"Cuando escribo "judío" no traduzco mi pensamiento, porque para mí no existe esa distinción: no me siento diferente de los demás, nunca llegaré a considerarme parte de un grupo humano segregado, quizá por esto sufro tanto, porque ya no comprendo. Sufro al ver la maldad humana. Sufro al ver cómo el mal se abate sobre la humanidad: pero como siento que no formo parte de ningún grupo racial religioso, humano (porque siempre implica orgullo), sólo me sostienen mis luchas y mis reacciones, mi conciencia personal."
En este hermoso párrafo se contiene la esencia principal del Diario de Hélène Berr, un libro tan real como la vida misma, y por ello emotivo y cargado de un significado que pocas obras pueden alcanzar. Junto al famoso Diario de Ana Frank, constituye uno de los documentos más reveladores sobre la persecución que sufrieron los judíos durante los tenebrosos años del nazismo, en este caso en el París ocupado por los alemanes.
Hélène escribió este diario entre abril de 1942 y marzo de 1944. Perteneciente a una familia judía, ella y sus hermanos habían nacido todos en París, y su padre había incluso luchado al servicio de Francia durante la Primera Guerra Mundial. Este dato es importante para comprender por qué Hélène, como ella misma confiesa, no percibe la identidad judía como algo suyo. Ella se siente una chica más, una francesa o europea como tantas, aunque el sufrimiento de otros judíos la hará sentirse más cerca de este grupo de lo que hubiera deseado en un principio.
Hélène es una brillante estudiante en la Sorbona cuando París es ocupado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Melómana y gran lectora, la joven Hélène verá ensombrecerse la ciudad que tanta luz y felicidad le ha traído hasta entonces con la presencia de los alemanes y la publicación de las primeras disposiciones contra los judíos. Su mundo de clases, charlas y reuniones con sus amigos, sus conciertos y paseos por entornos como los jardines de Luxemburgo, comienza a resquebrajarse de una manera acelerada, a pesar de que ella trata de mantener la normalidad de su vida en la medida de lo posible. A ello le ayuda la presencia de Jean Morawiecki, un joven estudiante del que Hélène se enamora perdidamente y que será el destinatario final de su Diario.
Una de las primeras normas dictadas contra los judíos es la obligatoriedad de portar la famosa estrella amarilla cosida a la vestimenta. Hélène la lleva desde el principio, porque piensa que es un signo de valor, de solidaridad frente a todos aquellos que la llevan, pero no porque se sienta excesivamente identificada con ella. A este respecto nos dice, en la entrada correspondiente al 8 de junio de 1942: "Es el primer día en que me siento realmente de vacaciones. Hace un día radiante, muy fresco después de la tormenta de ayer (...) También es el primer día en que voy a llevar la estrella amarilla. Son los dos aspectos de la vida actual: el frescor, la belleza, la juventud de la vida, encarnada por esta mañana límpida; la barbarie y el mal, representados por esta estrella amarilla."
Sin embargo el primer golpe que hará tambalearse los cimientos de su optimismo será la detención de su padre y su deportación al campo de Drancy en junio de 1942. Aunque será liberado más tarde, este hecho constituye el comienzo de la verdadera pesadilla para los Berr. Hélène se involucrará entonces más que nunca en la ayuda a los demás, trabajando junto a otros jóvenes en una organización solidaria que se dedica a localizar y proteger a niños judíos cuyos padres han sido deportados. Poco a poco las páginas del diario se ensombrecen. Hélène sigue tratando de vivir dentro de la nomalidad, pero la partida de su amado Jean, que abandona París para luchar en África junto a las fuerzas francesas libres, y el creciente temor a la deportación, llenan su testimonio de reflexiones en las que la humanidad de esta joven alcanza una altura digna de elogio. Por otro lado, no deja de sorprender la calidad literaria que desprenden estas páginas. Algunos párrafos son realmente conmovedores y, sobre todo, encierran una capacidad de análisis que asombra en una chica de su edad:
"Tengo un deber que cumplir escribiendo, porque es preciso que los demás sepan. A cada hora del día se repite la dolorosa experiencia que consiste en darse cuenta de que los demás no saben, que ni siquiera se imaginan los sufrimientos de los otros hombres y el mal que algunos infligen a otros. Y sigo intentando este penoso esfuerzo de contar. Porque es un deber, es quizás el único que pueda cumplir (...) Porque ¿cómo curar a la humanidad sino revelando primero toda su podredumbre, cómo purificar al mundo sino haciéndole comprender la magnitud del mal que comete?"
"Tengo miedo de no estar aquí cuando Jean vuelva (...) Pero no es miedo, porque no tengo miedo de los que pudiera sucederme; creo que lo aceptaría, porque he aceptado muchas cosas duras y no tengo un carácter que se rebele ante una penalidad. Pero temo que mi hermoso sueño no pueda completarse, realizarse. No temo por mí, sino por lo bello que habría podido ser".
Finalmente los temores de Hélène se ven confirmados. En marzo de 1944 es detenida y deportada junto a sus padres, primero a Drancy y después a Auschwitz. Los tres morirán poco antes del fin de la guerra. Hélène tenía entonces 23 años. Gracias a estas páginas, su testimonio y sus sentimientos perviven aún, dejándonos adivinar tan sólo una parte del sufrimiento que acompañó a tantas personas durante esos aciagos años. Su Diario es, sin duda, una lección de humanidad de la que todos podemos y debemos aprender.