Aunque Pérez Reverte no me agrada demasiado -le seguía hace muchos años, y me leí casi todas sus novelas por entonces, pero llegó a cansarme y a molestarme su pedantería y sus salidas de tono- reproduzco aquí uno de sus artículos en la revista XL Semanal que ha logrado tocarme la fibra sensible. Porque me he sentido así muchas veces. Y porque dice verdades a gritos que muchos responsables políticos no quieren escuchar.
Se lo dedico a todos aquellos que aún no han perdido la ilusión en lo que hacen, sean o no docentes como el protagonista de esta historia.
Un héroe de nuestro tiempo
Ahí sigue, el tío. Aún no se ha vuelto un mercenario de la tiza, de esos que entran en el aula como quien ficha donde ni le va ni le viene. Tal vez porque todavía es joven, o porque es optimista, o porque tuvo un profesor que alentó su amor por las letras y la Historia, cree que siempre hay justos que merecen salvarse aunque llueva pedrisco rojo sobre Sodoma. Por eso, cada día, pese a todo, sigue vistiéndose para ir a sus clases de Geografía e Historia en el instituto con la misma decisión con la que sus admirados héroes, los que descubrió en los libros entre versos de la Ilíada, se ponían la broncínea loriga y el tremolante casco, antes de pelear por una mujer o por una ciudad bajo las murallas de Troya. Dicho en tres palabras: todavía tiene fe.
Aún no ha llegado a despreciarlos: sabe que la mayor parte son buenos chicos, con ganas de agradar y de jugar. Tienen unas faltas de ortografía y una pobreza de expresión oral y escrita estremecedoras, y también una escalofriante falta de educación familiar. Sin embargo, merecen que se luche por ellos. Está seguro de eso, aunque algunos sean bárbaros rematados, aunque los padres hayan perdido todo respeto a los profesores, a sus hijos y a sí mismos. «Voy a tener que plantearme quitarle de su habitación la play-station y la tele», le comentaba una madre hace pocas semanas. Dispuesta, al fin, tras decirle por enésima vez que lo de su hijo estaba en un callejón sin salida, a plantearse el asunto. La buena señora. Preocupada por su niño, claro. Desasosegada, incluso. Faltaría más. La ejemplar ciudadana.
Pero, como digo, no los desprecia. Le conmueven todavía sus expresiones cada vez que les explica algo y comprenden, y se dan con el codo unos a otros, y piden a los alborotadores que dejen al profesor acabar lo que está contando. Le hacen estremecerse de júbilo las miradas de inteligencia que cambian entre ellos cuando algo, un hecho, un personaje, llama de veras su atención. Entonces se vuelven lo que son todavía: maravillosamente apasionados, generosos, ávidos de saber y de transmitir lo que saben a los demás.
En ocasiones, claro, se le cae el alma a los pies. El «a ver qué hacemos todo el día con él en casa», como única reacción de unos padres ante la expulsión de su hijo por vandalismo. Por suerte, a él nunca se le ha encarado un chico, ni amenazado con darle un par de hostias, ni se las han dado, el alumno o los padres, como a otros compañeros. Tampoco ha leído todavía el texto de la nueva ley de Educación, pero tiene la certeza de que los alumnos que no abran un libro seguirán siendo tratados exactamente igual que los que se esfuercen, a fin de que las ministras correspondientes, o quien se tercie, puedan afirmar imperturbables que lo del informe Pisa no tiene importancia, y que pese a los alarmistas y a los agoreros, los escolares españoles saben hacer perfectamente la O con un canuto. Mucho mejor, incluso, que los desgraciados de Portugal y Grecia, que están todavía peor. Etcétera.
Y sin embargo, cuando siente la tentación de presentarse en el ministerio o en la consejería correspondiente con una escopeta y una caja de postas –«Hola, buenas, aquí les traigo una reforma educativa del calibre doce»–, se consuela pensando en lo que sí consigue. Y entonces recuerda la expresión de sus alumnos cuando les explica cómo Howard Carter entró, emocionado, con una vela en la cámara funeraria de la tumba de Tutankhamon; o cómo unos valientes monjes robaron a los chinos el secreto de la seda; o cómo vendieron caras sus vidas los trescientos espartanos de las Térmópilas, fieles a su patria y a sus leyes; o cómo un impresor alemán y un juego de letras móviles cambiaron la historia de la Humanidad; o cómo unos baturros testarudos, con una bota de vino y una guitarra, tuvieron en jaque a las puertas de su ciudad, peleando casa por casa, al más grande e inmortal ejército que se paseó por el suelo de Europa. Y así, después de contarles todo eso, de hacer que lo relacionen con las películas que han visto, la música que escuchan y la televisión que ven, considera una victoria cada vez que los oye discutir entre ellos, desarrollar ideas, situaciones que él, con paciente habilidad, como un cazador antiguo que arme su trampa con astucia infinita, ha ido disponiendo a su paso. Entonces se siente bien, orgulloso de su trabajo y de sus alumnos, y se mira en el espejo por la noche, al lavarse los dientes, pensando que tal vez merezca la pena.
15 comentarios:
Pues llevabas razón en tu comentario en el blog de Joselu: Vale la pena leerlo.
Saludos cordiales.
Coincido contigo, también en tu opinión sobre Reverte, aunque no es muy de mi agrado, este artículo vale la pena. Soy profesora de tecnología en Málaga y soy profesora porque todavía disfruto enseñando (y aprendiendo, ojo).
Un saludo
Quizas porque tuve la oportunidad de trabajar un año dando clases como interino en un instituto de secundaria, comprendo perfectamente lo que describe el articulo. Por un lado fue una experiencia dura, pero por otro tuve la suerte de experimentar unos momentos maravillosos: aquellos en que notaba como algo que explicaba le llegaba a algún alumno y veia como por un momento se le encendia un brillo al comprender lo que lee xplicaba, no se explicarlo pero ahora echo de menos esos instantes.
Mi sincero apoyo a todos los profesores.
juan
Un artículo muy interesante. Haces bien en colocarlo aquí. Yo no lo conocía y me ha parecido importante, algo que se debería tratar con más frecuencia. Algunas de las cosas que están pasando en la enseñanza son un escándalo, y negarlo me parece que es de una vileza que no tiene nombre. El profesor debería estar más protegido. No es aquello de ponerse en pie cuando entra, pero de ahí a que le peguen una paliza y la graben con un móvil, pues hombre, como que va un abismo...
Y ante este panorama, es evidente que quien sigue adelante es porque ama su profesión, como ya has demostrado con otros textos que te pasa a ti.
Un abrazo.
Querida Elena,
He sido profesor durante unos años en España y en un país lejano. Me resultaría durísimo hoy seguir siendo profesor y no precisamente porque los muchachos de hoy ya no sean los de antes. Ni mucho menos, creo que siempre ha habido muchachos difíciles y profesores mal preparados o poco aptos para la docencia. Creo que el problema hoy, más que con los muchachos tiene que ver con las normas, leyes, logses, y demás politiqueos.
A mi me tocó enseñar idiomas en España y cada año me llegaba programas con los que era imposible enseñar a hablar otro idioma.
Llevo siete años como profesor y todavía no he tirado la toalla, aunque hay veces que hay ganas. Siempre hay espacio para la ilusión pero a veces los matarías.
Mi apoyo a los maestros, a su labor diaria, a su horizonte algo oscuro y pesado, a la ingratitud de la sociedad, a su persistencia, a su amor por la gente -a la que, no en vano, educan-. En otra vida quise ser maestro, era mi vocación más clara. Os admiro. Y bien por Reverte, exagerado, chulesco y siempre en plan provocador, porque ese texto le redime de muchos errores ante mis ojos.
Comparto tu opinión respecto a la obra de Reverte.A pesar de mi carecterístico pesimismo,sigo todavía teniendo eilusiones y confianza Elena.Claro que merece la pena seguir luchando;la vida es una increíble aventura, y siempre apuesto por la educación y por los buenos educadores.¿Qué seríamos sin ellos?
Besos.
HOOLA ELENA, ME HA GUSTADO MUCHO EL ARTÍCULO DE PEREZ REVERTE y comparto totalmente vuestras reflexiones, un maestro es como dice la misma palabra un maestro y deberiamos respetarlo como tal.
Estoy muyyyyyyyyyy cabreado con el señor Raxoy y he deciddo contestarle en mi blog con un verso de JAIME GIL DE BIEDMA,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,espero que te guste Elena.
Y ojalá nunca dejemos de ser libres, llevan mucho tiempo ya atentando contra nuestra inteligencia...............................................................................................................................................................................................................................................
cuidate
Plausible texto :)
No lo había leído, me encantó!!
Me pasa lo mismo que a ti con este hombre, pero admito que con algunos de sus escritos, sobre todo en la prensa, me sigue emocionando porque es muy pasional y ciertas verdades a voces se deben decir con maestria.
Has elegido un texto maravilloso, me he emocionado mucho :)
Me gustaría poder hablar de la enseñanza con la perspectiva de Pérez Reverte, es decir, con la distancia. Sin embargo, cada día he de sumergirme en ella hasta el fondo, sabiendo que el principal problema no es el manejo de la cultura, no, sino el manejo de la autoridad. Pobre del profesor que no sepa ejercer la autoridad por cualquier motivo. Sus conocimientos no le servirán de nada. Antonio Machado era un desastre de profesor. Sus alumnos le tomaban el pelo y él les ponía siempre notas altísimas. Nunca le gustó la enseñanza, pero tuvo que vivir de ella. Él ideó el Juan de Mairena para dar las clases que le hubiera gustado impartir, con alumnos que dialogaran con él, que le escucharan. A los profesores se les exige profesión de optimismo. El peor pecado de un profesor no es ser pederasta, sino ser pesimista. Por esos, por los pesimistas luminosos que nos siguen iluminando con su pensamiento no asertivo ni banalmente altruista. A veces, a veces, Pérez Reverte tiene esa mala leche tan necesaria para expresar lo que otros edulcoramos. Saludos.
Un mérito añadido del texto de Reverte es el de haber sintonizado o empatizado tan bien con una corriente anímica -de resistente entusiasmo- dentro del profesorado de secundaria en nuestro país.
Es decir, que el texto diríase escrito por alguien del gremio y no por un académico y escritor, tan alejado de la tiza. Eso, por cierto, le redime en parte como novelista, creador o suplantador de identidades.
No obstante, hace bien en comparar a este docente ilusionado con el héroe griego y excepcional.
Yo tampoco pierdo la ilusión. Pero en muchos aspectos nuestra labor se ha tornado heroica.
Pues a mi no me gusta Reverte. Ni su actitud como escritor (halagar al público, escribir lo que muchos quieren leer, eso sí, con oficio) ni la actitud ante la vida que parece desprenderse de sus escritos (esa fascinación ante la violencia...). Tampoco me gusta este texto, en el que intuyo, tras ese efectismo tan suyo, una monumental trampa.
Debo decir que soy, desde hace muchos años, profesor de secundaria en un instituto de Sevilla, y me apasiona mi trabajo, pero no me considero ningún héroe. Encuentro, por supuesto, aspectos y momentos negativos (algunos, muy negativos) y otros positivos (algunos, muy positivos)pero no creo que eso sea, ni mucho menos, exclusivo de nuestra profesión. Y, sinceramente, pienso que se ha de saber distinguir entre el merecido reconocimiento y el halago tramposo.
A Reverte no le he vuelto a leer desde "La reina del Sur". Se ha convertido en ese cuadro de museo que nadie cuestiona, y la verdad que todos son cuestionables, incluso aquellos que se creen ya intocables.
Hay que mover más allá la vista, buscar otros autores. Que los hay, más arriesgados, mejores.
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