
"Era el veintitrés de agosto. Mediodía de domingo. Estaba sentado en el alféizar de una ventana del claustro de la Colegiata de Santa Cecilia. Desde allí podía dominar el mundo, toda la vieja ciudad, con sus casas achatadas, que se extendía ante mis ojos como un racimo de uvas pasas. Era una hermosa vista y, sin embargo, bien diferente era lo que yo presentía. Me asustaba tener que tomar las riendas de mi vida después de tantos años de dejarme llevar por las olas del destino. Aquella vista tan magnífica era para mi el fin del mundo."
Este es el comienzo de la historia. En estas palabras Anselmo nos revela cómo va a cambiar su personalidad a raíz de su decisión de formar parte de una banda de sicarios. En efecto, uno de los logros de la novela, según mi punto de vista, es el cambio experimentado por el protagonista a lo largo de la misma. Cómo se va abriendo los ojos a una realidad, la de su vida, a la cual no había mirado de verdad hasta entonces. Anselmo pasa de ser una especie de sombra, sin capacidad de decisión, a convertirse en una persona con las ideas bastante claras y con autonomia para tomar sus propias decisiones.
Anselmo procede de una familia adinerada venida a menos, y una serie de infortunios le han hecho perder todo lo que poseía y tener que marchar a vivir a una humilde pensión. Ante el temor a verse completamente arruinado, decide aceptar la proposición de un compañero de la pensión de entrar a formar parte de una banda de extraños matones, que tienen en común la característica de ser enfermos terminales, por lo que no tienen nada que perder en el caso de ser descubiertos. La víctima de esta banda, a la que Anselmo debe seguir día y noche para asegurarse de confirmar sus hábitos de vida, es un hombre rico, dueño del museo de la ciudad que, casualmente, se ubica en la mansión donde Anselmo pasó su infancia. A partir de aquí, se encadenan los acontecimientos que harán de Anselmo una mejor persona y le llevarán a descubrir la verdadera historia de su familia. Junto a él, nos encontramos otros personajes curiosos, como Doña Celia, la dueña de la pensión, o Antonio, otro inquilino que ayuda a Anselmo en sus pesquisas, que resulta ser el personaje más cómico -y también inverosímil- de todos.
Ciertamente me ha gustado la novela. Me ha sorprendido su naturalidad y frescura, su estilo directo, sin grandes pretensiones literarias, que se agradece de vez en cuando como un soplo de aire fresco entre los sofocos provocados por otras lecturas más densas. Creo que está bien escrito y que, además de ser fácil de leer, cumple uno de los fines primordiales de la literatura: entretener y divertir al lector. Una lectura muy recomendable ahora que los días se vuelven más grises y el tiempo empieza a enfriarse. Déjense sorprender por esta historia; les aseguro que no se arrepentirán.