Esta semana ha cambiado para siempre mi concepción de las ratas. La culpa la tienen una película, Ratatouille, y un libro, Firmin. En ambas ocasiones, los protagonistas son dos ratas comunes, esos animales repugnantes que vagan por nuestras alcantarillas y transmiten todo tipo de enfermedades. Sólo que Remy (el nombre de la ratita cocinera) y Firmin no tienen nada en común con el resto de su especie. Son dos seres humanos -mejor que muchos seres humanos, de hecho- en un cuerpo equivocado, y ambas pueden servir como un gran ejemplo de tolerancia y respeto por aquellos que no son como nosotros, de aceptación de lo diferente. Dos fábulas con muchos rasgos en común.
Firmin es un animal muy especial. Nace en un lugar que muchos de nosotros consideraríamos privilegiado: el almacén de una tienda de libros. En sus primeros meses de vida, Firmin no se distingue en mucho de sus congéneres, aunque muy pronto se ve obligado a buscarse por su cuenta el sustento necesario para vivir, pues, al ser más débil que sus hermanos, siempre es arrinconado a la hora de alimentarse. Por ello Firmin empezará a comerse los libros entre los que vive y, con el tiempo, se irá dando cuenta de que resulta más interesante leer esos libros que devorarlos. Firmin se convierte así en un ávido lector, capaz de enfrentarse al libro más complicado que podamos imaginar, y lo que es mejor, con capacidad de asimilar sus contenidos de una forma asombrosa. La imaginación de esta entrañable rata se dota de alas gracias a sus lecturas, lo que le hará vivir mil y una historias en las que se transforma en todo tipo de personajes, muy lejanos del animal que en realidad es.
Firmin es una historia maravillosa sobre la capacidad de la literatura para hacernos vivir muchas vidas alternativas, en un mundo que se derrumba dejando atrás viejos mitos de la literatura y del cine. En el libro la rata vive en una zona de Boston -la plaza Scollay- que está siendo demolida para proceder a su remodelación. Esta destrucción -que el autor nos aclara que fue real- puede servir de metáfora al mundo que Firmin ve desaparecer ante sus ojos, y que no es otro que el de los clásicos del cine como Fred Astaire o Ginger Rogers, verdaderos ídolos para él, o el mundo de esas pequeñas librerías de barrio donde el dueño atiende personalmente a sus clientes y se conoce cada libro que se esconde en el último rincón de sus estanterías. Un mundo donde la literatura y el cine son mágicos, y son capaces de transportarnos muy lejos de la realidad. Eso es lo que representa Firmin.
El lenguaje de Firmin es rico, como corresponde a un lector concienciado, y muy correcto. Su sentido de la ironía es sutil, y envuelve al lector de tal manera que uno se olvida constantemente de que el que habla no es más que una rata. Sus destrezas son innumerables; además de saber leer, toca el piano (uno de juguete, muy pequeño), y sabe incluso cantar (aunque a base de chillidos). Todo en él destila elegancia y sutileza. Tiene una visión muy realista de sí mismo: sabe que es feo, contrahecho -incluso para ser una rata- y pequeño. No esconde su deseo de ser un humano más, para poder hacer el amor con las bellas mujeres que observa cada noche en las películas eróticas del cine al que le gusta acudir. Incluso llega a imaginar que baila con la mismísima Ginger Rogers. He aquí la descripción de lo que sintió la primera vez que se vio contemplado en un espejo:
"Ahí estaba yo, ligeramente ladeado, en irrefutable detalle: bajito, ancho de cintura, peludo y sin barbilla. Firmin el peludo. Ridículo. La barbilla, su ausencia, era lo que más daño me hacía. Parecía señalar -aunque, de hecho, semejante nulidad era incapaz de algo tan atrevido como señalar- una crasa falta de fibra moral. Y pensé que los ojos oscuros y protuberantes me conferían una nauseabunda pinta de sapo. Era, en pocas palabras, un rostro taimado y falto de honradez, indigno de confianza; el rostro de un personaje verdaderamente bajuno. Firmin el Sabandija. Pero los detalles -cero barbilla, nariz puntiaguda, dientes amarillos, etc.- carecían en sí de importancia, comparados con la impresión general de fealdad. Incluso en aquel momento, cuando mi idea de belleza no iba más allá de las ilustraciones de Tenniel para Alicia, supe que eso era ser feo. "
Firmin es uno de esos libros cuya belleza se transmite de boca en boca, pues su autor lo publicó en una editorial minoritaria y hoy se ha convertido en un fenómeno mundial. Ha merecido varios premios y ha cosechado críticas excelentes, y creo que en todos los casos son más que merecidas. Se trata de una novela escrita desde el corazón, desde la creencia sincera en la magia de la literatura y del cine. Y no os dejéis engañar por su título ni por su portada: no se trata de una novela para niños. Es más bien una historia para adultos que se niegan a dejar de ser niños. Que, como Firmin, creen que la literatura hace del mundo un lugar mucho más bello para vivir.
Firmin es un animal muy especial. Nace en un lugar que muchos de nosotros consideraríamos privilegiado: el almacén de una tienda de libros. En sus primeros meses de vida, Firmin no se distingue en mucho de sus congéneres, aunque muy pronto se ve obligado a buscarse por su cuenta el sustento necesario para vivir, pues, al ser más débil que sus hermanos, siempre es arrinconado a la hora de alimentarse. Por ello Firmin empezará a comerse los libros entre los que vive y, con el tiempo, se irá dando cuenta de que resulta más interesante leer esos libros que devorarlos. Firmin se convierte así en un ávido lector, capaz de enfrentarse al libro más complicado que podamos imaginar, y lo que es mejor, con capacidad de asimilar sus contenidos de una forma asombrosa. La imaginación de esta entrañable rata se dota de alas gracias a sus lecturas, lo que le hará vivir mil y una historias en las que se transforma en todo tipo de personajes, muy lejanos del animal que en realidad es.
Firmin es una historia maravillosa sobre la capacidad de la literatura para hacernos vivir muchas vidas alternativas, en un mundo que se derrumba dejando atrás viejos mitos de la literatura y del cine. En el libro la rata vive en una zona de Boston -la plaza Scollay- que está siendo demolida para proceder a su remodelación. Esta destrucción -que el autor nos aclara que fue real- puede servir de metáfora al mundo que Firmin ve desaparecer ante sus ojos, y que no es otro que el de los clásicos del cine como Fred Astaire o Ginger Rogers, verdaderos ídolos para él, o el mundo de esas pequeñas librerías de barrio donde el dueño atiende personalmente a sus clientes y se conoce cada libro que se esconde en el último rincón de sus estanterías. Un mundo donde la literatura y el cine son mágicos, y son capaces de transportarnos muy lejos de la realidad. Eso es lo que representa Firmin.
El lenguaje de Firmin es rico, como corresponde a un lector concienciado, y muy correcto. Su sentido de la ironía es sutil, y envuelve al lector de tal manera que uno se olvida constantemente de que el que habla no es más que una rata. Sus destrezas son innumerables; además de saber leer, toca el piano (uno de juguete, muy pequeño), y sabe incluso cantar (aunque a base de chillidos). Todo en él destila elegancia y sutileza. Tiene una visión muy realista de sí mismo: sabe que es feo, contrahecho -incluso para ser una rata- y pequeño. No esconde su deseo de ser un humano más, para poder hacer el amor con las bellas mujeres que observa cada noche en las películas eróticas del cine al que le gusta acudir. Incluso llega a imaginar que baila con la mismísima Ginger Rogers. He aquí la descripción de lo que sintió la primera vez que se vio contemplado en un espejo:
"Ahí estaba yo, ligeramente ladeado, en irrefutable detalle: bajito, ancho de cintura, peludo y sin barbilla. Firmin el peludo. Ridículo. La barbilla, su ausencia, era lo que más daño me hacía. Parecía señalar -aunque, de hecho, semejante nulidad era incapaz de algo tan atrevido como señalar- una crasa falta de fibra moral. Y pensé que los ojos oscuros y protuberantes me conferían una nauseabunda pinta de sapo. Era, en pocas palabras, un rostro taimado y falto de honradez, indigno de confianza; el rostro de un personaje verdaderamente bajuno. Firmin el Sabandija. Pero los detalles -cero barbilla, nariz puntiaguda, dientes amarillos, etc.- carecían en sí de importancia, comparados con la impresión general de fealdad. Incluso en aquel momento, cuando mi idea de belleza no iba más allá de las ilustraciones de Tenniel para Alicia, supe que eso era ser feo. "
Firmin es uno de esos libros cuya belleza se transmite de boca en boca, pues su autor lo publicó en una editorial minoritaria y hoy se ha convertido en un fenómeno mundial. Ha merecido varios premios y ha cosechado críticas excelentes, y creo que en todos los casos son más que merecidas. Se trata de una novela escrita desde el corazón, desde la creencia sincera en la magia de la literatura y del cine. Y no os dejéis engañar por su título ni por su portada: no se trata de una novela para niños. Es más bien una historia para adultos que se niegan a dejar de ser niños. Que, como Firmin, creen que la literatura hace del mundo un lugar mucho más bello para vivir.