Últimamente me estoy aficionando al género de los cuentos. Aunque en general siempre me han gustado, es ahora cuando más tiempo estoy dedicando a su lectura. Y afortunadamente me estoy encontrando con auténticos descubrimientos. Primero ha sido Saki, un autor antes desconocido pero que no pude dejar de leer tras las recomendaciones de solodelibros, y ahora le ha tocado el turno a este volumen, que reúne a algunos de nuestros mejores escritores y editado por L.G.Martín. En él podemos encontrar relatos de Ignacio Martínez de Pisón, Vicente Molina Foix, Javier Marías, Javier Tomeo, Pedro Zarraluki, Manuel Vicent, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Juan Eduardo Zúñiga, Álvaro Pombo, José María Merino y Luis Mateo Díez. El libro está además concebido para su utilización didáctica, pues incorpora prólogos, notas y actividades que pueden hacerlo muy útil para todo tipo de lectores.
En estas breves historias, apasionantes y sorprendentes, tenemos argumentos para todos los gustos. Por si fuera poco, la mayoría de estos cuentos cumplen ese requisito para mí fundamental de atrapar al lector desde el principio y transportarlo casi sin darse cuenta a un lugar y momentos determinados, junto a unos personajes algo extravagantes que pueden hacernos sonreír o estremecer. Elementos misteriosos y mágicos se mezclan en estos relatos, para darnos una sorpresa final que en algunos de ellos roza la brillantez .
Si tuviera que elegir algunos, me quedaría con Gualta, de J. Marías, sobre el tema recurrente del doble (todos nos hemos preguntado alguna vez si tendremos un doble en alguna parte del mundo, pero ¿qué ocurriría si un día nos lo encontrásemos y además no nos gustara su personalidad?); El espectro galante, de P. Zarraluki, divertido e irónico como ninguno; o Trastornos de carácter, de J.J. Millás, que nos lleva al mágico mundo de los armarios empotrados y sus poderes ocultos. Sin embargo, me ha sorprendido especialmente Las palabras del mundo, de J.M. Merino, un relato inquietante sobre la pérdida de nuestra capacidad para entender y producir palabras, una falta que conlleva sin duda la desaparición de uno de los rasgos que mejor nos definen como especie: la riqueza de nuestro lenguaje. Os incluyo uno de sus fragmentos más bellos:
"Sintiéndose envuelto en un silencio doblemente angustioso, el profesor Souto aventuraba que las palabras, elemento fundamental que la especie humana ha construido para comunicarse, sobreviven solamente por un permanente y violento esfuerzo de la memoria, mantenido sin desfallecimiento en lo más íntimo de cada ser desde que va conociendo los primeros rudimentos de la lengua. Un desmayo de esa secreta voluntad y el súbito olvido hará que todo el gigantesco castillo de las palabras, artificioso, ficticio, pierda su imposible coherencia y se desmorone. Sin duda -decía- era eso lo que a él le había sucedido: había dejado de esforzarse, en lo más íntimo de sí mismo, en el fondo de su ánimo, por recordar y coordinar algo tan ajeno como los ruidos del habla, que sólo pertenecían al territorio irracional de los sonidos naturales, como el murmullo de las fuentes, el restallido del trueno o el rugir de los motores."
Habrá que seguir esforzándose en no olvidar. ¿Qué sería de un mundo sin palabras?
En estas breves historias, apasionantes y sorprendentes, tenemos argumentos para todos los gustos. Por si fuera poco, la mayoría de estos cuentos cumplen ese requisito para mí fundamental de atrapar al lector desde el principio y transportarlo casi sin darse cuenta a un lugar y momentos determinados, junto a unos personajes algo extravagantes que pueden hacernos sonreír o estremecer. Elementos misteriosos y mágicos se mezclan en estos relatos, para darnos una sorpresa final que en algunos de ellos roza la brillantez .
Si tuviera que elegir algunos, me quedaría con Gualta, de J. Marías, sobre el tema recurrente del doble (todos nos hemos preguntado alguna vez si tendremos un doble en alguna parte del mundo, pero ¿qué ocurriría si un día nos lo encontrásemos y además no nos gustara su personalidad?); El espectro galante, de P. Zarraluki, divertido e irónico como ninguno; o Trastornos de carácter, de J.J. Millás, que nos lleva al mágico mundo de los armarios empotrados y sus poderes ocultos. Sin embargo, me ha sorprendido especialmente Las palabras del mundo, de J.M. Merino, un relato inquietante sobre la pérdida de nuestra capacidad para entender y producir palabras, una falta que conlleva sin duda la desaparición de uno de los rasgos que mejor nos definen como especie: la riqueza de nuestro lenguaje. Os incluyo uno de sus fragmentos más bellos:
"Sintiéndose envuelto en un silencio doblemente angustioso, el profesor Souto aventuraba que las palabras, elemento fundamental que la especie humana ha construido para comunicarse, sobreviven solamente por un permanente y violento esfuerzo de la memoria, mantenido sin desfallecimiento en lo más íntimo de cada ser desde que va conociendo los primeros rudimentos de la lengua. Un desmayo de esa secreta voluntad y el súbito olvido hará que todo el gigantesco castillo de las palabras, artificioso, ficticio, pierda su imposible coherencia y se desmorone. Sin duda -decía- era eso lo que a él le había sucedido: había dejado de esforzarse, en lo más íntimo de sí mismo, en el fondo de su ánimo, por recordar y coordinar algo tan ajeno como los ruidos del habla, que sólo pertenecían al territorio irracional de los sonidos naturales, como el murmullo de las fuentes, el restallido del trueno o el rugir de los motores."
Habrá que seguir esforzándose en no olvidar. ¿Qué sería de un mundo sin palabras?