Se despertó con la primera luz del alba clareando por la ventana. Se incorporó despacio, para no marearse. Tenía la impresión de haber dormido durante mucho tiempo, demasiado quizás. Sus piernas abandonaron el cálido refugio del edredón y las sábanas y se dirigieron obedientes hacia el suelo. "¿Dónde están mis zapatillas?" Estiró un pie hasta dar con una de ellas, y la atrapó entre sus dedos. La acercó con cuidado hasta su pareja, que se hallaba mejor situada para el paso que venía a continuación. Tocaba incorporarse, salir del letargo, "¿cuánto tiempo habré dormido?" Le confortó el tacto familiar de las babuchas.
Echó un rápido vistazo a la habitación; era la suya, sin duda. "¿Por qué demonios lo he dudado? ¿En qué habitación iba a estar si no?" Avanzó hacia la puerta cerrada con algunos titubeos, pero al llegar a ésta asió el pomo con decisión. Se quedó allí parada, esperando. "¿Abro?" Le llegó el eco de una voz que se colaba a trépano a través de la madera. "¿Eres tú, Jaime?" El sonido se deslizaba por sus oídos, inundando su mente de tibios recuerdos. Escuchaba palabras sueltas, retazos de conversación: ausencias, episodios esporádicos, empeoramiento. No comprendía bien el sentido, pero no le importó. Le bastaba con sentir la calidez de esa voz tan familiar, que le acunaba como un ronroneo. "Claro que es Jaime, lo reconocería al instante. Seguro que ha venido a verme. ¿Cuánto tiempo hace que no viene por aquí?"
Giró el pomo y la puerta se abrió silenciosa. Ahora le oía con mayor nitidez. Estaba al fondo del pasillo, sentado a la mesa de la cocina en compañía de una mujer joven, con una taza de café en la mano. Jaime se percató de la novedad de la puerta entreabierta al final del corredor y miró a su madre con una sonrisa. Se levantó casi de un salto, y ella lo vio avanzar con esos pasos vacilantes de cuando aprendía a andar, con sus bracitos extendidos hacia su cuello, buscando su refugio. "Qué alto está, cómo ha crecido." Jaime llegó hasta su lado y la besó en la frente: "Buenos días, mamá. ¿Cómo has dormido? Julia me ha dicho que últimamente duermes de un tirón."
Ella no contestó. Sintió que los recuerdos se le escapaban entre los dedos. Se escurrían y goteaban en el suelo. Ya no eran sus zapatillas, ni su casa. Ya no era nada. Miró a su hijo y le sonrió, con esa sonrisa boba que se le ponía a veces. Una especie de velo cubrió el brillo de sus ojos, apagándolos. "¿Te gusta Julia, mamá? ¿Te cuida bien?" Ella volvió a mirarle y entreabrió los labios. Sus palabras fueron casi un susurro.
"¿Y tú quién eres?"
Echó un rápido vistazo a la habitación; era la suya, sin duda. "¿Por qué demonios lo he dudado? ¿En qué habitación iba a estar si no?" Avanzó hacia la puerta cerrada con algunos titubeos, pero al llegar a ésta asió el pomo con decisión. Se quedó allí parada, esperando. "¿Abro?" Le llegó el eco de una voz que se colaba a trépano a través de la madera. "¿Eres tú, Jaime?" El sonido se deslizaba por sus oídos, inundando su mente de tibios recuerdos. Escuchaba palabras sueltas, retazos de conversación: ausencias, episodios esporádicos, empeoramiento. No comprendía bien el sentido, pero no le importó. Le bastaba con sentir la calidez de esa voz tan familiar, que le acunaba como un ronroneo. "Claro que es Jaime, lo reconocería al instante. Seguro que ha venido a verme. ¿Cuánto tiempo hace que no viene por aquí?"
Giró el pomo y la puerta se abrió silenciosa. Ahora le oía con mayor nitidez. Estaba al fondo del pasillo, sentado a la mesa de la cocina en compañía de una mujer joven, con una taza de café en la mano. Jaime se percató de la novedad de la puerta entreabierta al final del corredor y miró a su madre con una sonrisa. Se levantó casi de un salto, y ella lo vio avanzar con esos pasos vacilantes de cuando aprendía a andar, con sus bracitos extendidos hacia su cuello, buscando su refugio. "Qué alto está, cómo ha crecido." Jaime llegó hasta su lado y la besó en la frente: "Buenos días, mamá. ¿Cómo has dormido? Julia me ha dicho que últimamente duermes de un tirón."
Ella no contestó. Sintió que los recuerdos se le escapaban entre los dedos. Se escurrían y goteaban en el suelo. Ya no eran sus zapatillas, ni su casa. Ya no era nada. Miró a su hijo y le sonrió, con esa sonrisa boba que se le ponía a veces. Una especie de velo cubrió el brillo de sus ojos, apagándolos. "¿Te gusta Julia, mamá? ¿Te cuida bien?" Ella volvió a mirarle y entreabrió los labios. Sus palabras fueron casi un susurro.
"¿Y tú quién eres?"
Imagen: HOPPER, Mujer mirando por la ventana
17 comentarios:
Quieres que te diga la verada: se me ha puesto la piel de gallina al llegar al final del relato… Qué bien lo has expresado todo, desde el principio hasta el final. Genial. Más, por favor.
Y Hopper... Que buena inspiración para vidas ajenas...
siempre he tenido pánico al alzheimer. me parece una enfermedad tristísima, desoladora. yo no quiero sufrirla. siempre le digo a mi pareja que, si estamos juntos y enfermo de alzheimer, prefiero morirme.
Gracias por tus palabras, Magapola. Me alegro de que te gustara el relato.
Mujer deseperada, yo también le tengo un pánico terrible a esta enfermedad, tanto a sufrirla yo misma como a tener que verla en alguien cercano. Perder nuestros recuerdos y la posibilidad de reconocer a los nuestros es uno de los peores finales que pueda esperar a cualquier persona. Tocaremos madera para escaparnos de él.
Un saludo a las dos.
Me ha gustado mucho tu relato. Está narrado con eficacia. El final te golpea y te deja aturdido.
Lo cierto es que perder los recuerdos es un poco como morir en vida.
Espero que te decidas a colgar más textos tuyos. Hay que lanzarse.
Un abrazo.
He descubierto tu blog a través de Novela Negra y Cine Negro. ¡Qué sorpresa tan agradable!
Se me ha puesto un nudo en la garganta.
¡Ay,qué terrible!
Lo he tenido que leer deprisa, deprisa porque se me anegaban los ojos.
Yo me perdí en los recuerdos de mi madre y regresé a la infancia. Yo, la que estaba en la cocina, no existía.
¡uff!
Sin memoria no somos nada, menos que "una piedra sepultada entre ortigas". Buen relato.
Muy bueno Elena, la escena del desayuno está muy bien recreada y el perfil de la protagonista tambien...........
Sigue así guapa y gracias por tus comentarios, al final lograremos cambiar el mundo
No, no es así, lo siento.
En tu bien escrito relato reflejas muy bien lo que se supone que debe pasar por la mente de una persona afectada de Alzheimer. Su pérdida de recuerdos en un contínuo fluir de pensamientos, pero no es así.
El Alzheimer desestructura toda la mente, no solo se pierden los recuerdos, que suelen ser los más recientes, los antíguos se suelen recordar.
En esta enfermedad mental el sufrimiento es soterrado, imperceptible, desgarrador, silencioso. La persona no se sabe enferma, solo en los momentos lúcidos que tiene, que cada vez son menos según avanza la enfermedad, las cosas se le aparecen iguales a la última vez que fue consciente pero de un segúndo a otro desaparece esa familiar sensación ocupando su lugar otra que la mantiene absorta en su sentído absurdo.
El paciente afectado observa un mundo desestructurado que no entiende, no solo no conoce lo que ve y a quien ve, sino que, mucho más doloroso, no reconoce nada de lo que ve, se encuentra en un mundo en el que no sabe como se llama nada de lo que ve, ni quíen es ese que ve. De forma diferente a como nos podia pasar a nosotros; por ej; cuando nos encontramos en un país diferente con gente nunca vista e idioma no conocido, no, no es así, es muchisimo peor, es una perplejidad que hace sufrir al intelecto de forma inmisericorde.
La persona se encuentra tan asustada y despistada que se refleja en su cara y en sus movimientos (solo tienes que ver como son estas personas), es parecido a sufrir pánico permanentemente, solo que no saben qué es pánico, no saben qué es miedo...
Y claro, todo esto se supone después de estudios muy exactos, rigurosos y de interpretarlos según unos conceptos determinados. En conclusión; se supone que el sufrimiento mental es tan desgarrador que hace que las personas adopten esa rigidez de cara y cuerpo, esa tensión permanente. Un mecanismo de escápe es dormir.
Me refiero a que en tu relato (que es muy bueno) no llegas a mostrar el dolor y pánico que se sufre. Pero bueno, ya sé que eso se obvia ocasionalmente y que la literatura no tiene por que casar con la fisiología o la medicina. Jolin, puede que parezca que esto que escribo es una especie de crítica o algo así, y no, absolutamente no, es nada más reivindicar el tremendo sufrimiento de las enfermedades mentales. Que va más alla de lo que se pueda suponer.
P.D.; si, bueno soy médico especialista y me sale eso que se llama "deformación profesional"
Un saludo afectuoso.
Miguel, gracias por tus palabras. Como tú dices, "hay que lanzarse", y en ello estoy. Poquito a poco.
Lucía, bienvenida. Espero que te dejes caer de vez en cuando por este rincón, que también es el tuyo.
Vuelo rasante, entiendo por tu comentario que has sufrido de cerca esta enfermedad. Debe de ser durísimo vivirlo dentro de tu familia. Espero que el tiempo haya ido cerrando esas dolorosas heridas.
Fmop, bienvenido también. Gracias por tu comentario y un saludo.
Luis, no sé si conseguiremos cambiar el mundo. De hecho lo dudo. Pero lo que no podemos es cansarnos de intentarlo. No hay que tirar la toalla :-)
Jody Dito, te agradezco muchísimo tu extenso comentario aclarándonos la verdadera sintomatología de esta enfermedad. Afortunadamente nunca la he vivido de cerca, pero siempre he sentido un pánico atroz hacia ella. De ahí el relato, que dentro de mi ignorancia médica intentaba captar sobre todo la dureza de la situación, tanto para el que la sufre como para todos los que están alrededor. Como tú bien dices, es literatura al fin y al cabo, no divulgación científica. Me alegro de que al menos te gustara el relato.
Muchas gracias a todos por vuestras palabras. Me encanta leeros y veros por aquí. Un abrazo a todos.
Todo un homenaje a esa enfermedad que cada vez afecta a más población. Y que con lo que se ha alargado la vida, tememos que nos toque. Me ha recordado también el comienzo de la última obra de Paul Auster. Es muy parecido
Pues no he leído la última novela de Auster, aunque estoy deseando hacerlo.
Un abrazo, Zuriñe.
Doloroso, angustioso y a la vez un relato inolvidable -sobre todo para los que tenemos una madre con alzheimer, como yo- para la vida y como logro literario por su inmersión y doble juego de perspectiva. Te felicito. Un saludo.
Con tu permiso, lo recomiendo en mi blog. Un abrazo.
Elena. Yo acabo de terminar la última de Paul Auster. Me ha dejado desconcertada pero, como siempre, me ha gustado.
Reflejas muy bien la pérdida de la memoria.
Enhorabuena; un magnífico relato. Un saludo.
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