viernes, marzo 28, 2008

JOHN STEINBECK: Las uvas de la ira

Las uvas de la ira no es un libro fácil de leer. Está brillantemente escrito, y la prosa de Steinbeck llega a ser en ocasiones seca y áspera, como la historia que cuenta, pero a veces alcanza una belleza que deslumbra, sobre todo en algunas descripciones. Sin embargo, su dureza proviene de su argumento, que se torna cruel hasta llegar a emocionar. La pobreza, el hambre y la miseria conviven junto a la dignidad y los más altos valores humanos. Se trata de un libro triste, sin duda, pero al mismo tiempo es un canto a la capacidad del ser humano para luchar, y para levantarse una y otra vez. Es un alegato a la vida y a la esperanza, y con ese espíritu cierra Steinbeck su libro, con uno de los finales más inesperados que haya dado nunca la literatura.

Las uvas de la ira se enmarca en los años de la Gran Depresión posteriores a la crisis de 1929, que provocó la ruina de muchos pequeños propietarios en Estados Unidos. En ese marco se inscriben historias como la de la familia Joad, que deciden dejar las tierras de Oklahoma, maltratadas además por sucesivos años de sequía, y marchar hacia el Oeste, en pos del sueño americano que eran las tierras de California y alrededores, donde el cultivo de frutales requería de una creciente mano de obra. Es pues una historia de emigrantes, con toda la dureza que ello supone, perfectamente extrapolable además a los movimientos migratorios que suceden en la actualidad. Los Joad realizarán un difícil camino siguiendo su sueño, un camino en el que varios miembros de la familia se irán quedando atrás, bien porque mueren, o bien porque deciden abandonar al resto de su familia siguiendo sus propios caminos. Los que llegan al final se enfrentarán además con que el sueño no era tal, pues la mano de obra que ha llegado a esas tierras desborda la oferta de trabajo que hacen los cultivadores, por lo cual se verán obligados a trabajar por salarios irrisorios y a ser tratados de manera más que despectiva por los propietarios y habitantes de las doradas tierras del Oeste.

Entre los Joad hay personajes que llegan a hacerse entrañables al lector. Es el caso de la Madre, que se convierte en el eje vertebrador de su familia. Su fuerza es tal que llega a suplantar la función dominadora de su esposo, que se resigna a esta realidad aceptando que su mujer está muy por encima que él en cuanto a dotes organizativas y a capacidad de decisión. Madre (a quien el autor no da ningún nombre, para potenciar esta faceta de su personalidad), es el ejemplo a seguir para su familia. No se permite a sí misma derrumbarse en ningún momento, a pesar de las desgracias que les acontecen, pues sabe que ella es el pilar fundamental de cuantos le acompañan. Así pues, nadie debe verle débil ni cansada, puesto que de ella depende el que su familia siga manteniendo el coraje necesario para seguir adelante. En una de sus conversaciones con su hijo Tom, ella le dice:

- A veces me dejo llevar por el pánico. Simplemente pierdo el ánimo.

- Nunca te he visto perderlo.

- Por las noches, a veces, lo pierdo.

El hijo mayor, Tom, ex presidiario y de ideas muy preclaras, es otro de los personajes claves en esta historia, pues es también un modelo a seguir para los demás, sobre todo para su hermano pequeño, Al, más inclinado a los coches y a las mujeres debido a su edad adolescente. Y, aunque no sea de la familia, el reverendo Casy es también uno de esos personajes que se agarran al lector, con su discurso idealista y esperanzador, un hombre que deja su ocupación de predicador para convertirse en un líder social preocupado por los problemas que afectan a los trabajadores, y decidido a llegar hasta el final por ellos.

Alternándose con la historia de la familia Joad, el autor inserta capítulos descriptivos sobre la situación de Estados Unidos en aquella época, y el cambio profundo que estaba sufriendo el campo a causa de la rapiña de los especuladores -que estaban acabando con la vida rural tradicional- y de la mecanización creciente. En estos fragmentos es donde la maestría narrativa de Steinbeck alcanza sus cotas más altas. Como muestra os dejo los siguientes extractos:

“Cuando un caballo acaba su trabajo y se retira al granero, queda allí energía y vitalidad, aliento y calor, y los cascos se mueven entre la paja, las mandíbulas se cierran masticando el heno y los oídos y los ojos están vivos. En el granero flota el calor de la vida, la pasión y el aroma de la vida. Pero cuando el motor de un tractor se apaga, se queda tan muerto como el mineral del que está hecho. El calor le abandona igual que el calor de la vida abandona a un cadáver. Luego se cierran las puertas de hierro galvanizado y el conductor se va a casa, a la ciudad, que quizá esté a veinte millas de distancia, y no necesita volver en semanas o meses, porque el tractor está muerto. Y esto resulta fácil y eficaz. Tan fácil que el trabajo pierde interés, tan eficaz que la tierra y trabajar el campo dejan de producir emoción y desaparecen también la comprensión profunda y la relación del hombre con la tierra.”

“Cada pequeña huelga aplastada es la prueba de que se ha dado el paso. Puedes saber esto: teme el momento en que el hombre deje de sufrir y morir por un concepto, porque esta cualidad es la base de la esencia humana, esta cualidad es el hombre mismo, y lo que le diferencia en el conjunto del universo.”

Dicho todo esto (y si habéis tenido la paciencia de leer hasta aquí), no puedo dejar de recomendaros esta extraordinaria novela. Es una lección de humildad para todos los que tenemos la fortuna de vivir en el llamado primer mundo. Para ponernos en el lugar de aquellos que no han tenido esta suerte y tienen que dejarlo todo por el sueño de una vida decente, de una vida justa, donde sus necesidades vitales estén cubiertas y donde sean tratados con la dignidad y el respeto que todo ser humano se merece.

Bien por Steinbeck y bien por libros como éste. Historias que nos hacen reflexionar, y que sirven para que no nos durmamos en nuestro sueño de abundancia. Pues la mayoría de los que nos rodean aún no han alcanzado ese sueño.

lunes, marzo 24, 2008

Escapadas de Semana Santa

El cansancio físico que el viajero trae consigo cuando vuelve a casa no va acompañado de un cansancio espiritual. Más bien ocurre todo lo contrario. Los recuerdos, las imágenes, los olores y los sabores de otras tierras recargan nuestro ánimo, y nos dan fuerzas para volver a retomar las obligaciones de la vida cotidiana. Y si el destino del viaje son dos lugares tan fascinantes como París o Bilbao, la inyección de ánimo es aún mayor.

París es única. Eso lo saben tanto los que han tenido la fortuna de visitarla como los que aún sueñan con hacerlo. Pocas ciudades pueden compararse a ella en cuanto a glamour o belleza. Yo tuve la suerte de visitarla por primera vez tras la que considero una de mis mayores proezas -por el esfuerzo que me supuso y por la felicidad que me aportó-, la de aprobar las oposiciones. Fue mi particular regalo. En ese primer encuentro me enamoré de la ciudad, como era de esperar. Fruto de dicho enamoramiento fue una segunda visita años después, en la cual me pareció aún más encantadora si cabe. Et voilà, hace unos días tuve la suerte de volver a pisar sus calles, envueltas en nubes de frío y lluvia, pero ni siquiera eso arruinó la mágica sensación de estar otra vez allí.

La experiencia de viajar con alumnos de Bachillerato ha sido estupenda. Son alumnos a los que aprecio especialmente, pues a algunos les he dado clase durante dos o tres cursos. Y salvo algunas quejas por lo apretado del calendario y las largas caminatas -que no lo han sido tanto en comparación con las ocasiones en que una servidora viaja por su cuenta-, hemos pasado unos días estupendos. Me he traído de recuerdo una convivencia enriquecedora. Y además he podido descubrir sitios que aún no conocía, como el cautivador cementerio de Père Lachaise, con tumbas y mausoleos que invitan al caminante a dejarse llevar por la imaginación.

¿Y qué deciros de mi segunda escapada que no sepáis ya? Que era la primera vez que visitaba el País Vasco, que he vuelto cautivada por su belleza, y que, por supuesto, será punto de obligado retorno en los años venideros. Han sido pocos días y sólo dos ciudades, Bilbao y San Sebastián, pero he tenido tiempo suficiente para deslumbrarme con su arquitectura, el encanto de sus centros históricos, la amabilidad de sus gentes y la alta calidad de su cocina. Los famosos pintxos, muy parecidos a nuestras tapas, han sido todo un descubrimiento. En definitiva, un viaje más que embriagador para todos los sentidos. Eso sí, con muchísimo frío, como cabe esperar por esta región.



Y entre viaje y viaje conseguí terminar Las uvas de la ira. Y me emocioné con el final, uno de los más bellos que he leído. En breve, reseña.

lunes, marzo 10, 2008

Una pausa

De nuevo las obligaciones y el placer me obligan a hacer un descanso forzoso en este rincón. La culpa la tienen las evaluaciones, un viaje a París con los alumnos de 2º de Bachillerato y una escapada propia después a una tierra que aún no conozco, el País Vasco. Con tanto ajetreo me será imposible pasarme por aquí en unas dos semanas, pero espero encontraros a todos a mi vuelta. Para entonces habré terminado uno de los libros más duros y más bellos que he leído, Las uvas de la ira, de John Steinbeck.

Mientras, y como de vez en cuando me gusta perderme también entre poesía, os dejo con unos versos de Julia Uceda. Una compañía extraordinaria para confortarnos en estos últimos coletazos de frío que el invierno se empeña en dejarnos.

RAÍCES

Si ya soy una vela estremecida
colmada por tu viento. Si has llegado
al último escalón. Si me has tomado
por la raíz más honda y más henchida.

Si yo soy ya tu colmo y tu medida
y estás dentro de mí, secreto, hallado.
Si ya sobre la frente me has soplado
para hacerme vivir, ciega y ardida,

antes de irte rompe mis raíces.
Quiero que las arranques, que las trices
al alba con tu mano firme y fuerte.

De no hincarse en tu tierra poderosa
no quiere mi raíz ninguna cosa
si no es andar y andar hacia la muerte.

Julia Uceda

Imagen: vuelvo a una de mis pintoras favoritas, Tamara de Lempicka, con su Joven con vestido verde.