sábado, noviembre 24, 2007

JOAN DIDION: El año del pensamiento mágico

El 30 de diciembre de 2003, Joan Didion tenía a su hija Montana muy grave en el hospital, cuando su marido John sufrió un ataque al corazón que acabó con su vida de forma fulminante. "La vida cambia en un instante. Un instante normal". Casi un año después, la autora empezó a escribir un libro sobre lo acontecido, una obra que emociona y cautiva a la vez, por su sinceridad, y su crudeza, con la dosis justa de sentimentalismo. Un libro que habla de la pérdida, y del día a día sin la persona que nos ha dejado huérfanos para siempre. Un libro sobre la supervivencia.

Desde el estado de shock inicial, convertida en una autómata durante un tiempo, Joan va desgranando las dificultades con que tuvo que enfrentarse para seguir adelante cuando apenas tenía fuerzas. Su hija seguía grave en el hospital, y por ello se convierte en el centro de atención de una madre perdida que durante mucho tiempo siguió albergando vanas esperanzas de que él volvería. "John estaba vivo, y un instante después, estaba muerto". La incapacidad para asumir un golpe tan brutal empaña las acciones de Joan en los primeros meses y semanas tras el óbito. Cuando su hija parece más o menos recuperada, una vez celebrado el funeral por el padre fallecido, Montana vuelve a caer enferma y la negra sombra ronda de nuevo el hogar de Joan. Afortunadamente, la joven saldrá airosa de este trance.

El libro termina el 31 de diciembre de 2004, un año y un día después de la muerte de John. Las palabras de Joan hablan por sí solas: "Mientras escribo esto, me doy cuenta de que no quiero terminar este relato. Ni tampoco quería terminar el año. La locura disminuye, pero la claridad no la sustituye. Busco objetivos y no encuentro ninguno".

El año del pensamiento mágico no es un manual sobre cómo superar una pérdida. Es algo mucho más valioso: un testimonio sobre la pérdida en sí, sobre la cotidianidad tras la muerte, sobre la melancolía y la desesperación. Por eso es tan extraordinario. Porque es algo que, inevitablemente, nos sucederá alguna vez a todos. Porque nos reconocemos en su historia. Porque necesitamos saber que, tras algo así, es posible la supervivencia. Es posible seguir adelante.

El dolor de las primeras páginas deja paso a una sensación de incredulidad ante lo que está pasando, que se diluye con el tiempo para convertirse en un aire de tristeza que acompaña a Joan durante mucho tiempo. No obstante, ese dolor mitigado vuelve a veces con renovada fuerza cuando uno menos se lo espera. Os dejo algunos fragmentos:

"El desconsuelo es diferente. El desconsuelo no tiene distancia. El desconsuelo llega en oleadas, en acometidas, en repentinos arrebatos que debilitan las rodillas, ciegan los ojos y borran la cotidianidad de la vida. Virtualmente, todos los que han experimentado el desconsuelo mencionan este fenómeno de las oleadas."

"Las personas que acaban de perder a alguien tienen una mirada que quizás sólo reconozcan los que han visto esa mirada en su propio rostro. Yo la he visto en mí y ahora la veo en otros. Es una mirada de extrema vulnerabilidad, desnudez y sinceridad. Es la mirada de quien sale de la consulta del oftalmólogo con las pupilas dilatadas a la radiante luz del día o la de quien suele llevar gafas y de repente le obligan a quitárselas. Las personas que han perdido a alguien parecen desnudas porque ellas mismas se creen invisibles. Yo misma me sentí invisible durante un tiempo, incorpórea."

Y, pasado un tiempo, llega la constatación de que hay que pasar página, hay que poner al muerto en su sitio para poder continuar con nuestra vida. Un momento que no deja de ser igualmente doloroso:

"Sé por qué intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos vivos para que sigan con nosotros. También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos. Dejarlos que se conviertan en la fotografía sobre la mesa. Dejarlos que sean un nombre en las cuentas fiduciarias. Soltarlos en el agua. Pero el saberlo no me hace más fácil tener que soltarlo en el agua."

Joan vivió una situación de extrema dureza, pues enfrentarse a la muerte de un ser querido cuando otro está luchando por su vida en un hospital no es muy frecuente. Sin embargo, tras leer el libro, tengo la sensación de que consiguió superar en parte lo sucedido. Por supuesto, con un vacío en el alma que le durará siempre, pero mirando adelante y volviendo a ilusionarse con las pequeñas cosas que hacen nuestra vida más llevadera. Su historia es la mejor muestra de ello.

Esta semana he pasado por un trance bastante difícil para mí. Mi gata Swara, con sólo cuatro años, cayó gravemente enferma hace unos días y murió el pasado lunes. Curiosamente, los últimos libros que he leído giran en torno al mismo tema. Sé que sólo era una mascota, pero para mí era algo muy especial. La echaré de menos, más de lo que quisiera.

viernes, noviembre 09, 2007

BANANA YOSHIMOTO: Sueño profundo

Me estoy aficionando a la literatura japonesa. Me gusta la forma de escribir de estos autores, pausada, sin prisas, con esa cadencia rítmica que los distingue frente a otros escritores. Es como si no les importara tardar más o menos tiempo en terminar el libro, o al menos esa es la impresión que nos queda al leerlos. Como si lo importante fuese el acto de escribir en sí, el ejercicio de la creación literaria, y esa serenidad impregna al lector hasta relajarle. Me ocurrió con Murakami, volví a sentirlo con Mishima, y me ha acontecido de nuevo con esta autora admiradora de las flores del banano. Leer estas novelas es a la vez un ejercicio de contemplación y de introspección a lo más profundo de uno mismo.

El tema que subyace en este libro es la muerte, referida a alguien cercano, alguien a quien queremos, que nos deja con esa inconsolable sensación de pérdida tan difícil de superar. El volumen está compuesto a su vez por tres relatos. En Sueño profundo, Terako cae en un estado de semi-somnolencia creciente tras la muerte de su mejor amiga, con la que la unía una relación más que especial. En La noche y los viajeros de la noche, Shibami recuerda a su hermano muerto, y nos hace partícipes de la obsesión de su prima Marie por el fallecido, alguien que se ha convertido en un fantasma, un recuerdo perenne en las mentes de quienes le quisieron, pero que ha dejado además su huella en un hijo desconocido por ambas mujeres. Finalmente, en Una experiencia, la autora introduce ese ambiente onírico que caracteriza en gran parte a esta literatura. Fumi-chan, una adolescente con inclinación al alcoholismo, escucha cada noche antes de dormirse una dulce melodía que la llena de felicidad, pero que sólo parece existir dentro de su cabeza. Para descifrar el origen de esta música extraña, Fumi-chan tendrá que indagar en su pasado, recordando la extraña rivalidad que mantuvo con otra mujer que estaba enamorada del mismo hombre que ella.

El estilo de Yoshimoto es sencillo en extremo. Nada de adjetivos innecesarios, pocas descripciones. En cambio, abundan los diálogos y la narración de los estados de ánimo interiores, en especial los relacionados con la melancolía. Aunque en su país de origen se le ha comparado con Murakami, no tienen mucho que ver, excepto en que ambos siguen esa línea de lirismo oriental tan presente en las letras japonesas actuales. Personalmente, creo que Murakami está muy por encima.

El tema de la muerte es tratado con una delicadeza exquisita. Los personajes de Yoshimoto se mueven entre la vigilia y el sueño, recordando personas que desaparecieron, palabras que volaron, momentos que quedaron muy atrás. Hasta que, de repente, un detalle o un acontecimiento determinado les despierta, sacándoles del letargo y devolviéndoles a la Vida, la de verdad, la que se disfruta y nos hace felices. Mientras que ese momento llega, están vivos, pero no viven. La pérdida les convierte en sonámbulos, y hace variar su percepción del tiempo. Este sigue pasando, pero su reloj se detiene o se ralentiza, nada importa excepto el propio dolor. El vacío lo devora todo, como un enorme agujero negro. Pero un día todo cambia, comienzan a respirar otra vez, a sentir el viento en la cara, a disfrutar de un sabor dulce, y el reloj vuelve a funcionar. Nos estamos recuperando.

Sueño profundo contiene, ante todo, un mensaje esperanzador. El dolor acaba mitigándose y nos deja vivir otra vez, el tiempo lo desdibuja. Podemos seguir adelante, continuar nuestras vidas más o menos donde las dejamos. Nuestro instinto de supervivencia se despierta, y nos levantamos de nuevo. Y ese es, sin duda, el mejor de los consuelos posibles cuando nos toca enfrentarnos a una situación así.