jueves, junio 28, 2007

Fin de curso

Otro curso se acaba. Llega el verano y el instituto se va quedando vacío. Primero se van los alumnos, luego la mayor parte de los profesores, y al final sólo quedamos algunos a los que nos toca empezar a preparar el curso próximo. Ya no se escuchan gritos ni voces por los pasillos. El silencio lo cubre todo, y aunque esta calma tiene su encanto, se echa de menos el movimiento de los días que han quedado atrás.

Ellos se van y nosotros nos quedamos. El fin de curso siempre tiene esas dos caras: la ilusión de empezar las vacaciones y poder al fin descansar, y la tristeza por saber que hay rostros que ya no veremos, voces que se alejan para siempre de nosotros, sueños que se construyen fuera de los muros del instituto. Cada alumno que se marcha de aquí deja algo atrás, aunque la mayoría se irán olvidando con el tiempo. Estoy segura de que muchos recordarán su paso por el instituto con una sonrisa, porque a todos nos ha pasado. Pero tienen una vida entera por delante, con proyectos que realizar y muchas personas que conocer, y poco a poco nosotros nos iremos desdibujando en su memoria. Ellos se marchan con la ilusión de quien empieza un camino nuevo, y eso les da alas para seguir adelante y no mirar atrás. Pero algunos se llevan algo más consigo, un trocito de cada uno de nosotros les acompaña sin que se den cuenta. Está ahí, escondido en sus mochilas, en los recovecos del estuche. Si buscan, seguro que nos encontrarán.


En cierto modo se te parte el corazón. Es como una pequeña ruptura amorosa de las que se superan pronto, pero que lo tiñe todo de melancolía durante un tiempo. No te acostumbras a no verles en su aula, a no encontrarles por el patio. Sabes que volverán alguna vez de visita, y que recibirás e-mails esporádicos de sus andanzas universitarias o laborales. Pero no es lo mismo. Han dejado de formar parte de tu vida, han volado.


Hasta que empieza otra vez el curso. Poco a poco las caras nuevas se van haciendo más familiares, y el proceso se repite de forma casi idéntica. Vuelves a estrechar lazos y a ilusionarte con ellos. Vuelves a empezar, y ellos contigo.


Esta es la magia de nuestra profesión. Conocer a tantos chicos y chicas diferentes, cada uno con sus miedos y sus virtudes, sus esperanzas y sus frustraciones. Cada uno con su filosofía de vida y sus proyectos. Y formar parte de sus vidas durante nueve meses o más, darles algo de ti que puede que les ayude a ser mejores personas, de eso se trata en definitiva. De estar con ellos y de escucharles, de hacerles creer que pueden llegar a donde quieran si se lo proponen. Y a cambio, recibir cariño, admiración y muchos buenos momentos (aunque también malos por supuesto).

Eso es enseñar. Eso es aprender. Eso es vivir.


Feliz fin de curso, y buen viaje a todos.


Imagen: Jeanne H. A. Cloche, MODIGLIANI. Esta ha sido la portada de mi cuaderno del profesor de este curso. Ya toca ir pensando en la del curso que viene...

sábado, junio 23, 2007

IRÈNE NÉMIROVSKY: El baile

Leí este libro ayer por la tarde disfrutando de un par de horitas sin nada que hacer, después de la pesadilla de exámenes y notas de los últimos días, y aún sigo "trastornada" por la historia. En apenas 100 páginas (menos en realidad, pues la fuente utilizada en la edición de Salamandra es de gran tamaño), Némirovsky narra con una maestría formidable una relación enferma entre una madre y su hija, con el telón de fondo que le proporciona la hipocresía de una clase social -la de los nuevos ricos- que está dispuesta a cualquier cosa por hacerse un hueco en la alta sociedad.


La familia Kampf prepara un baile por todo lo alto para entablar relaciones con la aristocracia y la alta burguesía parisinas, después de que la suerte les haya sonreído y hayan pasado de vivir prácticamente en la miseria a disfrutar de un estatus social más que acomodado. Desde la óptica engreída de quienes creen tenerlo todo, los Kampf planean el baile con gran esmero, asegurándose de que todos los invitados queden deslumbrados ante la riqueza y buen gusto de los anfitriones. Antoinette, la hija adolescente del matrimonio, asiste al espectáculo de preparativos e invitaciones con la ilusión de que la dejen participar, ilusión que se ve rápidamente truncada cuando su madre le comunica que ella no podrá asistir al baile. Reproduzco un retazo de la conversación porque es digno de la más malvada madrastra de Cenicienta:


"¡Pero bueno! asistir al baile esta chiquilla, esta mocosa, ¡habrase visto!... Espera y verás cómo hago que se te pasen todos esos delirios de grandeza, niña... ¡Ah!, y encima crees que vas a presentarte "en sociedad" el año que viene. ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? ¡Que sepas, niña, que apenas he empezado a vivir yo, ¿me oyes?, yo, y que no tengo intención de preocuparme tan pronto por una hija casadera... No sé por qué no te doy un buen tirón de orejas para quitarte esas ideas..."


Son palabras punzantes, de esas que se clavan y te dejan sin aliento, encogida de dolor... Así se queda Antoinette al escucharlas, alimentando en su interior un odio creciente hacia su madre y hacia el mundo de los adultos en general. La venganza de la niña será implacable, y se desencadenará con un simple gesto, más impulsivo que premeditado, que ocasionará a su madre un enorme sufrimiento y arruinará todos sus planes de entroncar con la alta sociedad.

Todos los personajes son sombríos en esta oscura trama. La madre, reconcomida por el dolor de haber pasado sus años de juventud en la pobreza, ve cómo ahora que tiene dinero su lozanía se le escurre entre los dedos; el padre, tan anodino como cruel con su esposa; la hija, vengativa y llena de odio hacia todos, incluso hacia ella misma.... Némirovsky ha construido un puzzle corrosivo sobre la hipocresía de la sociedad en la que ella debió moverse cuando llegó a París, en 1919. Ella misma tuvo una infancia infeliz y solitaria, y el personaje de Antoinette parece ser una perfecta transfiguración de la escritora, tan lejos de sus padres como la joven Kampf de los suyos.

Las críticas han elogiado esta pequeña obra maestra, que se agota mucho antes de lo que el lector desearía. Cruel, apasionado, o duro como el cristal, son algunos de los calificativos que El baile ha recibido. Para mí ha sido una aventura, breve e intensa, hacia el lado más oscuro del alma humana. La historia se te queda agarrada con fuerza, es difícil desprenderse de ella. Al cerrar el libro, una no puede dejar de ver a Antoinette sonriendo, deleitándose en su pequeña venganza. Siendo extrañamente feliz, aunque sea por un breve lapso de tiempo.

Otras reseñas de obras de Irène Némirovsky:
- Suite francesa

domingo, junio 17, 2007

Escrito sólo para mí (o la apropiación personal de la literatura)

Sigo viva, nadando entre exámenes y nervios de final de curso (nosotros y los niños). Dentro de poco tendré más tiempo para dedicarle al blog, cosa que ahora me resulta casi imposible. Mientras, os dejo un fragmento de uno de los últimos artículos de Javier Marías en EPS, que vuelve a tratar con brillantez el tema de la literatura, contemplada desde un punto de vista muy personal:

"Lo extraordinario de la literatura (quizá en menor grado del cine y la música, porque en estas artes no hay una voz que cuenta y persuade y susurra, y el decir es lo que más cautiva) es que, cuando uno ya sabe que nada es sólo suyo, y que además puede compartir entusiasmos con quien más desprecia, siempre prevalece ese pueril sentimiento de que nadie como uno ha leído a tal autor o tal obra. Nuestra experiencia personal pervive, y, tras los "desengaños", uno puede seguir creyendo que el escritor se dirigió sólo a nosotros. Acaba de celebrarse el centenario de Hergé, el creador de Tintín, y uno ha constatado, por si no lo sabía bastante, que Tintín y Haddock son un lugar común y pertenecen a la humanidad entera. Y sin embargo nada podrá borrar la emoción que yo tuve de niño cuando leía sus álbumes, como nada le borrará la suya a Arturo Pérez-Reverte, por mencionar a un tintinófilo tan confeso que hasta lo imitó, en parte, al elegir su vida de reportero. Ambos -y millones más- seguiremos pensando: "Estos relatos se hicieron para que yo los mirara y leyera". Eso es lo admirable del asunto: que aunque los hombres lleven siglos leyendo la Iliada, y nosotros no descubramos nada al echárnosla a los ojos, el acto de nuestra lectura sí que nos es propio y la obra en cuestión es entonces tan nueva como si la acabara de componer Homero. Eso sí que no nos lo puede "usurpar" nadie. Recuerdo haber leído Madame Bovary en una casa de campo en Gerona, a solas, con ladridos de perros en la lejanía, sobrecogido. Para mí no hay otra Bovary que esa, así existan sesudos estudios e interpretaciones muy sabias de ella. En el fondo es una suerte que sea imposible lo que deseó Woody Allen en la cola de un cine, al oír a un tipo disertar estúpida y pedantemente sobre McLuhan: que el propio McLuhan apareciera en la cola y le echara un rapapolvo al idiota, diciéndole: "Usted no ha entendido nada". Porque quién sabe si no sería a nosotros, y no a los otros, a quienes nos soltaran eso Cervantes u Homero, Flaubert, John Ford o Chesterton, haciéndonos picadillo."


Podéis leer el artículo completo en esta dirección


Vuelvo en unos días, je promets
Imagen: Mujer con libro, PABLO PICASSO


lunes, junio 04, 2007

JOSEFINA ALDECOA: Historia de una maestra

Al fin encuentro un hueco para hacer la reseña de este libro que terminé de leer hace un par de semanas. El título de la obra es muy revelador, pues eso es lo que su autora nos cuenta: la historia de una maestra en uno de los periodos más relevantes de la historia de España, el que va desde los años veinte hasta el comienzo de la guerra civil. La narración de Aldecoa es fluida, alejada de recargamientos excesivos, lo que hace la lectura bastante amena y rápida, aunque a veces se echa de menos un poco más de pasión en la historia.


Gabriela es una joven maestra que comienza su periplo docente en una pequeña aldea en Tierra de Campos. Sus deseos de enseñar y de transmitir el entusiasmo y la curiosidad por aprender a sus alumnos son encomiables, y se alegra con cada pequeño avance, cada paso que dan sus jóvenes pupilos:


"Yo me decía: no puede existir dedicación más hermosa que ésta. Compartir con los niños lo que yo sabía, despertar en ellos el deseo de averiguar por su cuenta las causas de los fenómenos, las razones de los hechos históricos. Ese era el milagro de una profesión que estaba empezando a vivir y que me mantenía contenta a pesar de la nieve y la cocina oscura, a pesar de lo poco que aparentemente me daban y lo mucho que yo tenía que dar. O quizás era por eso mismo. Una exaltación juvenil me trastornaba y un aura de heroína me rodeaba ante mis ojos. Tenía que pasar mucho tiempo hasta que yo me diera cuenta de que lo que me daban los niños valía más que todo lo que ellos recibían de mí."


Unos años después su afán de aventura le acabaría llevando a un poblado de Guinea Ecuatorial, donde será testigo de las diferencias sociales entre la población nativa y los españoles allí asentados. Su amistad con un médico negro -por quien Gabriela parece sentir algo más profundo- le granjeará las críticas de ciertos individuos influyentes de aquella sociedad. Finalmente la maestra abandona África para seguir los pasos de otras mujeres de la época: casarse y tener niños, si bien nunca dejará de sentirse entusiasmada por su profesión. No obstante el amor por África y el anhelo de una vida distinta de haber permanecido allí es una constante a lo largo del resto de la novela. Gabriela dejar parte de su corazón en Guinea.


Los años treinta son los años de las ilusiones y los vientos de cambio que trajo la II República. Ese ambiente de euforia y optimismo se refleja muy bien en el libro, pues nuestra protagonista y su marido son defensores de una reforma educativa en pro de la libertad y del laicismo, que deje atrás la ignorancia y el oscurantismo en que vivía gran parte de la sociedad española. Las tensiones que se producen como consecuencia de estos cambios, las dificultades de una parte de la sociedad española para aceptar una modernización que les asustaba, mientras que a otros les llenaba de ilusión... son aspectos que la autora ha recogido con una gran maestría. La crisis de 1934 y los trágicos acontecimientos que desembocarán en la guerra civil terminarán por traer la desgracia al entorno de Gabriela. La intolerancia y el radicalismo se convierten en los protagonistas de las últimas páginas de la novela.


El libro se convierte así en un manifiesto homenaje a un colectivo que ha sido muchas veces olvidado en la historia: los maestros de la República, una parte de los cuales fueron represaliados durante el franquismo. La importancia de la educación como motor de cambio de la sociedad, su poder para forjar hombres y mujeres libres, con plenitud de derechos y mayor capacidad de elección es uno de los mensajes que la autora intenta transmitir en este libro. Y es quizás lo que más me ha gustado, porque comparto esa concepción de la enseñanza, ese entusiasmo por hacer a mis alumnos personas más sabias y capaces y, especialmente, personas más libres y por tanto más difíciles de manipular. En el fondo me siento un poco como Gabriela. Sobre todo porque muchas veces, es cierto que ellos me dan más de lo que yo les doy.


La enseñanza tiene estas cosas. Puede extenuarnos, puede desilusionarnos, puede acabar con nuestra paciencia, pero engancha. Y algunos nos convertimos en adictos.