domingo, marzo 15, 2009

Divina Kate

Hace tiempo que quería dedicarle una entrada a esta maravillosa actriz. Y ahora que ya he visto sus interpretaciones en dos películas extraordinarias, Revolutionary Road y The Reader, me he dicho que ya era hora de rendirle mi pequeño homenaje. Siempre me ha gustado su forma de actuar, y ese rostro dulce que esconde una personalidad compleja pero con las ideas muy claras, como se desprende de las entrevistas que he podido leer de ella. Disfruto viéndola trabajar, me creo sus papeles, me contagia su pasión por los personajes que interpreta. Me alegró mucho que le dieran la estatuilla a la mejor actriz, aunque me gustó más en Revolutionary Road, donde comparte cartel con un impecable Leonardo Di Caprio que, no obstante, queda empequeñecido ante la fuerza de su compañera.

Revolutionary Road es de esas películas que se te agarran por dentro y no te sueltan durante semanas, porque abre heridas que prácticamente todos tenemos o podemos experimentar en algún momento de nuestras vidas. El fin del sueño juvenil, la renuncia ¿obligada? a llevar una vida distinta, a no caer en los tópicos sociales que nuestra sociedad nos inculca desde que somos pequeños. La creencia en que la nuestra será diferente, en que nosotros somos especiales, se rompe en mil pedazos en este largometraje dirigido por el que en la actualidad es su marido, Sam Mendes. No he leído la novela original de Richard Yates en la que se basa el filme, pero la historia es absorbente y desgarradora, es una tragedia anunciada en la que el espectador asiste a una caída a los infiernos de la convivencia gracias al trabajo de dos actores que bordan sus papeles. Espero poder leer el libro algún día y comprobar si esa fuerza dramática es un mérito de la versión cinematográfica o por el contrario es obra personal del propio Yates.

La película que al final le ha valido el Óscar, The Reader, comparte con la anterior características dramáticas, aunque las historias no tienen absolutamente nada que ver. En ella Winslet interpreta a uno de esos personajes redondos tan fascinantes para el mundo de la literatura o del cine. Son caracteres que nos producen rechazo, a la vez que despiertan nuestra compasión, dependiendo de lo que les veamos hacer en un momento determinado y del rumbo que acaben tomando sus vidas. La actriz vuelve a sorprendernos con una interpretación magistral, acompañada por un Ralph Fiennes que a mí me sigue resultando difícil separar de la piel del enigmático Conde Almasy.

En ambas películas Winslet interpreta a mujeres heridas por el dolor, en ambientes y circunstancias distintas, y con una carga emocional completamente diferente. Pero las dos interpretaciones son mágicas, convirtiendo en carne y hueso lo que en principio eran personajes literarios. Las adaptaciones cinematográficas de novelas no son siempre afortunadas -más bien suele suceder lo contrario- pero en este caso ambas películas han salvado con nota ese obstáculo. Y aunque dejan un regusto amargo, como todos los dramas, se disfruta de veras viendo trabajar a estos actores.

Gracias Kate.

sábado, marzo 07, 2009

REBECCA WEST: El regreso del soldado

Conocí de la existencia de esta obra gracias a una reseña aparecida en Babelia, donde se la calificaba de "Obra maestra". No había oído hablar nunca de Rebecca West, pero la primera ocasión que tuve el libro ante mis ojos no pude evitar comprarlo. Me atrajo sobremanera su sinopsis: un soldado, herido por la explosión de un obús, regresa a su casa aquejado por un extraño ataque de amnesia, que le hace perder consciencia de lo acaecido en los últimos quince años. De las dos mujeres con las que compartía su vida hasta entonces, su prima y su esposa, sólo recuerda a la primera cuando era una adolescente, mientras que no conserva ningún recuerdo de su mujer. En cambio guarda en su memoria con gran nitidez la huella su primer amor, cuando tenía 15 años, una relación que se terminó hace mucho tiempo pero que él se empeñará en revivir. Este argumento es la excusa para que Rebecca West haga un retrato magistral de las convenciones sociales de comienzos del siglo XX, donde el amor y los sueños de juventud rotos, junto a la dureza de las condiciones de vida de los soldados en la Primera Guerra Mundial, ayudan a construir una historia sólida, inquietante y extraordinariamente bella.

Las protagonistas femeninas son muy diferentes entre sí. La esposa, Kitty, es una joven preciosa, de una belleza casi deslumbrante, pero con un comportamiento distante y frío en general. No es una mujer afortunada. Ha vivido la muerte de su único hijo, y de repente tiene que hacerse a la idea de que su marido Chris, recién llegado del frente, no guarda ninguna memoria de ella, y lo que es peor, parece no sentir ninguna atracción por la que durante un tiempo fue su mujer. Su carácter egoísta o frívolo sale a relucir en varias ocasiones a lo largo del libro, a veces con una crueldad inusitada, pues le cuesta creer que su marido esté enfermo y actúa como si todo lo que está ocurriendo fuese provocado conscientemente por el pobre Chris. En cambio Jenny, la prima, se muestra mucho más comprensiva desde el primer momento, apreciándose en ella un amor sincero hacia su primo, tanto que no oculta su alegría ante el hecho de que Chris se reencuentre con su antigua amada si ello le ayuda a conseguir la felicidad. La otra figura femenina de este curioso triángulo es Margaret, una mujer que, a pesar de tener posiblemente la misma edad que Kitty, muestra en su piel y en su cuerpo los estragos de una vida más dura, pues procede de una clase social inferior, huellas que la hacen aparecer como una flor marchita al lado de la resplandeciente Kitty. Sin embargo, desde que vuelve del frente, Chris sólo tiene ojos para ella. Incluso cuando se reencuentran y él la ve quince años mayor que la última vez que se vieron, el amor que siente por ella parece hacerse incluso más fuerte. Ambos retoman un idilio que se vio interrumpido por los celos y la mala suerte, y disfrutan de esta oportunidad que la vida ha vuelto a brindarles en forma de ¿enfermedad? mental. Su prima Jenny, quien se debate entre la tristeza por la pérdida de recuerdos de su amado primo por un lado y la alegría de verle tan feliz por otro, lo describe con palabras tan hermosas como éstas:

"Sentía ciertamente un frío orgullo intelectual ante su rechazo a recordar su próspera madurez, ante su determinación a habitar el tiempo de su primer amor, porque demostraba que estaba mucho más cuerdo que el resto de nosotros, que nos tomamos la vida tal como viene, cargada de lo innecesario e irritante. Incluso estaba dispuesa a admitir que su elección de lo que era para él la realidad, al margen de todas las numerosas evidencias puestas ante él por el mundo, su hábil recuperación de la perla perdida de la belleza era la demostración de talento que siempre había esperado de él. Pero no hacía más llevadera la dolorosa exclusión de su vida de la que yo era objeto."

Jenny sabe además que mientras Chris no recupere la memoria, no podrá volver a la suciedad y el frío de la trinchera. Ello le hace profesar un extraño cariño por Margaret, que es quien le mantiene alejado de esa realidad. Sabe que en el momento en que el engaño acabe, Chris volverá a luchar y a estar en peligro. Y esa idea le hace desear que no se cure nunca.

La historia, narrada con una prosa elegante plagada de imágenes y descripciones de olores y sensaciones, plantea varios interrogantes al lector. ¿El ataque de amnesia es una forma de defensa inconsciente de Chris para alejarse de una vida que no le llenaba? ¿Hasta qué punto somos capaces de diferenciar la locura de la cordura cuando se trata de buscar la felicidad? ¿Se ama de verdad a una persona cuando no somos capaces de sacrificarnos porque ella sea feliz, aunque ello implique un gran sufrimiento para nosotros?

Sinceramente creo que esta bella y breve novela (140 páginas) que se leen de un tirón es un ejemplo de literatura con mayúsculas. Rebecca West bucea por las emociones y los fantasmas de nuestro interior con la delicadeza de una bailarina y la valentía de un acróbata. La historia aparece así ante nuestros ojos como una pieza de danza o una acrobacia que emocionan a quien lo ve. En este caso a quien lo lee. Si a ello añadimos la evocadora edición realizada por la editorial Herce, no puedo más que suscribir plenamente el calificativo de obra maestra que se le ha dado a este libro.

La escritora Rebecca West