La memoria del agua es la primera obra de ficción de la periodista Teresa Viejo, que nos sorprende con una historia de intriga, amor y pasión ambientada en los años veinte y treinta del siglo pasado, pero ubicada en un lugar que existió realmente: el balneario de La Isabela, en la provincia de Guadalajara, desaparecido a mediados del siglo XX bajo las aguas del pantano de Buendía. En este marco idílico, aunque no lo fue durante toda su historia, se desarrolla la vida de la familia Montemayor, cuya hija, Amada, se erige en protagonista de esta novela, al menos en gran parte de ella.
El Real Sitio de La Isabela fue creado en 1826 por Fernando VII, y recibió este nombre en honor a su esposa Isabel de Braganza. Muy pronto, gracias a la existencia de fuentes termales, se convirtió en un balneario de moda entre la alta burguesía de la zona, que acudía allí a curarse de multitud de dolencias. Mucho más tarde, durante la Guerra Civil, se convirtió en algo muy distinto, un hospital psiquiátrico, para pasar a dormir bajo las aguas del pantano desde marzo de 1955. Hoy en día, puesto que el nivel de las aguas ha bajado, es posible observar las ruinas de lo que en su tiempo fue uno de los centros de moda de la burguesía española, cuya fama permitió desarrollarse a su alrededor toda una red de casas y edificios relacionados con la actividad balneárica.
Fue una visita que la autora realizó a este lugar la que hizo que esta novela naciera en su cabeza. Es evidente que Teresa Viejo se ha documentado bien a la hora de escribir sobre este insólito refugio, aunque los personajes de la novela son en su mayoría inventados. Se trata de la historia de la familia Montemayor, una familia de burgueses que compró el balneario en los años 20 y lo llevó al cénit de su fama y prestigio. Pero la llamada maldición de La Isabela, como la conocian los vecinos, llevaría la ruina y la desgracia a quienes tanto esfuerzo emplearon en esta tarea (los Montemayor también son una invención de la autora).
El libro se divide en dos partes claramente diferenciadas. De hecho se pueden leer casi como dos libros distintos. La primera nos presenta una trama de intriga donde dos muertes, que rompen con la quietud tradicional del balneario, se convierten en el eje central de la historia. En esta primera parte la presencia de Amada es más bien testimonial, pues es aún una niña pequeña. Los verdaderos protagonistas son otros: el comisario que investiga el caso, Ginés Fuentes, el médico del balneario, Samuel Millares, y el dueño del lugar, Ernesto Montemayor. A su alrededor desfilan toda una caterva de personajes, a cada cual más pintoresco, algunos un tanto innecesarios según mi punto de vista, que dan vida al balneario y parecen vivir de espaldas a los trágicos sucesos que en él se desarrollan. Una vez aclarado el misterio, una serie de desgracias hacen que los Montemayor decidan deshacerse del balneario, terminando así con su periodo de prosperidad.
La segunda parte transcurre en su mayoría durante los turbulentos años treinta, teniendo como marco histórico la II República y la Guerra Civil. En estas páginas Amada pasa a convertirse en la protagonista indiscutida, pues realiza un viaje al que fue su hogar durante su infancia para encontrarlo completamente transformado, utilizado ahora como hospital psiquiátrico. Sin embargo, el viaje habrá merecido la pena porque algo que sucede en él cambiará su vida para siempre.
La novela se lee con interés, más en su segunda parte que en la primera. El resultado es pues algo desigual, porque parece como si ambas partes no tuvieran demasiada conexión entre sí. Los personajes aparecen bien dibujados, y la pluma de Teresa Viejo les brinda multitud de matices. Me ha gustado mucho su estilo, cuidado y trabajado, con mucha sensibilidad. Salvo algunos detalles sin demasiada importancia creo que la autora sale con muy buen pie de esta primera incursión en el mundo de la narrativa, y desde aquí solo me queda desearle una larga y prolífica carrera. No es una obra maestra, pero entretiene y deja buen sabor de boca. Y sobre todo está bien escrita, algo que, al menos esta servidora, agradece muchísimo cuando abre las páginas de un libro. Al fin y al cabo, se trata de disfrutar (o sentir más bien) con una historia y, al mismo tiempo, con la forma de narrarla. En eso consiste la buena literatura.
El Real Sitio de La Isabela fue creado en 1826 por Fernando VII, y recibió este nombre en honor a su esposa Isabel de Braganza. Muy pronto, gracias a la existencia de fuentes termales, se convirtió en un balneario de moda entre la alta burguesía de la zona, que acudía allí a curarse de multitud de dolencias. Mucho más tarde, durante la Guerra Civil, se convirtió en algo muy distinto, un hospital psiquiátrico, para pasar a dormir bajo las aguas del pantano desde marzo de 1955. Hoy en día, puesto que el nivel de las aguas ha bajado, es posible observar las ruinas de lo que en su tiempo fue uno de los centros de moda de la burguesía española, cuya fama permitió desarrollarse a su alrededor toda una red de casas y edificios relacionados con la actividad balneárica.
Fue una visita que la autora realizó a este lugar la que hizo que esta novela naciera en su cabeza. Es evidente que Teresa Viejo se ha documentado bien a la hora de escribir sobre este insólito refugio, aunque los personajes de la novela son en su mayoría inventados. Se trata de la historia de la familia Montemayor, una familia de burgueses que compró el balneario en los años 20 y lo llevó al cénit de su fama y prestigio. Pero la llamada maldición de La Isabela, como la conocian los vecinos, llevaría la ruina y la desgracia a quienes tanto esfuerzo emplearon en esta tarea (los Montemayor también son una invención de la autora).
El libro se divide en dos partes claramente diferenciadas. De hecho se pueden leer casi como dos libros distintos. La primera nos presenta una trama de intriga donde dos muertes, que rompen con la quietud tradicional del balneario, se convierten en el eje central de la historia. En esta primera parte la presencia de Amada es más bien testimonial, pues es aún una niña pequeña. Los verdaderos protagonistas son otros: el comisario que investiga el caso, Ginés Fuentes, el médico del balneario, Samuel Millares, y el dueño del lugar, Ernesto Montemayor. A su alrededor desfilan toda una caterva de personajes, a cada cual más pintoresco, algunos un tanto innecesarios según mi punto de vista, que dan vida al balneario y parecen vivir de espaldas a los trágicos sucesos que en él se desarrollan. Una vez aclarado el misterio, una serie de desgracias hacen que los Montemayor decidan deshacerse del balneario, terminando así con su periodo de prosperidad.
La segunda parte transcurre en su mayoría durante los turbulentos años treinta, teniendo como marco histórico la II República y la Guerra Civil. En estas páginas Amada pasa a convertirse en la protagonista indiscutida, pues realiza un viaje al que fue su hogar durante su infancia para encontrarlo completamente transformado, utilizado ahora como hospital psiquiátrico. Sin embargo, el viaje habrá merecido la pena porque algo que sucede en él cambiará su vida para siempre.
La novela se lee con interés, más en su segunda parte que en la primera. El resultado es pues algo desigual, porque parece como si ambas partes no tuvieran demasiada conexión entre sí. Los personajes aparecen bien dibujados, y la pluma de Teresa Viejo les brinda multitud de matices. Me ha gustado mucho su estilo, cuidado y trabajado, con mucha sensibilidad. Salvo algunos detalles sin demasiada importancia creo que la autora sale con muy buen pie de esta primera incursión en el mundo de la narrativa, y desde aquí solo me queda desearle una larga y prolífica carrera. No es una obra maestra, pero entretiene y deja buen sabor de boca. Y sobre todo está bien escrita, algo que, al menos esta servidora, agradece muchísimo cuando abre las páginas de un libro. Al fin y al cabo, se trata de disfrutar (o sentir más bien) con una historia y, al mismo tiempo, con la forma de narrarla. En eso consiste la buena literatura.