciudad perteneciente al condado de Gloucestershire, con una población que ronda los 110.000 habitantes. Es muy conocida por sus aguas termales y por su arquitectura victoriana, lo que la ha convertido en uno de los destinos preferidos de vacaciones de los británicos de clase social media-alta.


Desde allí pude visitar otras ciudades interesantes. Una de ellas es Bath, una antigua ciudad balneario que ha sido utilizada como tal desde época romana, pues tiene manantiales donde el agua brota a temperatura superior a los 30 grados. Bath es también muy conocida por el famoso Royal Crescent de Wood, uno de los hitos arquitectónicos del barroco inglés. Preciosa es además su abadía, de la que sólo se conserva la iglesia, con bellas bóvedas de abanico que deslumbran al visitante que entra en su interior.

Increíble fue también la visita a Tewkesbury, un pueblo con aire medieval que celebra todos los años una recreación de la batalla del mismo nombre, que fue el enfrentamiento decisivo de la Guerra de las Dos Rosas entre los Lancaster y los York. La arquitectura de la época ha sido cuidadosamente preservada, y además del citado espectáculo tuvimos oportunidad de asistir a un concierto precioso en el interior de la abadía, un lugar para dejar volar la imaginación.

Y entre otras muchas cosas, incluso tuve tiempo para acercarme a la catedral de Gloucester, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura gótica inglesa.

De esta aventura me traigo un cúmulo de cosas muy diferentes: el intercambio de ideas y experiencias con profesores de otros países, que me ha abierto la mente y espero sea el principio de una relación de colaboración fructífera en el futuro; la convivencia con una familia inglesa y con una compañera-amiga alemana, Angela, que se ha convertido en alguien muy especial; risas y buenos momentos en las largas horas del curso y las correspondientes visitas, sobre todo con los profes españoles, con los que el entendimiento ha sido total. Ha sido pues, uno de esos viajes sorpresa, que una no sabe cómo pueden salir, pues se lanza a ellos sin conocer a nadie, un poco a la aventura, pero que al final resultan ser experiencias personales muy enriquecedoras. Hacía muchos años que no viajaba sola y, como me ha sucedido otras veces, es una de las mejores maneras de abrirte a los demás y hacer tu mente más receptiva a todo lo nuevo. Vuelvo conociéndome un poquito mejor (o eso creo).

Tengo pendientes varios libros por reseñar que he leído en estas últimas semanas (bendito verano que me brinda de nuevo horas para perderme entre los libros): Persépolis de Marjane Satrapi, El mundo de Millás, y Saber perder de David Trueba. En los próximos días iré tejiendo mis impresiones sobre los mismos en este rincón.

miércoles, julio 02, 2008

SÁNDOR MÁRAI: La mujer justa

Mi primera incursión en Sándor Márai ha culminado con un sobresaliente. Y eso que me ha pillado con el fin de curso, cansada y con poco tiempo para leer. No obstante, a pesar de los obstáculos, la lectura de este libro me ha abierto una puerta a un mundo nuevo, al que sin duda alguna volveré dentro de un tiempo. Una lectura de las que dejan huella.

La historia está compuesta por tres monólogos, en boca de tres personas unidas por un triángulo amoroso. Maritka es la primera de las voces. Una mujer divorciada, perteneciente a la burguesía, que nos cuenta su experiencia matrimonial, el amor incondicional que sentía por su marido. Su empeño en retenerlo a su lado aún sabiendo que estaba enamorado de otra mujer. Su desgracia personal al perder a su único hijo. Su reconstrucción tras el divorcio, el tener que empezar una nueva vida. Todo ello narrado con la excusa de un café con una amiga a la que cuenta las vicisitudes de su vida.

La segunda voz es la del ex-marido, Péter, un burgués acomodado que dejó a su mujer por el espejismo de un enamoramiento -al menos esa es la conclusión de una servidora al terminar de leer el libro-, un hombre que ante todo se confiesa un gran amante de la soledad, en búsqueda constante de algo que ni siquiera él acierta a descifrar.

Y por último escuchamos a la tercera en discordia, Judit, la "causa" del divorcio y la segunda esposa de Péter, una criada que siempre envidió a los burgueses, y que soñaba con convertirse en uno de ellos. Este personaje es el más redondo, el más complicado, pues si bien nos muestra a veces un lado oscuro y egoísta, deslumbrada por la fortuna y el lujo en que viven los burgueses, súbitamente nos confiesa en un momento dado que cuando se casó con Péter estaba completamente enamorada de él. Judit es a la vez la representación de lo mejor y lo peor del ser humano. Es una criatura misteriosa, con una infancia desdichada que, por encima de su deseo de ser rica, quizás escondía uno más profundo de ser amada y respetada por los demás.

Cada personaje tiene su voz propia, su estilo personal. El lector parece estar con ellos compartiendo un café, sentado a su misma mesa, en una Budapest asolada por las bombas de la guerra. Ellos hablan y nos conducen a sus respectivos mundos, haciéndonos ver que una misma realidad puede ser interpretada de manera muy distinta , pues cada uno tiene su propia versión de la relación que han vivido. Todos hablan de la persona justa, aquella que nos traerá la felicidad y colmará nuestros deseos. Sin embargo, la voz más sabia en este sentido demuestra serlo la de Eritka, que nos deja unas palabras rebosantes de sabiduría:

"Un día desperté, y me incorporé en la cama y sonreí. Ya no sentía dolor. Y de golpe comprendí que la persona justa no existe. Ni en el cielo ni en la tierra ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna reúne todo lo que esperamos y deseamos. Ninguna reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices. Sólo hay personas. Y en cada una hay siempre un poco de todo, es a la vez escoria y un rayo de luz".

Reflexiones como esta abundan en la novela. La prosa de Márai es magistral, fluye con naturalidad y a la vez es rica en digresiones filosóficas que obligan al lector a parar y a pensar hasta qué punto comparte dichas afirmaciones. Algunas son brillantes. Dejadme incluir aquí algunas como botón de muestra:

"El burgués tiene que estar toda la vida demostrando quién es. El aristócrata ya ha demostrado quién es en el momento de nacer."

"Hasta cierto momento en nuestra vida, la soledad nos parece un castigo, nos sentimos como el niño al que dejan solo en un cuarto oscuro mientras los adultos conversan y se divierten en la habitación de al lado. Pero un día nosotros también nos hacemos adultos y descubrimos que, en la vida, la soledad, la verdadera, la elegida conscientemente, no es un castigo, ni siquiera es una forma enfermiza y resentida de aislamiento, sino el único estado digno del ser humano. Y entonces ya no es tan difícil soportarla. Es como vivir en un gran espacio donde siempre respiras aire limpio."

"Y al final tuvo que aceptar que la razón en realidad no vale nada porque los instintos son más fuertes. La cólera es más fuerte que la razón. Y cuando la cólera tiene la tecnología en sus manos le importa un pimiento la razón. Entonces, la cólera y la tecnología se lanzan juntas a un baile absurdo y salvaje".

La lectura de La mujer justa puede hacerse ardua en algunos momentos, por la ausencia de diálogos, y por las características de un monólogo que se extiende durante páginas y páginas. Pero la historia atrapa al lector, lo arrastra hacia los secretos ocultos de tres personas que sobreviven en un entorno difícil, envenenado por las convenciones sociales y asolado por una guerra que deja Budapest completamente en ruinas. Márai roza la brillantez al hablar de los puentes de Budapest en boca de Judit, la sensación de felicidad de ésta al cruzar por primera vez uno de esos puentes reconstruidos tras la guerra. Momentos como éste llenan la novela de pasajes mágicos capaces de deleitar al lector más exigente.

Si habéis llegado hasta aquí, no hace falta que os diga que no debéis dejar de leer este libro. Por todo lo expuesto y por más razones que me he dejado en el tintero, Márai es una referencia fundamental de la literatura contemporánea, y una parada obligada para conocer las consecuencias de la guerra y la ocupación comunista de la Hungría de los años cuarenta y cincuenta. Lástima que no pudiera ver con sus propios ojos el fin de ese régimen del cual escapó, pues Márai se suicidó en los Estados Unidos en 1989, poco antes de la caída del muro de Berlín.

Dentro de unos días comienza mi primera aventura del verano: un curso en Cheltenham (Reino Unido), que absorberá mi tiempo durante unos días. No sé si podré hacer alguna incursión por estos lares. Por si acaso, os deseo a todos un feliz verano y un buen descanso a los que comencéis vuestras vacaciones. En el equipaje de mano llevo, entre otros, a Millás y Trueba, una compañía estupenda para un viaje. Nos vemos a la vuelta.

domingo, junio 29, 2008

Fin de curso


Otro fin de curso más. No dejo de asombrarme de lo rápido que pasan los años, cada vez a más velocidad. Cuando era pequeña, los días se estiraban hasta el infinito. En la noche de Reyes, parecía que el alba no llegaba nunca. Durante las vacaciones de verano, daba tiempo a hacer de todo, hasta aburrirnos y desear que el curso comenzase de nuevo. En esas tardes de verano eternas, pegados al ventilador, parecía que el tiempo era un bien inagotable, no un concepto escurridizo y volátil, que es como se nos revela cuando alcanzamos la edad adulta.

Ahora el tiempo vuela, y ya mismo hará diez años desde que comencé a dar clases. Parece que fue ayer cuando entré en aquel pequeño instituto de Trebujena, con mi mochila de cuero al hombro y mi carpeta, tan novata que el conserje me confundió con una alumna -esto último me ha ocurrido después más veces, supongo que en cierto modo es un halago-. Mi primera clase fue con un curso de 4º ESO, con unos alumnos que hoy deber rondar los 24-25 años. Seguro que algunos ya han terminado sus carreras. Otros se habrán casado y tendrán hijos. Es el paso del tiempo real, tan lejos de esa visión del tiempo infantil.

Y el viernes terminó otro curso, uno muy especial para mí, aunque todos lo son en realidad. Sin embargo este año veo marchar, envuelta en una mezcla de tristeza y orgullo, hombres y mujeres que han sido alumnos durante dos y tres años, algunos convertidos en amigos, con quienes espero seguir manteniendo contacto en el futuro (esto siempre es difícil al final, la mayoría se quedan en el camino). Y, junto a ellos, también se marchan compañeros que se han hecho un hueco dentro de mí y que quedarán allí para siempre, agarrados con sus sonrisas, su manera de trabajar, su amistad sin fisuras y los buenos momentos compartidos.

La parte positiva es que este fin de semana comienzan mis vacaciones. No obstante, la melancolía habitual de los finales de curso es más intensa esta vez. Algo se acaba, comienza una nueva etapa en mi vida y en mi centro de trabajo, pues ha habido otros cambios en el instituto que pueden traer consecuencias importantes. Ya veremos cómo marcha todo.

Esta semana ha sido intensa en emociones. Las lágrimas y los sentimientos han estado a flor de piel. Ahora toca descansar y mirar hacia delante. Vendrán nuevos alumnos y nuevos compañeros, y volveremos a vivir momentos increíbles junto a ellos. Esto es lo maravilloso y lo más triste de nuestro trabajo. Cerramos una puerta y abrimos otra. Y aunque lo que dejamos atrás nos apena, lo que tenemos por delante pronto vuelve a emocionarnos. De no ser así, no podríamos dedicarnos a esto.

Adiós, curso 2007-2008.

miércoles, junio 11, 2008

Más difícil todavía













Si ya escribir es una tarea harto complicada, y que merece toda mi admiración -siempre que hablemos de buena literatura, claro está- hacerlo en otra lengua distinta a la materna me parece algo extremadamente difícil. A una servidora le encantan los idiomas, y de hecho no se le dan nada mal, pero de ahí a utilizar otra lengua como instrumento de trabajo a la hora de ponerse delante de la hoja en blanco (o la pantalla del ordenador) y dominar dicha herramienta con mayor brillantez y soltura que muchos escritores nativos, eso se me antoja casi imposible.

Hay casos que nos demuestran que estas rarezas también ocurren en la historia de la literatura. Nabokov es un ejemplo de ello. El autor de la inolvidable Lolita era trilingüe desde la infancia. Al parecer la culpable de que dominara con cierta soltura el inglés -idioma en el que acabaría escribiendo sus obras maestras- por encima del ruso, su lengua materna, fue su ama de llaves, que le enseñó a leer y escribir en ese idioma.

Podemos pensar que Nabokov jugaba con cierta ventaja, pues dominaba los rudimentos del idioma anglosajón desde pequeño. Bien distinto es el caso de Joseph Conrad, cuyo verdadero nombre era Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más acorde con su origen polaco. Este autor tenía como segunda lengua el francés, aunque nunca lo utilizó como herramienta para su trabajo de escritor. Por el contrario, se inclinó también por el inglés, con el que creó una prosa sonora y vibrante que no ha dejado de despertar elogios de los críticos más escépticos.

Podrían citarse más casos, como el del búlgaro Elias Canetti, que aprendió alemán durante su adolescencia y escogió este idioma para escribir sus obras más importantes, o el irlandés Samuel Beckett, que se instaló en Francia para quedarse allí de forma definitiva y adoptó enseguida el francés como vehículo de expresión literaria.

Si ya sentía admiración por algunos de estos escritores, ahora reconozco aún más la dificultad de su trabajo. Dejar de lado tu lengua madre, la que utilizas normalmente para comunicarte, la que nos hace sentirnos cómodos, para escribir frases enteras y páginas de buena literatura en otro idioma, es ciertamente una tarea de titanes. Ante esto, una no puede sino quitarse el sombrero y exclamar ¡Chapeau! Una lección de esfuerzo y de superación personal de la que todos podemos (y debemos) aprender.


De arriba abajo: Samuel Beckett, Joseph Conrad, Elias Canetti y Vladimir Nabokov.

sábado, mayo 31, 2008

MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo

La elegancia del erizo es un libro extraño. No deja indiferente, y a ratos me ha llegado a sorprender, aunque la sensación general después de leerlo es de cierta desilusión. Antes de hacer esta reseña he estado echando un vistazo por Internet y he encontrado tanto enamorados incondicionales de la obra como críticos muy severos con ella. Supongo que yo me situaría más bien en un punto intermedio, quizás más cerca de las opiniones desfavorables.

Renée es la portera de un inmueble parisino de alcurnia, que entre escobas y macetas esconde un secreto más que original: es una autodidacta a la que le entusiasma Tolstoi, la filosofía, y las películas del japonés Ozu entre otras "rarezas" tan poco comunes en las personas de su profesión. El ideal de vida de Renée es pasar más o menos desapercibida y que ningún vecino curioso sospeche lo que hay debajo de su atuendo de simple portera. En cierto modo es feliz con sus lecturas, sus películas y su gato, León (efectivamente, como el nombre de pila de Tolstoi). Una de las sirvientas del inmueble, Manuela, es su mejor amiga y confidente. Su círculo social es pues, más que reducido.

Por otro lado tenemos a una joven adolescente, Paloma, que constituye la segunda voz narrativa de la historia. De hecho los capítulos de ambas protagonistas se van alternando, todos ellos en primera persona, para contarnos las vicisitudes de dos mujeres de edades y clases sociales muy distintas, pero que sin embargo coinciden en aficiones e ideas. Paloma tiene aspiraciones suicidas (sabemos desde el primer capítulo que planea poner fin a su vida pronto), y escribe un curioso Diario del movimiento del mundo donde intenta buscar el sentido de la vida dando cuenta de los momentos efímeros en que podemos llegar a tocar la felicidad. Paloma y Renée se conocerán en un momento dado y, lógicamente, pronto se harán muy buenas amigas.

Entre los personajes secundarios, además de la citada Manuela, destaca también un japonés llamado Kakuro que se instala en el edificio y que pronto descubrirá la identidad secreta de Renée, quedando admirado por el complejo mundo interior de la portera. Aunque recelosa al principio, Renée acabará dejando entrar al japonés en su restringido círculo de amistades.

La novela es sobre todo una sucesión de pensamientos filosóficos y vitales que a veces convencen, pero otras llegan a hacer su lectura un tanto farragosa. Tanto Renée como Paloma dan rienda suelta a estas ideas al tomar la voz narrativa en sus respectivos capítulos. De este modo el libro se convierte en una especie de alegato contra la rigidez y los convencionalismos sociales y a favor de la amistad (la verdadera, la que no entiende de clases sociales) y el disfrute de esos pequeños momentos de felicidad que se suceden diariamente delante de nuestras narices sin que muchas veces nos percatemos de ellos.

Ahora bien, la novela chirría en muchos aspectos. Los personajes no convencen, ni la extraordinaria madurez de Paloma, ni los miedos y recelos de Renée. No entendemos ese interés de la portera por hacerse invisible, demostrando a los demás una mediocridad a la cual no pertenece. La historia sobre su vida no nos desvela mucho en ese sentido. Aunque posee momentos de brillantez, el hilo argumental es más bien flojo, y el final queda fuera de lugar, no encaja bien con el resto de la historia. Al menos desde mi punto de vista.

En definitiva, un libro entretenido con pretensiones que no se ven satisfechas al final, y que decrece en intensidad conforme avanzamos en su lectura. Podría haber llegado mucho más lejos, pues la idea de fondo no me parece mala, pero Barbery se pierde en ensoñaciones y convierte el libro en un híbrido extraño que el lector no sabe bien cómo digerir. No obstante, no deja de ser una lectura curiosa. Ya me contaréis si os animáis a leerlo.

viernes, mayo 16, 2008

Escapada a Berlín

Nunca había estado en Alemania. Es mi primera visita a ese país, y he comenzado por la capital, Berlín, una de las ciudades más increíbles que he visitado y un enclave histórico de gran importancia. El viaje ha sido estupendo. La compañía era encantadora (Inma, Juan y Lourdes, gracias por hacer este viaje tan especial), el tiempo nos ha acompañado con un sol y unas temperaturas inusuales por esas latitudes, y el apartamento en el que nos quedábamos en el barrio de Kreuzberg era más que acogedor y bastante barato. Y si a todo eso le sumamos una ciudad con muchísimo ambiente, con tiendas originales y variadas, con museos para elegir, y con precios muy asequibles, tendremos un cóctel de sensaciones que difícilmente podré olvidar algún día.

Berlín conserva increíbles vestigios del pasado. Los edificios barrocos y neoclásicos abundan en sus calles. Quizás uno de los más espectaculares sea, aparte de la famosa Puerta de Brandenburgo, la catedral, con unas vistas desde la cúpula que es conveniente no perderse. Aunque hay que esperar una larga cola, el Reichstag cuenta también con una impresionante cúpula, en este caso de cristal, de Norman Foster, que es toda una experiencia subir mientras se contempla a través del vidrio el panorama berlinés. Por supuesto, los museos son visita obligada, aunque son demasiados para unos días y muy caros en comparación con todo lo demás. Hay pues que seleccionar. El Museo de Pérgamo esconde joyas como el Altar de Zeus y la Puerta de Ishtar. Y el Altes Museum alberga de forma temporal las colecciones de arte egipcio, entre cuyas piezas destaca el bellísimo busto de Nefertiti.

El viajero debe también pasar cerca de los restos que aún se conservan del terrible muro de Berlín, un vestigio de una Alemania dividida cuyos efectos aún se observan en el paisaje berlinés, con zonas enteras que están siendo reconstruidas y edificios de la era comunista junto a ejemplos modernos de cuasi rascacielos de cristal. Es una ciudad de contrastes, donde es imposible aburrirse y donde los precios invitan a sentarse varias veces al día a tomar un café, un helado o disfrutar de una buena comida, sin olvidar por supuesto las famosas wurst o salchichas.


Como nos lo habían recomendado, y a pesar de que nuestra estancia era más o menos corta, decidimos escaparnos un día a Potsdam, donde el parque de Sanssouci alberga un conjunto palaciego de los más grandes de Europa. Pasear por el parque y por las callejuelas de la ciudad, repletas de tiendas encantadoras, es un verdadero placer para todos los sentidos.

Y como siempre, os dejo unas cuantas fotillos, no sin antes animaros a visitar una ciudad que, afortunadamente, aún no ha sido tomada por las hordas de turistas (aunque yo misma sea una de ellas, qué le vamos a hacer) y cuyo encanto trasciende mucho más allá de lo que pueda observarse en cualquier fotografía. Eso sí, para quién no sepa alemán, los nombres de las calles a la hora de orientarse son una auténtica pesadilla. Por lo demás, la ciudad se merece un diez. Repetiremos.

viernes, mayo 02, 2008

RAYMOND CHANDLER: El largo adiós

Nunca me ha gustado demasiado la novela negra. Me siento mucho más atraída por otro tipo de literatura, aunque cuando estaba en el instituto me dio por leer a Agatha Christie y no paré hasta que me hube terminado unos cuantos de sus libros. Sin embargo, de vez en cuando me gusta adentrarme en alguna historia de misterio, de asesinatos sin resolver, de acertijos y personajes cargados de secretos. Por ello comencé hace unas semanas El largo adiós, la obra maestra de Chandler según los expertos. Y para ello he seguido el consejo de mi querido Francisco Ortiz, autor de una espléndida reseña por entregas sobre esta novela, que fue la que acabó de decidirme a volver a seguir los pasos a Philippe Marlowe, al que ya conocía por Adiós muñeca.

El largo adiós es mucho más que una novela de misterio. Es todo un retrato de la sociedad norteamericana de los años 50. La soledad y el desencanto son los sentimientos que más abundan en estas personas, sobre todo cuando Chandler nos describe a aquellos que pertenecen a la llamada "alta sociedad". Policías corruptos, matones a sueldo, millonarios capaces de cualquier cosa por tapar un escándalo, escritores alcohólicos, mujeres bellísimas pero que se encuentran enormemente solas... Los personajes de Chandler son especiales, tienen un encanto que les hace elevarse sobre los caracteres planos que abundan en muchas novelas. Y sus diálogos son magníficos, críticos y cargados de ironía hacia la sociedad que los lleva en sus labios. A medida que iba leyendo, me sorprendía una y otra vez de la agudeza del autor, de su manera de presentarnos los vicios y miserias de un tiempo donde, sorprendentemente, aún hay un lugar para valores como la amistad, el amor o la lealtad. Marlowe es un tipo duro, es difícil no imaginarse a una especie de Humphrey Bogart con gabardina y fumando un cigarro tras otro; un hombre solitario y sincero, pese a perder clientes o ganarse enemigos por ello. Pero ante todo este detective es profundamente humano, pues para él la amistad o la lealtad están por encima de muchas otras cosas. Es capaz de ver más allá de lo que los demás pueden, vislumbrando el lado bueno que casi todas las personas poseen. Es un personaje de los más logrados que he podido leer en mucho tiempo.

La ironía y el sentido del humor de Chandler alcanzan cotas muy altas en determinados pasajes de este libro. Os dejo aquí, como muestra, la descripción de un sheriff que habla por sí sola:

"Las paredes estaban llenas de fotografías de caballos y el sheriff Petersen aparecía en todas ellas. Las esquinas de su escritorio de madera tallada eran cabezas de caballo. Su tintero era una pezuña de caballo abrillantada y montada y las plumas estaban colocadas en otra igual llena de arena blanca (...) El sheriff ofrecía un buen espectáculo. Tenía un excelente perfil aguileño y, aunque empezaba ya a flaquearle un poco debajo de la barbilla, sabía cómo mantener la cabeza de forma que no se notara demasiado. Trabajaba a conciencia para que lo sacaran bien en las fotos (...) Se limitaba a conseguir que lo eligieran sin tener que esforzarse, montaba caballos blancos a la cabeza de los desfiles e interrogaba a sospechosos delante de las cámaras. Eso al menos era lo que decían los pies de las fotos. En realidad nunca interrogaba a nadie. No hubiera sabido cómo hacerlo. Se limitaba a sentarse detrás de la mesa de su despacho mirando con severidad al sospechoso y ofreciendo su perfil a la cámara. Se disparaban los flashes, los fotógrafos daban las gracias al sheriff respetuosamente y se retiraba al sospechoso, que no había llegado a abrir la boca, mientras Petersen regresaba a su rancho en el valle de San Fernando. Allí se le podía localizar siempre. Y si no se lograba entrevistarlo personalmente, siempre se podía hablar con uno de sus caballos."

En realidad, lo que menos me ha gustado de la novela es la trama en sí. Como ya mencioné más arriba, este tipo de literatura no está entre mis predilectas, de ahí que la historia no me haya acabado de enganchar (aunque en algunos momentos sí lo ha conseguido). No obstante, ha sido la forma de escribir de Chandler la que me ha entusiasmado, por su sencillez, su carga irónica y su increíble manejo de los personajes. Las descripciones son maravillosas. Los diálogos soberbios. Y algunas frases se quedan dando vueltas en la cabeza durante un buen rato después de leerlas. Un ejemplo son las palabras que el autor pone en boca de Marlowe cuando ve por primera vez a la increíble Eileen Wade: "Fue exactamente como cuando el director de una orquesta da unos golpecitos en el atril con su batuta, alza los brazos y los inmoviliza en el aire". ¿No es una comparación más que afortunada?

Aun cuando no seamos lectores asiduos de este tipo de novelas, Chandler constituye una excepción. Él fue capaz de llevar este género a cotas que hasta entonces no había alcanzado. Sus personajes salen del papel para hacerse de carne y hueso y recordarnos lo mejor y lo peor de la existencia humana. Pues al fin y al cabo es esa la vida real. La biografía de Chandler es un ejemplo de esas luces y sombras. Estuvo a punto de suicidarse tras ser despedido de una empresa acusado por acosar a las secretarias, pero años más tarde se convertiría en un gran escritor y estaría casado durante casi treinta años con la misma mujer. Así se describe él mismo: "Paso por ser un escritor insensible, pero eso no tiene sentido. Es simplemente una manera de proyectar. Personalmente soy sensible y hasta tímido. A veces soy cáustico y belicoso en extremo; otras absolutamente sentimental. No soy un ser sociable porque me aburro con mucha facilidad, y el término medio nunca me satisface, ni en la gente ni en ninguna otra cosa..." Sin duda alguna, Philippe Marlowe reúne muchos de los rasgos del hombre que lo creó.

Por supuesto os animo a todos los que aún no lo hayáis hecho a leer a Chandler. Lo disfrutaréis. Y de nuevo vuelvo a alejarme unos días de este rincón. Unas mini vacaciones que tengo que agradecer al Rocío, fiesta más que importante en la localidad en la que trabajo, me conceden la oportunidad de una rápida escapada a Berlín. Ya os contaré a la vuelta. Y no digo adiós porque, en palabras del propio Marlowe: "Decir adiós es morir un poco". Así que mejor decir hasta pronto.

domingo, abril 27, 2008

Un poco de todo

A veces me resulta increíblemente difícil actualizar el blog con cierta frecuencia. Tengo un problema grave de organización de tiempo, aunque creo que no es algo que sólo me ocurra a mí, sino que es uno de los males característicos de la sociedad del siglo XXI.

¿Qué quieres, Elena? Te apuntas a un curso tras otro (que no logras acabar porque no tienes tiempo), a clases de inglés, tienes que corregir siempre exámenes y trabajos (y llenarlos de notas con el pilot rojo), preparar clases, mantener dos blogs, hacer casi 120 km diarios de ida y vuelta, comer, hacer algo de deporte, dormir al menos 6 horas, y por supuesto hacer un mínimo de vida social y de vida en pareja. Además de las obligaciones de la casa. Y los compromisos familiares... ¿Y te extrañas de que te falte tiempo? Esa es la pregunta que me viene a la cabeza en estos momentos. Pero no puedo evitar involucrarme en más cosas de las que puedo realmente abarcar. Siempre me ha pasado y supongo que me seguirá pasando una y otra vez.

Y es que me estoy volviendo incluso una maleducada. Hace un par de semanas, Lucía me concedía un pequeño reconocimiento en su blog que hasta hoy no he podido agradecer como es debido. Se trata del premio Bloggeando con un propósito.

Cuando este blog comenzó su andadura, mi propósito más claro era compartir con más personas mis propias impresiones sobre los libros que iba leyendo. Me gustaba la idea de intercambiar opiniones que enriquecieran la visión que una lectura me había deparado. No imaginaba que, con el tiempo, este espacio se convertiría en un rincón especial donde casi todo tiene cabida, desde un relato propio, hasta un comentario sobre una obra de arte, o un escaparate de las fotografías más bellas de algunos de mis viajes. Perdidaentrelibros forma parte de mí, más de lo que pensaba. Sois muchos ya los que os aventuráis de vez en cuando por estos lares -a pesar de que, en mi condición de mujer estresada, no visito con la frecuencia que desearía vuestros espacios propios-. Algunos desde el principio, otros se han ido incorporando con el paso del tiempo. Algunos aún no tenéis un rostro preciso, o vivís muy lejos. Otros sois amigos desde hace tiempo, o compañeros de trabajo que echáis un vistazo desde la cercanía de quien se ve todos los días. Gracias a todos vosotros este blog ha crecido y ha cambiado de propósito. Porque ahora lo entiendo sobre todo como un lugar de encuentro. Un lugar donde dar rienda suelta a mis pensamientos, donde compartir emociones y experiencias, ya vengan dadas por un libro, por una película o por un viaje determinado. En ese sentido el premio no es solamente mío, sino que es compartido con todos vosotros. Porque me encanta leer vuestros comentarios, si bien muchas veces no puedo contestarlos todos, y ellos son los que le dan auténtica vida a este blog.

Espero poder colgar pronto una reseña, antes de que llegue otra de esas mágicas escapadas que, afortunadamente, me hacen evadirme de este ajetreo constante. ¡Esta vez toca Berlín!

martes, abril 15, 2008

La piedra más bella

Cuando comencé a estudiar arte, lo que más me atraía era la escultura. Sobre todo la realizada en mármol, un material que posee un encanto casi mágico y que muchos escultores han considerado el material noble por excelencia. La superficie pulida que invita a la mano a acariciarla, la fría textura que consigue dar vida a figuras como el Moisés o el David de Miguel Ángel, gracias al hálito que algunos escultores son capaces de insuflarle... son cualidades que convierten a esta piedra en la más preciada en el taller del artista.

Como es bien sabido, son muy numerosas las esculturas realizadas en mármol a lo largo de la historia. Es difícil hacer una selección, descartar unas y elegir otras, teniendo en cuenta la belleza que son capaces de captar este tipo de obras. No obstante, hay cuatro que por encima de otras me parecen un claro ejemplo de delicadeza a la hora de trabajar en este material. Todas ellas respiran y se mueven, reflejan una pasión o un sentimiento interior que nos nubla la vista. El resultado es extraordinario, capaz de emocionar hasta el límite al que contempla estas obras. Tanto que es difícil despegarse de su lado cuando uno tiene la fortuna de ver alguna de ellas con sus propios ojos. Y es inevitable preguntarse: ¿Cómo es posible? ¿Cómo alguien puede poseer este don? ¿Cómo se puede dar tanta vida a una simple piedra?


De arriba abajo: La dulce Piedad de Miguel Ángel, la metamorfosis más bella en Apolo y Dafne de Bernini, el abrazo de Eros y Psique, de Canova, y la sensualidad de El beso, de Rodin

miércoles, abril 09, 2008

HARUKI MURAKAMI: Al sur de la frontera, al oeste del sol

Hajime, un hombre felizmente casado y con dos hijas, está a punto de dejarlo todo al reencontrarse con Shimamoto, un antiguo amor de su juventud. Este hilo argumental que puede parecer tan común es la excusa de Murakami para escribir una novela hipnótica, como es su estilo, donde realidad y sueño se mezclan entretejiéndose en una red que atrapa al lector casi desde el principio.

Tenía ganas de volver a Murakami. Lo estaba deseando desde que terminé de leer Kafka en la orilla, un libro que me fascinó. Esta otra novela me sorprendió en sus primeras páginas, porque era distinta a la anterior, más convencional, con un desarrollo argumental más simple. O eso creía. Sin embargo, a medida que avanzaba en su lectura, fui quedando aprisionada por el misterio y por los lugares ocultos de la novela, hasta que me di cuenta de que me resultaba imposible dejar de leer. Cuando cerré el libro, aún seguía embrujada por las páginas que había dejado atrás.

El autor vuelve a seducirnos con su juego habitual entre realidad y sueño, confundiéndonos hasta hacernos dudar de lo que le ocurre a Hajime. En el libro subyacen varios temas: la complejidad del amor, el dolor de la ruptura, la posibilidad de amar a más de una persona a la vez, el descubrimiento del "alma gemela"...

Hajime y Shimamoto comparten el hecho de ser hijos únicos. Esa característica, que les diferencia de la mayor parte de los niños que les rodean en la escuela, les hace unirse y descubrir que en el fondo son muy parecidos en cuanto a gustos e intereses. Su pasión por la lectura o por la música entre otros -el libro trasluce la admiración del autor por el jazz especialmente- les va acercando hasta que nace el enamoramiento mutuo, del que ambos, aún muy jóvenes, no parecen ser conscientes. La amistad se convierte en amor. Sin embargo, este no llega a cristalizar, pues al comenzar la secundaria Hajime se muda a otro barrio y la relación entre ambos se va enfriando hasta que dejan de verse. No será hasta muchos años después cuando vuelvan a encontrarse, y todos los sentimientos que entonces quedaron ahogados resurgirán de nuevo con una fuerza incontrolable. Tanto que Hajime tendrá que cuestionarse su vida y su futuro.

Como es característico de Murakami, en la novela se suceden algunos acontecimientos de índole misteriosa que desconciertan al propio Hajime y, por supuesto, al lector: la aparición, antes del reencuentro entre ambos personajes, de una mujer muy parecida a Shimamoto y un hombre que le entrega un sobre de dinero a Hajime; el carácter de la propia Shimamoto, que tras la vuelta desaparece durante meses para volver de nuevo a la vida del protagonista sin previo aviso y sin dar ninguna explicación. Su extraña enfermedad. Sus secretos. Y la aparición fantasmal de un antiguo amor de Hajime, Izumi, a quien la ruptura dejó en un estado de postración absoluta, y cuya visión golpea con fuerza a nuestro hombre haciéndole cuestionarse su comportamiento por aquel entonces.

El gusto del autor por el juego realidad-ficción toma un carácter casi filosófico en el extracto siguiente, que hay que leer varias veces para intentar comprender bien:

"Hay una realidad que demuestra la verdad de un hecho. Porque nuestra memoria y nuestros sentidos son demasiado inseguros, demasiado parciales. Incluso podemos afirmar que muchas veces es imposible discernir hasta qué punto un hecho que creemos percibir es real y a partir de qué punto sólo creemos que lo es. Así que para preservar la realidad como tal, necesitamos otra realidad -una realidad colindante- que la relativice. Pero, a su vez, esta realidad colindante necesita una base para relativizarse a sí misma. Es decir, que hay otra realidad colindante que demuestra, a su vez, que esta es real. Y esta cadena se extiende indefinidamente dentro de nuestra conciencia y, en un cierto sentido, puede afirmarse que es a través de esta sucesión, a través de la conservación de esta cadena, como adquirimos conciencia de nuestra existencia misma. Pero si esta cadena, casualmente, se rompe, quedamos desconcertados. ¿La realidad está al otro lado del eslabón roto? ¿Está a este lado?"

Estamos pues ante uno de los interrogantes que se han planteado muchos filósofos y pensadores. ¿Hasta qué punto nuestra existencia es real? ¿Somos más bien un sueño o una invención? ¿Somos capaces de discernir sin posibilidad de duda la realidad de lo meramente soñado? Nos guste o no Murakami, el libro consigue atraer nuestra atención con la historia y, lo que es mejor, deja al lector la posibilidad de decidir sobre el verdadero sentido de lo que ha leído. Por eso la historia cambia de significado cada vez, lo que la hace aún más interesante si cabe.

¿He dicho ya que me encanta Murakami?

Más reseñas de obras de Haruki Murakami:
- Tokio Blues
- Kafka en la orilla

viernes, abril 04, 2008

Rostros de mujer

La mujer siempre ha sido fuente de inspiración para artistas y cineastas. Estos dos vídeos nos muestran los rostros femeninos más bellos de la historia del arte y de la pantalla. Sólo me queda invitaros a disfrutarlos...



Mala suerte


Hoy el día se ha vuelto de repente gris. Hoy la (relativa) mala suerte que ronda mi vida en los últimos meses ha vuelto a golpearme. Hoy uno de los dos gatitos que adopté hace poco ha muerto de forma imprevista. Quiero que esta mala racha me deje tranquila de una vez. Quiero respirar.

viernes, marzo 28, 2008

JOHN STEINBECK: Las uvas de la ira

Las uvas de la ira no es un libro fácil de leer. Está brillantemente escrito, y la prosa de Steinbeck llega a ser en ocasiones seca y áspera, como la historia que cuenta, pero a veces alcanza una belleza que deslumbra, sobre todo en algunas descripciones. Sin embargo, su dureza proviene de su argumento, que se torna cruel hasta llegar a emocionar. La pobreza, el hambre y la miseria conviven junto a la dignidad y los más altos valores humanos. Se trata de un libro triste, sin duda, pero al mismo tiempo es un canto a la capacidad del ser humano para luchar, y para levantarse una y otra vez. Es un alegato a la vida y a la esperanza, y con ese espíritu cierra Steinbeck su libro, con uno de los finales más inesperados que haya dado nunca la literatura.

Las uvas de la ira se enmarca en los años de la Gran Depresión posteriores a la crisis de 1929, que provocó la ruina de muchos pequeños propietarios en Estados Unidos. En ese marco se inscriben historias como la de la familia Joad, que deciden dejar las tierras de Oklahoma, maltratadas además por sucesivos años de sequía, y marchar hacia el Oeste, en pos del sueño americano que eran las tierras de California y alrededores, donde el cultivo de frutales requería de una creciente mano de obra. Es pues una historia de emigrantes, con toda la dureza que ello supone, perfectamente extrapolable además a los movimientos migratorios que suceden en la actualidad. Los Joad realizarán un difícil camino siguiendo su sueño, un camino en el que varios miembros de la familia se irán quedando atrás, bien porque mueren, o bien porque deciden abandonar al resto de su familia siguiendo sus propios caminos. Los que llegan al final se enfrentarán además con que el sueño no era tal, pues la mano de obra que ha llegado a esas tierras desborda la oferta de trabajo que hacen los cultivadores, por lo cual se verán obligados a trabajar por salarios irrisorios y a ser tratados de manera más que despectiva por los propietarios y habitantes de las doradas tierras del Oeste.

Entre los Joad hay personajes que llegan a hacerse entrañables al lector. Es el caso de la Madre, que se convierte en el eje vertebrador de su familia. Su fuerza es tal que llega a suplantar la función dominadora de su esposo, que se resigna a esta realidad aceptando que su mujer está muy por encima que él en cuanto a dotes organizativas y a capacidad de decisión. Madre (a quien el autor no da ningún nombre, para potenciar esta faceta de su personalidad), es el ejemplo a seguir para su familia. No se permite a sí misma derrumbarse en ningún momento, a pesar de las desgracias que les acontecen, pues sabe que ella es el pilar fundamental de cuantos le acompañan. Así pues, nadie debe verle débil ni cansada, puesto que de ella depende el que su familia siga manteniendo el coraje necesario para seguir adelante. En una de sus conversaciones con su hijo Tom, ella le dice:

- A veces me dejo llevar por el pánico. Simplemente pierdo el ánimo.

- Nunca te he visto perderlo.

- Por las noches, a veces, lo pierdo.

El hijo mayor, Tom, ex presidiario y de ideas muy preclaras, es otro de los personajes claves en esta historia, pues es también un modelo a seguir para los demás, sobre todo para su hermano pequeño, Al, más inclinado a los coches y a las mujeres debido a su edad adolescente. Y, aunque no sea de la familia, el reverendo Casy es también uno de esos personajes que se agarran al lector, con su discurso idealista y esperanzador, un hombre que deja su ocupación de predicador para convertirse en un líder social preocupado por los problemas que afectan a los trabajadores, y decidido a llegar hasta el final por ellos.

Alternándose con la historia de la familia Joad, el autor inserta capítulos descriptivos sobre la situación de Estados Unidos en aquella época, y el cambio profundo que estaba sufriendo el campo a causa de la rapiña de los especuladores -que estaban acabando con la vida rural tradicional- y de la mecanización creciente. En estos fragmentos es donde la maestría narrativa de Steinbeck alcanza sus cotas más altas. Como muestra os dejo los siguientes extractos:

“Cuando un caballo acaba su trabajo y se retira al granero, queda allí energía y vitalidad, aliento y calor, y los cascos se mueven entre la paja, las mandíbulas se cierran masticando el heno y los oídos y los ojos están vivos. En el granero flota el calor de la vida, la pasión y el aroma de la vida. Pero cuando el motor de un tractor se apaga, se queda tan muerto como el mineral del que está hecho. El calor le abandona igual que el calor de la vida abandona a un cadáver. Luego se cierran las puertas de hierro galvanizado y el conductor se va a casa, a la ciudad, que quizá esté a veinte millas de distancia, y no necesita volver en semanas o meses, porque el tractor está muerto. Y esto resulta fácil y eficaz. Tan fácil que el trabajo pierde interés, tan eficaz que la tierra y trabajar el campo dejan de producir emoción y desaparecen también la comprensión profunda y la relación del hombre con la tierra.”

“Cada pequeña huelga aplastada es la prueba de que se ha dado el paso. Puedes saber esto: teme el momento en que el hombre deje de sufrir y morir por un concepto, porque esta cualidad es la base de la esencia humana, esta cualidad es el hombre mismo, y lo que le diferencia en el conjunto del universo.”

Dicho todo esto (y si habéis tenido la paciencia de leer hasta aquí), no puedo dejar de recomendaros esta extraordinaria novela. Es una lección de humildad para todos los que tenemos la fortuna de vivir en el llamado primer mundo. Para ponernos en el lugar de aquellos que no han tenido esta suerte y tienen que dejarlo todo por el sueño de una vida decente, de una vida justa, donde sus necesidades vitales estén cubiertas y donde sean tratados con la dignidad y el respeto que todo ser humano se merece.

Bien por Steinbeck y bien por libros como éste. Historias que nos hacen reflexionar, y que sirven para que no nos durmamos en nuestro sueño de abundancia. Pues la mayoría de los que nos rodean aún no han alcanzado ese sueño.

lunes, marzo 24, 2008

Escapadas de Semana Santa

El cansancio físico que el viajero trae consigo cuando vuelve a casa no va acompañado de un cansancio espiritual. Más bien ocurre todo lo contrario. Los recuerdos, las imágenes, los olores y los sabores de otras tierras recargan nuestro ánimo, y nos dan fuerzas para volver a retomar las obligaciones de la vida cotidiana. Y si el destino del viaje son dos lugares tan fascinantes como París o Bilbao, la inyección de ánimo es aún mayor.

París es única. Eso lo saben tanto los que han tenido la fortuna de visitarla como los que aún sueñan con hacerlo. Pocas ciudades pueden compararse a ella en cuanto a glamour o belleza. Yo tuve la suerte de visitarla por primera vez tras la que considero una de mis mayores proezas -por el esfuerzo que me supuso y por la felicidad que me aportó-, la de aprobar las oposiciones. Fue mi particular regalo. En ese primer encuentro me enamoré de la ciudad, como era de esperar. Fruto de dicho enamoramiento fue una segunda visita años después, en la cual me pareció aún más encantadora si cabe. Et voilà, hace unos días tuve la suerte de volver a pisar sus calles, envueltas en nubes de frío y lluvia, pero ni siquiera eso arruinó la mágica sensación de estar otra vez allí.

La experiencia de viajar con alumnos de Bachillerato ha sido estupenda. Son alumnos a los que aprecio especialmente, pues a algunos les he dado clase durante dos o tres cursos. Y salvo algunas quejas por lo apretado del calendario y las largas caminatas -que no lo han sido tanto en comparación con las ocasiones en que una servidora viaja por su cuenta-, hemos pasado unos días estupendos. Me he traído de recuerdo una convivencia enriquecedora. Y además he podido descubrir sitios que aún no conocía, como el cautivador cementerio de Père Lachaise, con tumbas y mausoleos que invitan al caminante a dejarse llevar por la imaginación.

¿Y qué deciros de mi segunda escapada que no sepáis ya? Que era la primera vez que visitaba el País Vasco, que he vuelto cautivada por su belleza, y que, por supuesto, será punto de obligado retorno en los años venideros. Han sido pocos días y sólo dos ciudades, Bilbao y San Sebastián, pero he tenido tiempo suficiente para deslumbrarme con su arquitectura, el encanto de sus centros históricos, la amabilidad de sus gentes y la alta calidad de su cocina. Los famosos pintxos, muy parecidos a nuestras tapas, han sido todo un descubrimiento. En definitiva, un viaje más que embriagador para todos los sentidos. Eso sí, con muchísimo frío, como cabe esperar por esta región.



Y entre viaje y viaje conseguí terminar Las uvas de la ira. Y me emocioné con el final, uno de los más bellos que he leído. En breve, reseña.