viernes, mayo 18, 2007

JOSÉ SARAMAGO: Ensayo sobre la lucidez

Saramago es un autor que siempre me ha gustado, desde que me topé con el genial Ensayo sobre la ceguera, un libro que disfruté y me enganchó desde el principio. Después he ido leyendo otras de sus obras, sin llegar a alcanzar el placer literario que me proporcionó la primera: La caverna, El hombre duplicado, Todos los nombres… hasta llegar a esta última. En ocasiones es un autor difícil de leer, por ese estilo tan personal que disgusta a muchos -lo de no utilizar el punto y aparte puede ser agotador en ciertos momentos-. Y aunque el argumento del libro que nos ocupa es muy original y el principio promete, me ha costado terminarlo, por mucho que me pese reconocerlo.

La obra gira en torno a una hipótesis bastante irreal pero inquietante: ¿qué pasaría si en unas elecciones la mayor parte de los electores votasen en blanco? A partir de esa idea, Saramago traza una trama en la que la clase política no sale muy bien parada, siendo una y otra vez humillada por una población civil que es en todo momento un ejemplo de comportamiento cívico y ético. A través de una serie de personajes que, como es habitual en sus novelas, no se presentan con un nombre propio, sino que se definen por su trabajo, su estatus social o alguna característica física (el primer ministro, el comisario, la mujer del médico…), se desarrolla una historia tan dura como la vida misma. Los oscuros engranajes del poder, las artimañas políticas de unos mandatarios que no entienden la revolución pacífica protagonizada por los habitantes de su ciudad, cobran una virulencia y una crueldad que hacen reflexionar al lector una y otra vez sobre si algo así podría ser cierto en determinadas circunstancias.

El libro enlaza con el genial Ensayo sobre la ceguera mencionado anteriormente, pues la protagonista de aquel, la única mujer que consiguió escapar a la ceguera blanca, se convierte aquí en la principal sospechosa de la "acción subversiva" puesta en marcha por los votantes en blanco. El protagonista de este otro Ensayo es un comisario que, si bien comienza su periplo a las órdenes de estos impresentables políticos, acaba planteándose la legitimidad de su acción, por lo que acaba tomando partido por aquello a lo que le llevan sus propias convicciones morales.

Desde un punto de vista ético, el libro de Saramago es una sabrosa crítica de muchos comportamientos de la sociedad actual, centrando su atención en las corruptelas y entresijos de una clase política que, incluso en las democracias, anda bastante desprestigiada. Leyéndolo podemos apreciar la fina línea que separa el ejercicio de los derechos democráticos del comienzo de una dictadura, siempre y cuando se den ciertas condiciones excepcionales como las que el autor recrea en el libro. No he podido evitar comparar determinados pasajes de esta obra con la actuación de algunos políticos de la escena internacional en relación a la escalada de inseguridad y violencia que se ha producido en el mundo de los últimos años. Y lo peor es que el final del libro -que golpea como una maza al lector- no deja lugar a la esperanza. La lucha por los ideales políticos suele cobrarse un alto precio.

Esto es lo que más me ha gustado del libro, la idea de fondo y los mensajes que lanza entre sus páginas, mensajes de plena actualidad en un mundo donde la democracia, mal que nos pese, sigue sufriendo continuas crisis y desapareciendo en lugares donde parecía más o menos sólidamente implantada. Sin embargo, desde un punto de vista más literario, Ensayo sobre la lucidez resulta un tanto árido y su lectura se hace a veces ciertamente pesada. Le falta vida y fluidez narrativa. No alcanza las cotas de calidad literaria de aquel otro Ensayo que tanto me hizo disfrutar. No obstante, es un ejemplo extraordinario de la lucidez política y social que Saramago sigue conservando a sus casi 85 años. Una lucidez que le permite escribir pasajes soberbios, aunque a veces se pierdan en un mar de palabras un tanto farragoso.

lunes, mayo 07, 2007

Un mal despertar


Se despertó con la primera luz del alba clareando por la ventana. Se incorporó despacio, para no marearse. Tenía la impresión de haber dormido durante mucho tiempo, demasiado quizás. Sus piernas abandonaron el cálido refugio del edredón y las sábanas y se dirigieron obedientes hacia el suelo. "¿Dónde están mis zapatillas?" Estiró un pie hasta dar con una de ellas, y la atrapó entre sus dedos. La acercó con cuidado hasta su pareja, que se hallaba mejor situada para el paso que venía a continuación. Tocaba incorporarse, salir del letargo, "¿cuánto tiempo habré dormido?" Le confortó el tacto familiar de las babuchas.

Echó un rápido vistazo a la habitación; era la suya, sin duda. "¿Por qué demonios lo he dudado? ¿En qué habitación iba a estar si no?" Avanzó hacia la puerta cerrada con algunos titubeos, pero al llegar a ésta asió el pomo con decisión. Se quedó allí parada, esperando. "¿Abro?" Le llegó el eco de una voz que se colaba a trépano a través de la madera. "¿Eres tú, Jaime?" El sonido se deslizaba por sus oídos, inundando su mente de tibios recuerdos. Escuchaba palabras sueltas, retazos de conversación: ausencias, episodios esporádicos, empeoramiento. No comprendía bien el sentido, pero no le importó. Le bastaba con sentir la calidez de esa voz tan familiar, que le acunaba como un ronroneo. "Claro que es Jaime, lo reconocería al instante. Seguro que ha venido a verme. ¿Cuánto tiempo hace que no viene por aquí?"

Giró el pomo y la puerta se abrió silenciosa. Ahora le oía con mayor nitidez. Estaba al fondo del pasillo, sentado a la mesa de la cocina en compañía de una mujer joven, con una taza de café en la mano. Jaime se percató de la novedad de la puerta entreabierta al final del
corredor y miró a su madre con una sonrisa. Se levantó casi de un salto, y ella lo vio avanzar con esos pasos vacilantes de cuando aprendía a andar, con sus bracitos extendidos hacia su cuello, buscando su refugio. "Qué alto está, cómo ha crecido." Jaime llegó hasta su lado y la besó en la frente: "Buenos días, mamá. ¿Cómo has dormido? Julia me ha dicho que últimamente duermes de un tirón."

Ella no contestó. Sintió que los recuerdos se le escapaban entre los dedos. Se escurrían y goteaban en el suelo. Ya no eran sus zapatillas, ni su casa. Ya no era nada. Miró a su hijo y le sonrió, con esa sonrisa boba que se le ponía a veces. Una especie de velo cubrió el brillo de sus ojos, apagándolos. "¿Te gusta Julia, mamá? ¿Te cuida bien?" Ella volvió a mirarle y entreabrió los labios. Sus palabras fueron casi un susurro.

"¿Y tú quién eres?"

Imagen: HOPPER, Mujer mirando por la ventana

jueves, mayo 03, 2007

La joven de la perla


Jan Vermeer es un pintor increíble. Su manera de captar la luz, esa luz cálida que se derrama por los interiores de sus habitaciones, es sencillamente inimitable. Es difícil quedarse con una sola de sus obras, pero esta es sin duda alguna mi preferida.

El encanto y la belleza de esta misteriosa joven han inspirado incluso a la literatura y el cine. Tracy Chevalier escribió ese encantador libro llamado igual que el lienzo, donde nos adentraba en una imaginada y sugerente historia de amor casi platónico entre el pintor y la que habría sido una de sus jóvenes doncellas. Poco después Scarlett Johanson se puso en la piel de la retratada, en una película que era más una sucesión de imágenes pictóricas que un verdadero filme. La delicadeza y la cuidada ambientación de esta cinta fue alabada por multitud de críticos, y cualquiera que haya podido disfrutarla habrá caído presa de su mágico hechizo.

¿Pero qué tiene esta obra para encantarnos de ese modo? ¿Qué poder ejerce sobre nosotros la mirada de una joven de la cual nada o poco sabemos? El brillo de sus ojos, sus labios y sobre todo la deliciosa perla que porta como pendiente son prácticamente insuperables. El tocado sobre su pelo, con ese azul vivo que atrapa nuestra mirada, le añade un halo particular de misterio. Al contemplarla, podemos imaginar a un pintor cautivado por la belleza de una de sus sirvientas, a la que quizás ama y desea en silencio, viéndose obligado a esconder estos sentimientos ante la presencia omnipotente de su esposa. Casi deseamos que ese hipotético amor fuese correspondido, si es que existió realmente. Queremos creer que ambos sentirían su fuerza al mirarse a los ojos mientras ella posaba para sus pinceles. Porque el lienzo de Vermeer refleja esa adoración, y los ojos y la tímida sonrisa de nuestra joven dibujan una complicidad mágica con el maestro. Puede que nunca sepamos quién fue ni que sintió nuestra muchacha del turbante, pero el pintor le dio uno de los regalos más bellos que puedan imaginarse: la capacidad para extasiar y deslumbrar muchos siglos después de su existencia.

sábado, abril 28, 2007

Guernica, 70 años


El Guernica de Picasso es uno de esos cuadros que he aprendido a amar con el tiempo. Lo vi por primera vez cuando era muy pequeña, no recuerdo el momento exacto, pero tengo la certeza de que no me gustó en absoluto; era en blanco y negro, no tenía colores, y no entendía nada de lo que veía en él. Colgaba de la pared del salón de casa de mis tíos, y lo volvía a ver cada cierto tiempo, mirándolo siempre con extrañeza, aunque poco a poco se fue haciendo más familiar y cercano. Sin embargo habrían de pasar muchos años antes de que mi interés por Picasso, y por esa obra en particular, comenzara a despertarse.

Ocurrió en mi último año en el instituto, cuando por primera vez estudié Historia del Arte. Descubrí que tras cada obra artística se esconde una historia y un significado que hasta entonces me habían estado vedados. Para mí fue como una revelación, el comienzo de una relación de amor que ha durado hasta hoy y que sospecho será eterna. Me apasiona el arte. Y cuanto más lo estudio y lo disfruto, más arraiga en mí ese sentimiento. Fue durante aquel curso de iniciación al mundo artístico cuando comencé a amar el Guernica.

Hace poco estuve en Madrid visitando el Museo Reina Sofía y pude admirarlo por primera vez con mis propios ojos. Había un grupo de personas considerable desparramadas alrededor del lienzo, pero predominaba el silencio, un silencio respetuoso que nace de la contemplación de lo que ha llegado a convertirse en un mito. La ausencia de color acentúa el dramatismo de unas figuras que te agarran el alma y te la retuercen, de forma que una vez que has entrado en el cuadro ya no eres la misma persona. El caballo que lanza un grito tras ser herido de muerte, o la mujer que sostiene al niño muerto en sus brazos, son dos de las imágenes más dramáticas y poderosas que jamás haya visto la historia del arte. No sé cuánto tiempo estuve allí parada, examinando cada detalle, cada gesto. No quería que la magia se acabara.

Esta semana se han cumplido 70 años desde el fatídico día de aquel bombardeo, que tuvo lugar el 26 de abril de 1937. Aunque el número de víctimas no fue tan elevado como se dijo en un principio (los últimos estudios hablan de unos 150 muertos, lo que sigue constituyendo una barbaridad desde cualquier punto de vista), fue un hecho terrible que destruyó una ciudad por completo, borrándola del mapa -sólo permaneció en pie un 1% de la misma-. Al escoger este suceso como tema para su obra, Picasso dio a la ciudad y a sus víctimas una inmortalidad y un significado histórico sin precedentes. Y con ello, el genio se hizo a sí mismo inmortal.

jueves, abril 19, 2007

Duermes


Esta noche me he convertido en un halo de luz, y me he escapado por una rendija.

He llegado deslizándome por el cielo hasta tu alféizar. No ha sido fácil. La luna me confundió y temí perderme, pero al final te encontré. Estabas dormido, y te miré desde la penumbra que me rodeaba. Respirabas tan fuerte que me desdibujabas con cada soplido. Estabas soñando. ¿Conmigo quizás? Tus labios temblaron y yo me dejé caer, iluminando cada surco de tu piel. Me deslicé en tus mejillas y me hicieron cosquillas tus pestañas. Luego me oculté en el pliegue de tu nariz, salté y resbalé hacia el otro lado. Y me dormí acurrucada allí.

Me despertó algo húmedo, una lágrima. ¿Por qué lloras? Me acerqué a tus párpados cerrados y las vi. Allí estaban, nacían despacio pero firmes y seguras de sí mismas. Una tras otra, con una cadencia casi musical. Me quedé contemplándolas hasta que se agotaron y se fueron escurriendo hacia tu cuello.

Fuera amanecía. Era tarde para seguir soñándote. La luz del sol me deshacía por momentos, y me sentí morir. Pero me encaramé al alféizar y conseguí escapar antes de hacerme del todo transparente.

Y tú ni siquiera supiste que esa noche estuve allí.


Imagen: OSCAR KOKOSCHKA, La esposa del viento

miércoles, abril 11, 2007

HARUKI MURAKAMI: Kafka en la orilla

Este es sin duda el libro más extraño que he leído en los últimos años, y mi primera incursión en la narrativa japonesa. Murakami es un escritor atípico, por su capacidad para conjugar elementos oníricos y reales en una sola novela con una naturalidad fuera de lo común. El resultado es un libro tremendamente original y sorprendente, que se lee con relativa facilidad y gran deleite desde el principio, aunque algunas de las imágenes que presenta son de una considerable dureza. Al finalizar su lectura es probable que nos interroguemos acerca del verdadero sentido de esta historia, y sobre el significado de los personajes y lugares que en ella aparecen. Pero esta es quizás la mejor impresión, esa ambigüedad que nos anima a seguir divagando e imaginando mucho después de leer su última línea.

Dos son los protagonistas principales del libro, cada uno con su propia historia y un largo camino por delante que ninguno de ellos conoce. Ambos coincidirán en un momento dado en una misteriosa biblioteca situada en un recóndito lugar del sur de Japón, Takamatsu.
Kafka Tamura es un adolescente de 15 años que escapa de su casa buscando el verdadero sentido de su vida. En ese viaje trabará amistad con varios personajes, entre ellos la misteriosa y atractiva señora Saeki, o el ambiguo Hoshima. Todos tienen una función y un significado en la vida del joven. Sobre Kafka pesa además una terrible profecía, pronunciada por su padre y cuyo cumplimiento es casi una certeza.
En el otro extremo del hilo de la vida se encuentra el segundo protagonista, Nakata, un anciano discapacitado mentalmente tras un extraño suceso acontecido durante su niñez, pero poseedor en cambio de una extraordinaria habilidad: la de comunicarse con los gatos. Nakata tiene una misión que ni él mismo conoce, y cuyo sentido le va siendo desvelado a medida que se adentra en ella. En este viaje le acompañará un fiel ayudante, el camionero Hoshino, cuya vida cambiará radicalmente tras conocer al anciano; las andanzas de ambos hacen imposible no pensar en la extraña pareja de Don Quijote y Sancho Panza.
Las vidas de Kafka y Nakata están tejidas en una especie de red que las separa y las entrelaza a la vez, cruzándose en determinados momentos. Es como si se abrieran puertas entre ambos mundos. Dos personas que se necesitan pero que en ningún momento llegan a conocerse. El autor alterna los episodios referentes a cada uno de ellos y los va intercalando, consiguiendo así intensificar ese efecto de entrecruzamiento y mutua influencia.
Con Kafka en la orilla he tenido la sensación de estar degustando un plato delicioso, sin tener idea de cómo o con qué está cocinado. Misteriosos ingredientes e inquietante sabor, que crean una receta distinta, muy sugerente. Un ejercicio de meditación para la mente y el cuerpo. Eso es Murakami. Eso es Kafka en la orilla.

Más reseñas de obras de Haruki Murakami:
- Al sur de la frontera, al oeste del sol
- Tokio Blues

domingo, abril 01, 2007

Encuentro entre cine y literatura: el maestro Azcona

Esta semana se ha celebrado en Tomares, localidad cercana a Sevilla, un encuentro titulado Entre libros. Se trata de un evento cultural al que han acudido personalidades tan destacadas como David Trueba, Rafael Azcona, Iñaki Gabilondo, Almudena Grandes, Héctor Alterio o José Antonio Marina, entre muchos otros. Lástima que, en mi caso, coincidiera con la semana de evaluaciones (sesiones maratonianas por las tardes y corregir exámenes sin parar), por lo que sólo pude acudir uno de los días. Pero la experiencia fue más que positiva.

Esa tarde se reunieron en una mesa redonda el director de cine David Trueba, el guionista Rafael Azcona, el productor Antonio Pérez y otros contertulios. La conversación giró en torno al cine español, si bien tocó muchos aspectos relacionados con este tema. Azcona rememoró sus comienzos como guionista, en una España que él mismo calificó de negra y oscura. Sus recuerdos de niñez y juventud, contados con un humor y una maestría que me dejó literalmente boquiabierta, nos transportó a todos los que estábamos en la sala a ese ambiente de tristeza y opresión donde el cine era una puerta abierta a épocas más luminosas. Por si no lo conocéis, Azcona ha escrito guiones tan fundamentales en la historia de nuestro cine como El verdugo, El año de las luces, ¡Ay Carmela!, Belle Epoque o La lengua de las mariposas. Durante las casi dos horas que duró este mágico encuentro, Azcona contó anécdotas e historias para reir y para hacernos soñar. Los otros contertulios le escuchaban embelesados y bromeaban sobre la dificultad de hablar y contar algo interesante después de que lo hubiese hecho el maestro Azcona.

Por su parte David Trueba, uno de mis más admirados directores españoles, prestó atención a la supuesta crisis del cine y de las salas donde se proyecta en nuestro país, relacionándola con el deseo especulativo de muchos de los dueños de dichos locales. Hizo un análisis de la pobreza intelectual que está generando este deseo de enriquecimiento rápido que tanto predomina hoy en nuestra sociedad. Sólo es rentable lo que da dinero -concluyó- y esa realidad está arrastrando en su caída a aspectos de primer orden como la educación, el cine o la misma literatura.

Una pregunta quedó en el aire: ¿se hace cine de poca calidad porque es lo que demandan los espectadores, o es la industria del cine la que insiste en que sea así? ¿Cambiarían los gustos de los millones de personas que asisten al cine si se proyectaran películas de calidad en mayor número y durante más tiempo? ¿Quién decide lo que nos gusta o nos deja de gustar?

No sabéis lo que sentí no haber podido asistir al resto de actividades. Porque acontecimientos de esta envergadura no se dan muy a menudo en mi ciudad, y el calibre de los artistas invitados era muy alto, como habéis podido comprobar. Os dejo como postre una de las anécdotas relatadas por el maestro Azcona, como lo llamaban los contertulios. Es una versión adaptada con mis palabras, aunque espero ser lo más fiel posible al original:

"En aquella España oscura, de coches negros y curas, monjas y militares, estaba prohibido ser feliz. No podíamos pasarlo bien. Estaba mal visto. Recuerdo que en mi casa mis padres intentaban escapar de esa oscuridad a su manera. Mi padre cantaba zarzuelas mientras trabajaba, y mi madre le hacía los coros. Pero mi madre no podía divertirse sin sentirse mal. Cuando alguna vez, comiendo todos juntos, nos reíamos o hacíamos bromas, de repente ella se ponía muy seria, nos miraba a todos con expresión sombría, y nos gritaba: "¡Ya lo pagaremos!" Y así se acababa de golpe toda la diversión."
FOTOGRAFÍA SUPERIOR: De izqda a dcha: Rafael Azcona, David Trueba y Luis Alegre

martes, marzo 13, 2007

¿Por qué escribir? según Javier Cercas

En el suplemento de El País del domingo 11 de marzo (dramática fecha que nunca dejará de darnos escalofríos) me encontré con un original recopilatorio de razones para escribir ofrecido por uno de mis autores favoritos, Javier Cercas. Os lo transcribo aquí para que podáis escoger vuestras preferidas en este amplio repertorio, que mezcla humor, sinceridad e ingenio a dosis iguales. Que lo disfrutéis.

Escribo porque me encanta que me pregunten por qué escribo. Escribo porque me aburro y porque si no escribiera me aburriría muchísimo más. Escribo porque escribir no sirve absolutamente para nada y sin embargo mientras escribo tengo la absoluta seguridad de que sirve absolutamente para todo. Escribo porque absolutamente nada tiene ningún sentido y sin embargo mientras escribo absolutamente todo parece tener un sentido absoluto. Escribo para leer mejor y también para dejar de vez en cuando de leer, porque el mucho leer embota (esto último lo dijo Nietzsche, que escribía pensamientos paseados). Escribo para escribir algún día un libro paseado. Escribo porque a los ocho años leí Pimpinela escarlata y desde entonces no he hecho otra cosa que intentar plagiar esa novela. Escribo porque a los 15 años yo era un salido y un día otro salido que además era un cabrón me dijo que escribiendo se ligaba, y cuando descubrí que me había engañado ya era demasiado tarde para quitarme el vicio. Escribo porque a los 15 años yo tenía una profesora radiante: un día la interrumpí en clase al grito de que estaba buenísima y ella, que estaba explicando a Borges, me expulsó de clase y yo me impuse como penitencia la lectura de las obras completas de Borges, cosa que todavía no he terminado de hacer y que no creo que termine de hacer nunca, porque en realidad es imposible. De más está decir que escribo porque a partir de los 15 años no me ha pasado absolutamente nada que tenga algún interés. Escribo porque me pagan por escribir tonterías. Escribo porque todavía no he encontrado una forma más decente de ganarme la vida. Escribo (me explico) porque no sé hacer nada útil, ni siquiera atarme los cordones de los zapatos: si supiera curar a los enfermos, no escribiría; si supiera rematar en plancha un libre indirecto, créanme, no escribiría. Escribo porque sí y porque me da la gana, y a quien le parezca mal que me lo diga en la calle. Escribo para poder pensar (esto, creo, lo dijo Cabrera Infante). Escribo porque cuando escribo tengo la impresión acusadísima de que soy una persona inteligente y también de que todos los que me rodean son todavía más inteligentes que yo, sólo que ellos no se dan cuenta.
Escribo para que me lea mi madre, que es la única que me leía cuando no me leía nadie y la única que me leerá cuando ya nadie me lea (¡un abrazo, mamá!). Escribo para que me lean dos tipos que están muertos y dos o tres que todavía están vivos. Escribo para que me lea usted (¡sí, usted, el de la tercera fila, no se esconda!). Escribo porque escribo como Dios (esto, Dios me perdone, es mentira). Escribo porque no creo en Dios. Escribo porque en un mundo sin Dios, escribir, como reírse (pero esto lo dijo Kafka), es casi una obligación moral, o quizá metafísica. Escribo para llevar la contraria, pero todavía no he descubierto a quién. Escribo para entender cosas que sé que no hay manera humana de entender, con la esperanza de que ese esfuerzo fracasado por entenderlas sea ya una forma de entenderlas. Escribo porque la vida es una mierda, y los hombres, un hatajo de indeseables y de cobardes, pero cuando escribo salgo a la calle cantando canciones tirolesas y sintiéndome John Wayne y con ganas de abrazarme al primero que pasa y echarme a llorar de tristeza en su cuello. Escribo porque si no escribiera no tendría ni un solo motivo para respetarme, muy pocos para levantarme por la mañana y casi todos para convertirme en un peligrosísimo oligofrénico, de lo que se deduce que el Estado debería subvencionarme para que siguiera escribiendo. (No escribo, por cierto, para que me quieran más: las personas que me quieren me querrían igual si no escribiera, y las personas que no me quieren no me querrían ni aunque dejase de escribir). Escribo para joder a los que no quieren que escriba y para alegrar a los que quieren que siga escribiendo. Escribo porque, entre nosotros, escribir mola (esto, seguro, debió de decirlo alguien, probablemente un chino). Escribo por todas estas cosas y por muchísimas más. En realidad, escribo por casi todo, porque cualquier excusa es buena para escribir. A veces (Dios me perdone) he llegado incluso a escribir para hacerles creer a quienes me leen que no quiero que me pregunten nunca más por qué escribo.

http://www.elpais.com/articulo/paginas/escribir/elppor/20070311elpepspag_2/Tes

viernes, marzo 09, 2007

Mi hada

Ayer encontré un hada en mi jardín. Fue algo inesperado, pues llevo años buscándolas sin descanso, donde todos me habían dicho que se esconden, pero por más que lo intenté nunca vi aparecer ninguna. Hasta ayer.
Había visto hadas en casa de mis amigos. Muchos tenían una o varias, pequeñas y diminutas, y las cuidaban con esmero y cariño para que crecieran. A mí me hacían gracia, aunque me daba miedo tocarlas, tan frágiles me parecían. Soñaba con encontrar alguna y quedármela, para cuidarla con el mismo amor con que había visto hacerlo a mis amigos. Pero no había manera. Por más que buscaba y rebuscaba entre la hierba y en cada una de las hojas de los árboles, en mi jardín no vivía ninguna, o eso creía. Me regalaron incluso un aparato especial, un detector de hadas, para ayudarme en mi tarea. Una noche creí ver una. El detector emitió un zumbido extraño y empezó a parpadear con una luz azulada. Pero resultó ser una simple libélula. Ni rastro de un hada por allí.

Ayer la encontré al fin. La vi con mis propios ojos, aunque la confundí con una mariposa, por el color y el tamaño de sus alas. Al principio la miré con sorpresa, luego me acerqué más y el corazón me dio un vuelco. Allí estaba mi pequeña hada, mi sueño, batiendo sus alas con fuerza y escudríñándome con unos ojos cargados de preguntas. No habló. Yo tampoco. De todos es sabido que las hadas no adquieren la capacidad de hablar hasta que algún humano se lo enseña. Era diminuta, no tendría mucho tiempo de vida. Me imaginé cómo sería cuidarla y tenerla a mi lado, y me ilusioné hasta sentir las lágrimas en mis ojos. Era mi hada, y estaba en mi jardín.

Pero la ilusión duró poco. Mi hada estaba enferma, pues a las pocas horas empezó a apagarse como la llama de una vela que se queda sin cera. Primero fueron sus alas, que se volvieron grises, luego dejaron de moverse. Sus ojos se cerraron, y se hizo un ovillito en mis manos. Así la tengo aún mientras escribo estas líneas. Sigue respirando, cada vez con más dificultad, pero se está desdibujando por momentos, ya casi no la veo de lo translúcida que está. Era mi hada, mi sueño, y se está esfumando entre mis dedos. Y lo peor es que no puedo hacer nada para ayudarla. Es la Naturaleza, es la vida. Hay hadas que no sobreviven más que unas horas. Ocurre y no se puede evitar.

Dentro de poco la dejaré de ver, y dejaré de sentir su respiración entrecortada. Pero no olvidaré esa ilusión que me hizo sentir durante este breve tiempo. Ahora sé que la magia existe, y que en mi jardín me aguardan otros sueños y sorpresas. Sólo tengo que seguir buscando. Ahora sí creo en las hadas, aunque me apene tanto perder a esta. Los sueños se cumplen. Afortunadamente.

lunes, marzo 05, 2007

MARIO VARGAS LLOSA: Travesuras de la niña mala

Este libro habla sobre el amor. El amor es pues el hilo argumental de la primera novela que he leído de este autor, al que suelo seguir en la prensa, aunque políticamente me encuentre muy lejos de sus ideas. Quizás este motivo me ha llevado a un alejamiento consciente de su obra, hasta que los múltiples comentarios favorables a sus dotes como novelista me han impulsado a leer al fin alguno de sus libros. Elegí "Travesuras de la niña mala". Y me encontré con una impresionante historia de amor, un amor tan ciego y tan estúpido que conmueve al lector desde la primera página.

La historia gira en torno a dos personajes principales: Ricardo y una misteriosa mujer que cambia constantemente de nombre y que nosotros conocemos como "la chilenita". Ricardo está perdidamente enamorado de ella desde que era un niño y la conoció en Miraflores, el barrio de Perú donde ambos vivían. Sus vidas se entrecruzarán una y otra vez durante los siguientes años, en escenarios tan lejanos como París -donde transcurre la mayor parte de la novela-, Londres, Tokio o Madrid. Ricardo no conseguirá nunca quitarse de la cabeza a su adorada chilenita, una femme fatale -de ahí su apelativo de "niña mala"- que lo utiliza una y otra vez y le abandona cada vez que le apetece, para desaparecer durante años, dejando a nuestro protagonista desconsolado y repitiéndose a sí mismo que es la última vez que se deja seducir por ella. La niña mala es una mujer llena de contradicciones, pues aunque siente una gran atracción por el lujo y la riqueza, que es lo que persigue desde el comienzo de la historia, en ningún momento nos aparece como una persona feliz, excepto en los breves instantes que pasa con Ricardo, el niño bueno que la perdona una y otra vez y que corre a su encuentro olvidando su último desplante. Él es consciente en todo momento de lo absurdo de este amor, un amor que él siente como no correspondido, pero es incapaz de renunciar a ella, y no duda en sacrificar todos sus ahorros cuando es necesario para cuidarla, aún sabiendo que la niña mala no tardaría en desplegar sus alas y alzar de nuevo el vuelo muy lejos de él.

Ya al final de la novela conocemos el verdadero origen de la chilenita, que nació y se crió entre chabolas y miseria, y que ya desde pequeña soñaba con ese mundo de lujo y de excesos que a ella le quedaba tan lejos. De ahí su empeño constante en borrar sus orígenes y hacerse pasar por otras personas, cambiando constantemente de identidad, sin saber que esa pasión por la riqueza -o sabiéndolo y siendo incapaz de vencer ese apego al lujo, que podría considerarse una especie de enfermedad- le traería una gran infelicidad a lo largo de toda su vida. Es una persona que se hace daño a sí misma hasta llegar casi hasta autodestruirse, y será el propio Ricardo el que la saque de ese estado de ruina, logrando que vuelva a florecer, aunque no por mucho tiempo.

Travesuras de la niña mala es ante todo una novela sobre lo absurdo del amor, que a veces nos arrastra a historias sin sentido en el que, en lugar de crecer como personas, nos hacemos más pequeños y más débiles. Es también una novela sobre la búsqueda de la felicidad, que no siempre encontramos, y sobre la pasión y sus imprevisibles consecuencias. Ricardo se nos aparece como una especie de tonto enamorado que no sabe cómo librarse de la pasión que siente por la niña mala, pero a ratos ella también nos muestra su debilidad y su cara amable y simpática, que sin embargo se empeña en cometer los mismos errores una y otra vez, hasta anularse como persona. Y ese es el mayor logro del libro, que los personajes parezcan tan inverosímiles y tan reales a la vez. Pues el mundo está lleno de parejas así, niños o niñas buenos que se enamoran de malas personas, sin que nadie sepa aún explicar la razón de estas locuras de amor.

jueves, febrero 15, 2007

JAVIER MARÍAS: Mañana en la batalla piensa en mí

Dice Javier Marías que este libro habla, entre otras cosas, del engaño. Y dicha afirmación es cierta, pues el engaño y las mentiras centran la trama argumental de esta novela, aunque encontramos en ella otros muchos aspectos que conforman la complejidad de nuestras vidas: la infidelidad, la falta de comunicación, los requiebros de la vida, la soledad, etc. Sin embargo la ocultación de la verdad y las consecuencias que ello puede desencadenar sin que lo esperemos son el epicentro de esta obra, que nos recuerda a otras en que Marías juega con los secretos no revelados -que tiñen los corazones blancos-, y las implicaciones que a veces arrastra esa falta de sinceridad.

El comienzo es memorable, como casi todos los de este autor (al menos de los libros que he leído). Me permito incluir aquí unas líneas:

"Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros."

La historia empieza cuando el protagonista, Víctor Francés, se encuentra cenando en casa de una atractiva mujer casada cuyo marido esa noche está ausente y, después del consabido coqueteo, cuando ambos se hallan a punto de consumar el adulterio, ella muere de forma repentina entre sus brazos. La vida de Víctor cambiará entonces de forma radical. Llevará esa muerte sobre su espalda, aunque él no fuera responsable de la misma, y tratará de penetrar en el entorno de la malograda mujer, con el fin de averiguar qué pasó luego, cómo reaccionó el marido ausente, la hermana menor y el padre destrozado. Y qué fue de su hijo, el niño pequeño que fue además el único testigo de su aventura mal terminada. En este camino conoceremos a los curiosos personajes que rodean al protagonista, entre los que se encuentra una figura enigmática con claras connotaciones juancarlistas denominado el Único o el Only de Lonely.

Toda la novela está narrada en primera persona, lo que nos acerca a la interioridad de Víctor, quien, al igual que los otros protagonistas del universo de este autor, no deja de reflexionar sobre todo lo que le acontece, hasta alejarse durante varias líneas e incluso páginas de la trama argumental en que vive atrapado. Me encantan estas digresiones de Marías, pues en muchas de ellas nos topamos con pensamientos y frases que podrían ser nuestras, que compartimos por su cercanía y su rotunda certeza. Sólo que nadie como él para deslizarlas con maestría entre los surcos de la novela.

El desenlace de la historia es inesperado y en cierto modo nos golpea como un mazazo. Una conversación entre el marido viudo y Víctor desvelará un secreto y un camino que podría haber sido otro, si nuestro protagonista no hubiese callado lo que aconteció aquella noche en que una bella mujer murió entre sus brazos. Marías juega aquí con las hipótesis, esas preguntas que a veces nos formulamos empezando por un ¿Y si...? Con ello intenta mostrarnos que nuestros comportamientos y actitudes nos guían a través de una serie de encrucijadas, dejando atrás senderos sin explorar, que podrían habernos conducido a destinos bien distintos de los alcanzados en nuestro recorrido vital. Al decidir cerramos un camino y abrimos otro. De eso trata vivir al fin y al cabo, de elegir puertas y abrirlas, olvidándonos de las que se nos quedaron atrás sin siquiera mirar por el ojo de la cerradura.

Creo que los amantes de Marías disfrutarán este libro, y para los que nunca lo hayáis leído es altamente recomendable. Encontraréis en él un gran escritor, con un estilo muy personal que deja una huella profunda tras su lectura. Una huella imborrable.

Otros reseñas de Javier Marías en Perdidaentrelibros:

Corazón tan blanco

martes, febrero 06, 2007

Lo que no sucede y sucede

De nuevo las obligaciones me han mantenido apartada de este espacio -y de los vuestros- durante las últimas semanas. En ese tiempo he terminado de leer un hermoso libro de mi admirado Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí, del que pronto escribiré la reseña. Mientras tanto, os dejo un fragmento del epílogo del libro, un discurso pronunciado por el autor en Caracas en 1995, durante la ceremonia de entrega del Premio Internacional Rómulo Gallegos. En él, Marías realiza una inteligente y curiosa reflexión sobre la ficción y el arte de escribir. Veréis que no tiene desperdicio.

"Parece cierto que el hombre -quizá aún más la mujer- tiene necesidad de algunas dosis de ficción, esto es, necesita lo imaginario además de lo acaecido y real (...) Necesita conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue. Cuando se habla de la vida de un hombre o de una mujer, cuando se hace recapitulación o resumen, cuando se relata su historia o su biografía (...) se suele relatar lo que esa persona llevó a cabo y lo que le pasó efectivamente (...) Y olvidamos casi siempre que las vidas de las personas no son sólo eso: cada trayectoria se compone también de nuestras pérdidas y nuestros desperdicios, de nuestras omisiones y nuestros deseos incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse -todas menos una, a la postre-, de nuestras vacilaciones y nuestras ensoñaciones, de los proyectos frustrados y los anhelos falsos o tibios, de los miedos que nos paralizaron, de lo que abandonamos o nos abandonó a nosotros. Las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo comprobable y cuantificable y recordable como en los más incierto, indeciso y difuminado, quizá estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser. Y me atrevo a pensar que es precisamente la ficción la que nos cuenta eso, o mejor dicho, la que nos sirve de recordatorio de esa dimensión que solemos dejar de lado a la hora de relatarnos y explicarnos a nosotros mismos y nuestra vida. Y todavía es hoy la novela la forma más elaborada de la ficción, o así lo creo (...)

Saber todo esto -querer creerlo es más exacto- no resulta a veces bastante para el escritor, mientras está escribiendo. Hay momentos en los que yo levanto la vista de la máquina de escribir y me extraño del mundo del que estoy emergiendo, y me pregunto cómo, siendo adulto, puedo dedicar tantas horas y tanto esfuerzo a algo sin lo que muy bien podría pasarse el mundo, incluyéndome a mí mismo; cómo puedo ocuparme de relatar una historia que yo mismo voy averiguando a medida que la construyo, cómo puedo pasar parte de mi vida instalado en la ficción, haciendo suceder cosas que no suceden, con la extravagante y presuntuosa idea de que eso puede interesar algún día a alguien (...) Todo escritor es aún más lector, y lo será siempre: hemos leído más obras de las que nunca podremos escribir; y sabemos que ese interés, ese apasionamiento, es posible porque lo hemos experimentado centenares de veces; y que en ocasiones comprendemos mejor el mundo o a nosotros mismos a través de esas figuras fantasmales que recorren las novelas o de esas reflexiones hechas por una voz que parece no pertenecer del todo al autor ni al narrador, es decir, no del todo a nadie (...)"


Y muy pronto (espero) la reseña del libro. Je promets.

viernes, enero 12, 2007

JUAN JOSÉ MILLÁS: Laura y Julio

Me encanta Millás, aunque curiosamente este es el primer libro de él que cae en mis manos. Sigo sus artículos en la prensa con bastante interés, y no sabía si me gustaría su faceta como novelista. Ahora sé la respuesta.
Laura y Julio son una pareja anclada en la rutina habitual de un matrimonio de varios años, que de repente se ve sacudida por un acontecimiento que vendrá a turbar su aparente tranquilidad: la entrada en coma de un vecino y amigo muy próximo. Este suceso desencadena una serie de acontecimientos que cambiarán por completo la vida de ambos, si bien poco a poco descubrimos que esa rutina ya se había roto hace tiempo sin que Julio se percatase de ello.
Laura y Julio es una historia de esas que te atrapan y no te dejan escapar fácilmente. Su argumento puede parecer trivial en un principio, pero a medida que vas leyendo te das cuenta de que hay mucho más. No es simplemente la historia de una pareja que entra en crisis por la aparición de un tercero. Es un rompecabezas extraño donde cada personaje tiene su función, de la que ellos mismos no son conscientes. Aborda uno de los temas más antiguos y a la vez más apasionantes de la literatura : la suplantación de personalidad. Entrar en la vida de alguien que nos fascina y ejerce cierta atracción sobre nosotros; convertirnos en esa persona, abandonando temporalmente nuestra propio mundo. ¿Quién no ha sentido alguna vez curiosidad por saber cómo vive y cómo siente esa persona que nos intriga y nos atrae al mismo tiempo, representando en cierto modo lo que -quizás- nos habría gustado ser?
Hay algo de enfermizo en la relación que establecen los tres protagonistas del libro: la pareja formada por Julio y Laura y su misterioso vecino Manuel. El lector intuye desde el principio la verdad que a Julio se le escapa, pero el significado final de esa relación, que el propio Julio nos explica al final desde su punto de vista, sí nos sorprende, causando cierto desasiego. Lo importante de esta historia es lo que une a esos dos hombres, lo que les hace necesitarse a la vez que tienen motivos para odiarse entre sí.
A excepción de una niña con la que Julio entablará una relación muy especial, reflejo de su deseo por tener un hijo propio que parece no llegar nunca, el resto de los personajes que deambulan por esta novela no son demasiado relevantes, limitándose a enmarcar el hilo argumental centrado en el trío, o mejor aún, en el protagonista, Julio, que es sin duda la figura central de esta historia.
Me ha gustado también la manera en que Millás nos describe la cotidianidad de una vida que de repente empieza a adquirir tintes surrealistas. El relato de las rutinas y costumbres de los personajes es maravilloso, muy en la línea de algunos de los artículos y entrevistas de Millás que ya había leído con anterioridad.
En definitiva: una lectura recomendable y distinta, que a mí me ha hecho disfrutar. Espero que a vosotros también.

Otras reseñas de obras de Juan José Millás:
- El mundo
- El desorden de tu nombre

domingo, diciembre 24, 2006

GUSTAVO MARTÍN GARZO: Los amores imprudentes

Una joven parisina de padres españoles vuelve a la tierra natal de su padre, un pequeño pueblo cerca de Burgos, a indagar sobre la identidad de una mujer misteriosa con la que este mantuvo una relación mucho antes de marchar a Francia. Una vez allí, conocerá a varias personas que le ayudarán a ir recomponiendo la historia del malogrado romance, que se truncó con la extraña muerte de la bella mujer (Gloria) y la huida a Francia de su padre. Poco a poco las piezas del rompecabezas irán encajando, hasta configurar una compleja historia de amor, traiciones y lealtades con el telón de la Guerra Civil y los primeros años de la dictadura de fondo. El paisaje mágico que envuelve al pueblo, situado junto a una misteriosa laguna que oculta un terrible secreto -la muerte de Gloria y otras muchachas en sus aguas- crean un ambiente fantasmal que nos acompaña durante la lectura del libro. La historia de amor que allí se narra es de una fuerza extraordinaria, si bien hay algunos retazos de oscuridad que ensombrecen algunos aspectos de la misma, sin que el lector nunca llegue a desvelar toda la verdad que encierra este mundo de secretos.
Los amores imprudentes es la primera obra que leo de este autor, y sé que no será la última. He disfrutado mucho con la lectura de este libro, tanto por la historia en sí como por la prosa de Martín Garzo, que encuentro fascinante. Es una novela que va más allá de la historia que relata, para explorar el mundo de las pasiones, la atracción que puede sentir el ser humano por la maldad, la generosidad del amor y sus consecuencias, y la dureza que adquirió la vida para todos aquellos que vivieron represaliados en la España de la posguerra. Los personajes encierran sus propios secretos, que se nos van desvelando con lentitud, sin llegar a hacerlo nunca del todo. No llegamos a conocerles bien, pero eso es lo que más nos atrae de ellos, esa ambigüedad entre lo que muestran y lo que son en realidad.
Tengo que reconocer que me encantan los personajes redondos. Esos que nunca son ni tremendamente buenos ni terriblemente malvados, sino que por el contrario tienen caras muy distintas y son capaces de realizar acciones sorprendentes. Es difícil jugar con este tipo de personajes y que parezcan verosímiles, pues se corre el riesgo de crear seres irreales que no convencen al lector. Pero Martín Garzo sale airoso de esta prueba. Un ejemplo es el personaje de Gloria, una joven enamorada capaz de un terrible sacrificio por proteger a su amor, pero atraida a la vez por el lado más oscuro del ser humano, ejemplificado en un coronel nazi con el que mantiene una extraña relación.
La galería de personajes que Martín Garzo crea en este libro es fascinante. Otros elementos, como la existencia de una curiosa fábrica de conservas donde sólo trabajaban mujeres, y la pasión de todo el pueblo por la ópera de Wagner Lohengrin, forman un conglomerado curioso en el que la historia se desarrolla con una gran fluidez y vivacidad. Sinceramente, creo que es un libro altamente recomendable, entretenido y bien escrito a la vez, que nos transporta a un mundo mágico y misterioso en el que a veces podemos incluso sentir la humedad que desprende esa laguna omnipresente que custodia el pueblo y a sus habitantes. En definitiva, una lectura interesante para estas Navidades.

Por cierto, FELICES FIESTAS a todos los que os dejéis caer por aquí. Aunque no me gustan demasiado, supongo que nunca está de más felicitar estos días :-)

miércoles, diciembre 06, 2006

PAUL AUSTER: Brooklyn Follies

Vuelvo como un imán a uno de mis autores preferidos. Tenía ganas de leer este libro, cuya lectura me ha tenido más o menos absorta durante un par de días de forzada convalecencia. Y tengo que decir que, como suele ocurrir con Auster, me ha gustado en general, aunque debo confesar que algunos aspectos del libro chirrían un poco y no me acaban de encajar.
La historia está ambientada en Brooklyn, un barrio que tuve la fortuna de conocer este verano en un viaje fascinante que hice a Nueva York. Por ello, a medida que el protagonista recorre calles y lugares del mismo, volví a sentirme transportada allí, viendo cada rincón y cada calle dentro de mi cabeza. Ya desde antes de conocer personalmente Brooklyn me atraían mucho las novelas o las películas que tenían como marco este singular barrio. Supongo que en otra vida me habría encantado vivir allí (y de paso dedicarme a escribir, o ser artista, es lo que "pega" en un sitio así, ¿no?).
En estas "locuras de Brooklyn" Auster vuelve a jugar con personajes que, si bien parecen haber perdido el rumbo en un momento de sus vidas, ahora se encuentran y estrechan entre sí unos lazos de amistad tan fuertes que el tiempo los hará indestructibles. Es lo que sucede con el protagonista, Nathan, un jubilado que vuelve al barrio de su infancia, donde se reencuentra con su sobrino Tom, que se ha convertido en uno de esos jóvenes grises sin ilusión que tanto parecen abundar en las grandes ciudades. Ambos se ayudarán mutuamente y descubrirán que la vida aún les guarda muchas sorpresas, incluso el sueño de retirarse a vivir a un paraje encantador en un hotel imaginario que a punto está de convertirse en realidad en uno de los capítulos. Otros personajes curiosos típicos del estilo austeriano deambulan por esta novela, que no es más que un canto a las cosas bellas y a los aspectos felices de la vida.
Y en ello está quizás su principal defecto: lo bien que acaban la mayoría de las historias que se entrelazan en el libro. Salvo contadas excepciones, todos acaban encontrando la felicidad y la estabilidad emocional solos o junto a otra persona. Amor, embarazos y niños configuran un conjunto algo molesto por su ñoñería extrema en algunos casos. No obstante, ello no es óbice para disfrutar de una novela que seguro deleitará a todos los "adictos" a este autor neoyorquino. Yo disfruté leyendo el libro, para qué os voy a engañar...
Os dejo algunos extractos que me llamaron especialmente la atención:
"Las relaciones sexuales entre gente mayor pueden pasar por situaciones molestas o de cómica indolencia, pero también poseen una ternura que suele escapársele a los jóvenes. Pueden tenerse los pechos caídos, o la picha pendulona, pero la piel sigue siendo piel, y cuando alguien que te gusta te acaricia, te abraza o te besa en la boca, te sigues derritiendo de la misma manera que cuando creías que ibas a vivir eternamente."
Y al respecto de una idea entrañable que le viene a la cabeza en un momento dado a Nathan:
"Mi idea era la siguiente: crear una empresa que publicara libros sobre los olvidados, rescatar historias, hechos y documentos antes de que desaparecieran para luego darles forma y construir una narración continua, el relato de una vida. Las biografías se publicarían por encargo de los amigos y parientes del sujeto, en ediciones particulares de pequeña tirada (...) Querrían devolver a la vida al ser querido, y yo haría todo lo humanamente posible para satisfacer su deseo. Resucitaría a esa persona con palabras, y una vez impresa las páginas y encuadernada la historia entre las cubiertas, tendrían algo a lo que aferrarse durante el resto de su vida. Y además ese algo viviría después de su muerte, nos sobreviviría a todos. Nunca debe subestimarse el poder de los libros."
Para terminar, aquí tenéis unas palabras del mismo Auster sobre el sentido que quería darle a su novela: "Escribir una comedia ayuda a poner las cosas en perspectiva. El mundo ha ido de tragedia en tragedia, de horror en horror, pero los seres humanos seguimos existiendo, enamorándonos y hallando alegría en la vida. Me pareció que éste era un momento para recordarlo."
Coincido con él. La vida sigue, pase lo que pase. En nuestras manos está el vivirla más o menos felices.

Más reseñas de obras de Paul Auster:
- Leviatán
- Tombuctú
- Viajes por el scriptorium
- La trilogía de Nueva York

domingo, diciembre 03, 2006

La cabra o ¿quién es Sylvia?

José María Pou ha dirigido la adaptación española de esta obra de Edward Albee, dramaturgo conocido sobre todo por su obra Quién teme a Virginia Woolf. Ayer tuve la oportunidad de ver la representación en el Teatro Central de Sevilla, con una puesta en escena y una dirección bastante acertadas, aunque debo confesar que la historia no consiguió atraparme.
Albee pretendía provocar y escandalizar con esta obra, haciendo una metáfora sobre la esencia del amor, disfrazado de bestialismo en una especie de comedia-tragedia a la vez. La cabra narra el momento en que la vida de una familia ejemplar y moderna se ve rota por el descubrimiento de que el protagonista, Martin, un reputado arquitecto enamorado de su esposa, tiene una aventura con Sylvia, una cabra que conoció en una excursión al campo. La incredulidad de su esposa e hijo cede paso más tarde a la repulsión y a la venganza. Es un planteamiento muy radical de la idea del amor, más allá de los convencionalismos más extremos, pues sale de los límites de la raza humana para adentrarse en una relación entre un hombre y un animal, quizás uno de los comportamientos que más rechazo provocan en nuestra sociedad.
La interpretación de los actores es soberbia. José María Pou nos hace creer realmente en la existencia de ese amor; para él no es sexo ni bestialismo, es un enamoramiento en toda regla, y con la fuerza que nos da el amor recién descubierto defiende su relación frente a su escandalizada familia. Mercé Aranéga, la sufrida esposa, nos transmite sin veladuras de ningún tipo el inmenso dolor que la desgarra al descubrir que su marido, al que siempre ha idolatrado, es una especie de pervertido sexual. Todos los actores son brillantes, y esto es lo que desde mi punto de vista salva a una obra cuyo argumento no deja de ser absurdo. La obra ha recibido multitud de premios desde su estreno en Broadway, el último en nuestro país, donde ha sido galardonada con el Premio Nacional de Teatro 2006. Sin embargo, creo que ha habido en el último año obras mejores que ésta, que quizás merecieran más dicho galardón.
Me costó dejarme atrapar por este argumento, que no puedo ver como una representación de la idea del amor en estado puro. Creo que Albee pretendía más que otra cosa escandalizar, y de ahí que la obra, que contiene algunos diálogos brillantes, se quede en un mero intento de provocar al espectador y despertar su rechazo. La destrucción de una familia ejemplar, la imposibilidad de recomponer lo ya destrozado (simbolizado en el escenario por una acalorada discusión conyugal donde la esposa se dedica a arrojar y romper la mitad del mobiliario del salón), están muy bien reflejadas, pero el motivo de tal hecatombe no es creíble en ningún momento. De todas formas, hay que quitarse el sombrero ante algunos aspectos de La cabra, y desde luego es una obra muy recomendable, al menos en la estupenda versión de José María Pou. Eso sí, absténganse los que sientan cierta inclinación hacia la zoofilia, no vaya a ser que no entiendan el mensaje original de Albee...

viernes, diciembre 01, 2006

Pensamientos para ser feliz

Antes de dejarme caer por otra de las novelas que me aguardan en la recámara (son tantas que no sé cuál elegiré, difícil y precioso momento el de decidirme por una), estoy tomándome un respiro interior con La inutilidad del sufrimiento, de Mª Jesús Álava Reyes. Normalmente no me atraen demasiado este tipo de lecturas, pero de vez en cuando me gusta hojearlas y extraer algunas frases para reflexionar. Esta psicóloga defiende que el control de nuestros pensamientos es la llave para encontrar la felicidad. Podemos vivir circunstancias más o menos difíciles, pero si intentamos pensar -dentro de lo posible- de manera positiva, la felicidad está al alcance de todos. Naturalmente que la vida nos da lecciones de las cuales es difícil extraer un mensaje positivo, pero tras el pertinente duelo debemos seguir adelante y no recrearnos en los pensamientos negativos y dolorosos.
A continuación os dejo algunas citas:
"Podemos sentirnos bien con nosotros mismos, a pesar de nuestras circunstancias, o podemos dejarnos llevar por ellas."
"No nos confundamos, no hay nada que pueda arrebatarnos nuestro presente; incluso en las circunstancias físicas más duras que nos podamos imaginar, siempre nos pertenecerán nuestros pensamientos y, con ellos, nuestras emociones."
"La observación de lo que ocurre a nuestro alrededor será la mejor forma de aprender. Si nos esforzamos por mirar y reflexionar sobre lo que vemos, nos daremos cuenta de que la gente es feliz o infeliz no por lo que le pasa, sino por cómo se toma su vida."
"El futuro bien entendido está en el presente bien vivido".
¿Es cierto que podemos ser felices a pesar de nuestras circunstancias? ¿Es nuestra mente la que decide sobre nuestra felicidad?

sábado, noviembre 25, 2006

MARY McCARTHY: El grupo

Al fin tengo un huequito para hacer la reseña de este libro, que es mi primera aproximación a una autora que desconocía totalmente. Mary McCarthy es una de esas escritoras que llegó a ser bastante conocidas en su momento, para más tarde caer en una especie de semiolvido del que en mi opinión merece salir, tanto por sus dotes literarias como por su capacidad de retratar la sociedad norteamericana de entreguerras de una forma veraz no exenta de crítica y de ironía. Aunque ella siempre negó ser feminista, no cabe duda de que sus libros están escritos desde el punto de vista de una mujer, y esa realidad impregna su manera de narrarnos y describirnos hechos y personajes.
En El grupo, McCarthy realiza un recorrido por las vidas de ocho mujeres, amigas desde la Universidad, que ven cómo sus vidas soñadas y planeadas cuando eran estudiantes se van encaminando hacia otros derroteros bien distintos. La novela presenta además numerosas notas autobiográficas (la propia McCarthy estudió en la misma Universidad de las protagonistas). Así nos encontramos con fracasos y éxitos, sueños rotos e ilusiones cumplidas, pero en casi todos los casos subyace un fondo de desilusión y de engaño, como si el hecho de ser mujeres más o menos cultas y preparadas no fuera suficiente para alcanzar una existencia plena y llena de sentido. Es pues una historia de personas reales, de carne y hueso, en la cual cada lector podrá encontrar algunos reflejos que le recuerden a algún caso conocido o incluso a algún capítulo de su propia vida.
La historia comienza con la boda de una de las amigas, Kay, donde todo el grupo se reúne para festejarlo, y finaliza con otro episodio relacionado con la misma persona, cuando el grupo vuelve a coincidir después de una serie de años. El muestrario de personajes es muy amplio, tanto que a veces es fácil perderse en los detalles de las vidas de cada uno de ellos. De este modo nos encontramos con todo tipo de caracteres, que retratan muchos de los problemas y prejuicios de la sociedad norteamericana de los años 30: el maltrato físico y psicológico (desgraciadamente sigue siendo muy de actualidad en nuestros días), el divorcio, el adulterio, la misoginia, la locura mental y el psicoanálisis (muy de boga por entonces), la homosexualidad, la importancia que se le daba a la virginidad femenina a la vez que las mujeres comenzaban una verdadera liberación sexual con el uso de métodos anticonceptivos, etc. En mi opinión, al menos dos capítulos merecen el calificativo de geniales: el de Dottie y su aventura con un artista, donde se analizan los prejuicios y la doble moral norteamericana en relación al sexo; y el de las tribulaciones de Priss, donde la escritora critica con ironía las teorías de algunos pediatras (el marido de Priss es uno de ellos) sobre el cuidado de los bebés, que defendían una especie de plan espartano un tanto cruel a la hora de criar un niño.
Priss y Dottie son sólo dos de los curiosos personajes que podemos hallar en este libro. Pero hay muchos más. Creo que, aunque el hilo argumental es un tanto confuso y a veces puede hacer algo monótona la lectura de la obra, merece la pena el esfuerzo de leerla. Quizás descubráis, como yo, que aunque hayan pasado más de setenta años, muchos de los tabúes y prejuicios que allí aparecen criticados siguen enquistados en la sociedad actual no sólo en Estados Unidos, sino también en nuestro país. Y que es cierto que en muchas ocasiones los sueños e ilusiones que teníamos en nuestra juventud se van desvaneciendo cuando la vida nos arrastra -o nosotros nos adentramos por decisión propia- por caminos muy diferentes a los que imaginábamos. Una buena formación nos da muchas posibilidades de elegir y ser felices en un futuro, pero desgraciadamente nadie nos enseña a amar y a controlar nuestras emociones. Eso debemos aprenderlo por nosotros mismos.

viernes, noviembre 10, 2006

Una pausa entre exámenes


No me gusta estar tan absorta en mi trabajo como para no poder perderme entre las páginas de un libro. Reuniones, exámenes y preparación de clases devoran todo mi tiempo. Las reseñas se convierten en una utopía, en algo a postergar un día tras otro. Empecé hace semanas un libro de Mary Mac Carthy, El grupo, y ahí sigo, página a página cuando puedo, tan agotada cuando me pongo a leer que casi no consigo avanzar. Prometo reseña cuando lo termine, porque esta escritora merece un huequito en nuestra biblioteca, os lo aseguro.
Seguiré robando minutos al reloj. Al menos casi he terminado la mudanza de mi página.
Gracias a todos por darme la bienvenida a blogger. Seguiremos en contacto.

viernes, octubre 13, 2006

Cuarenta años después

Inspirada en el libro de Zweig, vino a mi mente esta carta de una mujer a su amor perdido hace años:
"¿Podrías reconocerme si me vieras ahora? Han pasado muchos años, demasiados. Mi rostro ya no es el mismo. Las arrugas surcan las comisuras de mis labios, agrietan el contorno de mis ojos, y dibujan un mapa agreste desde mi frente al punto más bajo de mi barbilla. El color de mis pupilas se ha ido desdibujando, aclarándose como le ocurre a la ropa que se lava una y otra vez, el azul que conociste ya no existe como tal. Ahora es un color distinto.
No te culpo por marcharte. No puedo decir que yo habría hecho lo mismo, te he querido siempre demasiado, más de lo que jamás debí quererte, más de lo que a ningún ser humano le debería estar permitido. Pero tu amor era distinto, más mudable y superficial. Decidiste por mí nuestro futuro, te llevaste mis sueños junto a los tuyos, y ahora esos sueños yacen perdidos en algún sitio, porque yo ya he desistido de encontrarlos. Rehiciste tu vida, te casaste y tuviste hijos, y ahora esos hijos te han dado nietos. Es el ciclo de la vida, es la sucesión natural de las generaciones. Es lo que habríamos hecho nosotros de haber continuado juntos.
De veras que no te culpo. En su momento te odié, tanto que el pecho se me abría de dolor cada vez que pensaba en ti. Pero ese sufrimiento, inmenso a veces, no pudo acabar con mis sentimientos hacia ti, no pudo doblegar mi voluntad de no olvidarte. Y por ello sigues alojado en mí, muy cerca de mi corazón y en el centro de mi mente, porque es allí donde has estado desde que te conocí.
¿Volveremos a cruzar nuestros caminos algún día? Yo estoy segura de que te reconocería al instante, sin dudarlo. Sentiría tu presencia kilómetros antes de que tu dulce olor llegara hasta mí. El corazón se dispararía y tendría que sentarme para que mis piernas no se doblaran cual frágiles juncos. Ni siquiera puedo imaginar volver a ver tus ojos. Creo que no podría resistirlo. Creo que sería lo último que viese antes de desmayarme. Pero sabría que eres tú. Incluso cuarenta años después."

sábado, octubre 07, 2006

STEFAN ZWEIG: Carta de una desconocida

¿Hay amor más injusto que el no correspondido? ¿Y si además el objeto de ese amor ni siquiera sabe de la existencia del ser que le desea y le adora en silencio? Estas son las preguntas que se plantea Zweig en esta preciosa historia, deliciosa y cruel a la vez, por cuanto opone a la figura de una mujer enamorada la de un escritor egocéntrico y mujeriego, ignorante del amor incondicional que se le profesa. Carta de una desconocida explora el oscuro terreno de los sentimientos, tan irracionales como sorprendentes. La historia gira en torno a R., un famoso escritor que recibe en su casa una misteriosa carta que le remite una mujer desconocida. En ella, la joven le confiesa su amor, un amor que resistió el paso del tiempo y el desdén del propio escritor, que jamás se percató de su existencia. A través de sus palabras, la desconocida nos revela los momentos más relevantes de su vida, condicionada por ese amor no correspondido desde que por primera vez cruzó su mirada con la del escritor, cuando ella no era más que una niña. Hay momentos terribles en esta historia, sobre todo aquel en que nos confiesa que llegó a acostarse con su amado en dos ocasiones, separadas por varios años, sin que él la reconociese en ninguna de ellas.
Cuando la desconocida comienza a escribir su carta, acaba de ver morir a su único hijo, que en realidad era el hijo de ambos. Ella era quien de forma anónima le mandaba un ramo de rosas blancas por su cumpleaños, una forma de estar presente en la vida de su amado sin romper su silenciosa invisibilidad. Las dramáticas circunstancias que rodean a la muerte del niño le llevan a romper por fin el silencio y atreverse a confesar su amor, sabiendo que su propia muerte está cerca, por lo cual poco ha de temer de las consecuencias de su confesión:
"Mi hijo murió ayer, nuestro hijo.. Ahora ya no me queda nadie más que tú a quien querer. Pero, ¿quién eres tú para mí, tú que no me has conocido nunca, que pasas a mi lado como si pasaras junto a un riachuelo, que me pisas como a una piedra, que siempre sigues adelante y me dejas en la eterna espera? (...) Vuelvo a estar sola, más sola que nunca, no tengo nada, no me queda nada de ti. Ya no tengo ningún hijo, ni una palabra, ni una línea, ni un recuerdo. Y si alguien pronunciara mi nombre ante ti, no le darías ninguna importancia, no te diría nada."
Es difícil que tamaña entrega amorosa pueda darse en la realidad. ¿Amar eternamente a alguien que ni siquiera sabe que existimos? Podría pensarse que nadie en su sano juicio sería capaz de algo así. Es demasiado triste y doloroso. Sin embargo estoy segura de que el libro de Zweig refleja en parte una realidad de la que todos somos conscientes: no siempre amamos a la persona indicada. De hecho en muchas ocasiones nuestros sentimientos nos traicionan dejándonos seducir por personas poco adecuadas, incluso nocivas para nuestra estabilidad emocional. Leyendo este libro, he recordado los casos de muchas mujeres maltratadas física y psicológicamente por sus parejas, que a pesar de ello confiesan seguir enamoradas y no poder vivir sin semejantes monstruos a su lado. ¿Debe ser así el verdadero amor, incondicional pese a todo, aunque la persona amada nos ignore o nos haga daño? Sinceramente, creo que nadie se merece un amor así.

miércoles, septiembre 27, 2006

Cuentos españoles contemporáneos (1975-1992)

Últimamente me estoy aficionando al género de los cuentos. Aunque en general siempre me han gustado, es ahora cuando más tiempo estoy dedicando a su lectura. Y afortunadamente me estoy encontrando con auténticos descubrimientos. Primero ha sido Saki, un autor antes desconocido pero que no pude dejar de leer tras las recomendaciones de solodelibros, y ahora le ha tocado el turno a este volumen, que reúne a algunos de nuestros mejores escritores y editado por L.G.Martín. En él podemos encontrar relatos de Ignacio Martínez de Pisón, Vicente Molina Foix, Javier Marías, Javier Tomeo, Pedro Zarraluki, Manuel Vicent, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Juan Eduardo Zúñiga, Álvaro Pombo, José María Merino y Luis Mateo Díez. El libro está además concebido para su utilización didáctica, pues incorpora prólogos, notas y actividades que pueden hacerlo muy útil para todo tipo de lectores.
En estas breves historias, apasionantes y sorprendentes, tenemos argumentos para todos los gustos. Por si fuera poco, la mayoría de estos cuentos cumplen ese requisito para mí fundamental de atrapar al lector desde el principio y transportarlo casi sin darse cuenta a un lugar y momentos determinados, junto a unos personajes algo extravagantes que pueden hacernos sonreír o estremecer. Elementos misteriosos y mágicos se mezclan en estos relatos, para darnos una sorpresa final que en algunos de ellos roza la brillantez .
Si tuviera que elegir algunos, me quedaría con Gualta, de J. Marías, sobre el tema recurrente del doble (todos nos hemos preguntado alguna vez si tendremos un doble en alguna parte del mundo, pero ¿qué ocurriría si un día nos lo encontrásemos y además no nos gustara su personalidad?); El espectro galante, de P. Zarraluki, divertido e irónico como ninguno; o Trastornos de carácter, de J.J. Millás, que nos lleva al mágico mundo de los armarios empotrados y sus poderes ocultos. Sin embargo, me ha sorprendido especialmente Las palabras del mundo, de J.M. Merino, un relato inquietante sobre la pérdida de nuestra capacidad para entender y producir palabras, una falta que conlleva sin duda la desaparición de uno de los rasgos que mejor nos definen como especie: la riqueza de nuestro lenguaje. Os incluyo uno de sus fragmentos más bellos:
"Sintiéndose envuelto en un silencio doblemente angustioso, el profesor Souto aventuraba que las palabras, elemento fundamental que la especie humana ha construido para comunicarse, sobreviven solamente por un permanente y violento esfuerzo de la memoria, mantenido sin desfallecimiento en lo más íntimo de cada ser desde que va conociendo los primeros rudimentos de la lengua. Un desmayo de esa secreta voluntad y el súbito olvido hará que todo el gigantesco castillo de las palabras, artificioso, ficticio, pierda su imposible coherencia y se desmorone. Sin duda -decía- era eso lo que a él le había sucedido: había dejado de esforzarse, en lo más íntimo de sí mismo, en el fondo de su ánimo, por recordar y coordinar algo tan ajeno como los ruidos del habla, que sólo pertenecían al territorio irracional de los sonidos naturales, como el murmullo de las fuentes, el restallido del trueno o el rugir de los motores."
Habrá que seguir esforzándose en no olvidar. ¿Qué sería de un mundo sin palabras?

jueves, septiembre 21, 2006

Ojo por ojo

Leo en El País de hoy que existe una página web donde todo el mundo puede leer las últimas palabras de los condenados a muerte en el estado de Texas (www.tdcj.state.tx.us), donde desde 1982 ya son 376 los prisioneros que han sido ejecutados. El último de ellos, un varón negro de 43 años, fue ajusticiado el pasado mes de septiembre.En el citado artículo aparecen fragmentos de las últimas palabras que algunos de los presos condenados pudieron formular instantes antes de morir. Transcribo aquí uno de ellos que me ha parecido especialmente revelador:
NAPOLEON BEAZLEY
Ejecutado el 28 de mayo de 2002. Edad: 25 años. Edad cuando cometió el crimen: 17 años. Raza: blanca. Crimen: asesinato.
Últimas palabras:
"El acto que cometí y por el que estoy aquí no fue sólo atroz, sino algo sin sentido. Pero la persona que cometió ese acto no sigue aquí. Yo sí estoy. No voy a luchar físicamente ni poner ninguna resistencia. No voy a gritar, ni a blasfemar, ni a amenazar frívolamente. Sin embargo, entended que no estoy sólo disgustado, sino entristecido por todo lo que va a suceder esta noche aquí. No sólo entristecido, sino decepcionado porque un sistema que, se supone, está para proteger y defender lo que es justo, puede parecerse tanto a mí cuando cometí el mismo vergonzoso error. Si alguien intentara animar a alguien a cometer un asesinato yo gritaría un sonoro: '¡No!' Y les diría que les concedieran el bien que a mí no me han dado, que es una segunda oportunidad. Siento mucho estar aquí, y siento que todos ustedes estén aquí también. Siento que muriera John Luttig. Y siento que algo en mí produjera que todo esto empezara. Esta noche diremos al mundo que no hay segundas oportunidades a los ojos de la justicia. Esta noche diremos a nuestros hijos que en algunas circunstancias, en algunos casos, matar está bien. (...) Hay muchos hombres como yo en el pabellón de la muerte -buenos hombres- que cayeron en las mismas equivocadas emociones. Dad a esos hombres la oportunidad de hacer lo que está bien. Dadles la ocasión de corregir sus errores. El problema no es que falte gente dispuesta a ayudarles, sino que el sistema mismo les está diciendo que no importa. Nadie gana esta noche. Nadie sale victorioso.".
¿Qué más se puede decir? ¿Existe castigo más absurdo e inútil que este? ¿Y más inhumano?

domingo, septiembre 17, 2006

MELANIA G. MAZZUCCO: Vita

Nunca había leído un libro como Vita. Es a la vez una novela y la historia real de la familia de la propia autora, que a través de diversas fuentes (archivos, correspondencia privada, entrevistas personales) reconstruye la odisea americana de su abuelo Diamante y de Vita, una niña que durante un tiempo estuvo destinada a ser su abuela. Vita y Diamante llegan a Nueva York procedentes de Italia a principios del siglo XX. Tras someterse a los exhaustivos controles de inmigración de la isla de Ellis, antesala de la gran manzana, pasarán a formar parte de esa masa desposeída e infravalorada que eran los inmigrantes italianos, cuyas huellas aún perduran hoy en la parte de Nueva York conocida como Little Italy. La vida de ambos será extremadamente dura, pues conocerán la miseria, el hambre y la traición desde muy pequeños. A su alrededor deambulan una serie de personajes que poco a poco se nos van haciendo familiares y cercanos, cada uno con sus propias miserias y secretos: el gigante Rocco, el débil Nicola (más conocido por su triste apodo, Coca-Cola), el trabajador Geremías, el dominante Agnello... Vita y Diamante descubrirán la ciudad juntos, y entre ambos surgirá un profundo amor que el tiempo demostrará imposible. Vita representa el sueño americano coronado por el éxito, pues acabará instalándose en América y será una mujer rica, aunque para ello tendrá que pagar un alto precio. En cambio Diamante es el inmigrante fracasado, que no logra aclimatarse a su nuevo destino, y que finalmente optará por volver a su tierra y rehacer allí una vida en la que su amada Vita ya no tiene cabida. La autora juega con la imaginación a la hora de recrear la relación entre ambos protagonistas, a la vez que relata la existencia de otros de los personajes antes mencionados. En todo momento deja claro qué hay de fidedigno en sus palabras, mencionando la fuente de información correspondiente. Entre ellas encontramos los archivos parroquiales de Tufo, la aldea de la que parten Vita y Diamante; los propios archivos de la isla de Ellis y de varias instituciones de Nueva York; cartas personales entre miembros de su familia; entrevistas y recuerdos, sobre todo los de su propio padre, Roberto, el hijo de Diamante y de otra mujer que al final no fue Vita... El conjunto le sirve a Mazzucco para reconstruir una bella historia de búsqueda y encuentro, en la que se muestran de forma muy realista las condiciones de vida a las que tenían que enfrentarse los miles de inmigrantes que llegaban en aquella época a Nueva York. El libro alberga momentos mágicos, que literalmente arrastran al lector, como la escalada al edificio en construcción del New York Times en plena noche o el momento en que Diamante tiene que desenterrar un cadáver para demostrar su propia valía ante Rocco. Pero me ha gustado especialmente la recreación de esa realidad tan cercana que constituye la inmigración, en un momento en que son miles las personas que persiguen el mismo sueño a las puertas de Europa. Para Vita y Diamante el sueño era América, la entrada la isla de Ellis; para nuestros inmigrantes el anhelo es un continente más cercano, con unas fronteras cada vez más herméticas. Es quizás el aspecto más sobrecogedor del libro. La certeza de que muy cerca, casi a nuestro lado, miles de Vitas y Diamantes siguen soñando con una vida mejor que la que la fortuna -la mala, en este caso- les ha deparado. Como la misma autora dice, "pertenecemos menos al lugar de donde venimos que a aquel al que queremos ir."

miércoles, septiembre 13, 2006

Vuelta al cole


¿Recordáis los nervios que se pasaban cuando el verano terminaba y había que volver al colegio? Era una mezcla de temor y ansiedad, pero también la alegría de volver a ver a los amigos, de conocer gente nueva, de averiguar qué profesores tocaban ese curso... Hoy lo sigo viviendo de forma parecida, aunque desde el otro lado. Mucha gente cree que los profesores somos tan profesionales que no experimentamos esas sensaciones después de tantos años. Que llegamos el primer día de clase y cogemos la tiza como si nada. Que no nos fijamos en nuestros nuevos alumnos, ni nos preguntamos cómo encajará Sonia en este grupo, o como le sentará la repetición de curso a Pedro, o quién será este año el graciosillo de la clase de 3ºA. Bien, la que esto escribe no es que lleve media vida en la docencia, pero ya van para casi diez años. Y los comienzos de curso me siguen asustando e ilusionando por igual. Es cierto que da pereza, se acaban las vacaciones, y pasamos de la tranquilidad hogareña a unas aulas normalmente sobrecargadas de adolescentes con ganas de todo menos de dar clase. Ese primer contacto, hasta que vas conociendo a los alumnos y averiguas de qué pie cojea cada uno, da un poco de miedo. Pero es asombroso como esos nervios del principio desaparecen en pocos días, como por arte de magia, a medida que vamos descubriendo sus personalidades e inquietudes. En poco tiempo, y salvo casos contados, el acto de enseñar y trabajar con ellos se vuelve tan cotidiano como sorprendente, llenándose de momentos mágicos que brillan con luz propia en jornadas que suelen ser agotadoras, por la atención y el estrés que conllevan.Estos días en que se prepara el nuevo curso, he vuelto a experimentar esas sensaciones tan familiares. Mi nudo en el estómago tiene que coexistir con mi alegría mal disimulada de volver a ver a mis niños del curso pasado y mi curiosidad por conocer a los nuevos. Y por supuesto con mi pereza por recomenzar otra vez el ciclo de los nueve meses lectivos (que en realidad trabajamos más, que lo de los tres meses de vacaciones es una especie de leyenda urbana, sobre todo si estás en un equipo directivo como es mi caso).Sé que este blog trata especialmente de literatura, pero hoy quería compartir estas sensaciones con vosotros. Porque a mis 32 años yo también vuelvo al cole :-)

miércoles, septiembre 06, 2006

Pasaba por aquí...

Desde que he empezado a trabajar, el ritmo de mis lecturas se ha desacelerado bastante. Siempre me ocurre lo mismo. Durante el verano, me paso las horas perdida entre libros literalmente, sin llegar casi nunca a aburrirme, aunque algún que otro escritor me haya desesperado en un momento dado. Abrir un libro nuevo supone para mí un descubrimiento, acercarse a algo que puede o no gustarme, pero que sin duda alguna no me dejará indiferente y pasará a formar parte de mí misma. Leer con esa intensidad es lo que más echo de menos cuando vuelvo al trabajo, porque el cansancio, el preparar clases y corregir (soy profesora de Historia en Secundaria) me impiden sumergirme en los libros de la misma forma, y tengo que conformarme con unas migajillas de mi tiempo. Por ello, y porque al libro que estoy leyendo aún le quedan unas cuantas páginas para que pueda hacer mi reseña, y porque tenía ganas de escribir alguna tontería en mi blog, me he dejado caer hoy por aquí, para mandaros un saludo a todos los que habéis hecho algún comentario y me habéis animado con vuestros ánimos y cumplidos. En este breve espacio de tiempo he descubierto algunos blogs fascinantes, algunos de los cuales ya están incluidos como enlaces y entre mis favoritos. Me siento afortunada por haber encontrado un huequito en una comunidad de personas que compartimos un mismo vicio confesable: leer, leer, y no parar nunca de hacerlo.Pues lo dicho, un saludo y hasta pronto.