Había visto hadas en casa de mis amigos. Muchos tenían una o varias, pequeñas y diminutas, y las cuidaban con esmero y cariño para que crecieran. A mí me hacían gracia, aunque me daba miedo tocarlas, tan frágiles me parecían. Soñaba con encontrar alguna y quedármela, para cuidarla con el mismo amor con que había visto hacerlo a mis amigos. Pero no había manera. Por más que buscaba y rebuscaba entre la hierba y en cada una de las hojas de los árboles, en mi jardín no vivía ninguna, o eso creía. Me regalaron incluso un aparato especial, un detector de hadas, para ayudarme en mi tarea. Una noche creí ver una. El detector emitió un zumbido extraño y empezó a parpadear con una luz azulada. Pero resultó ser una simple libélula. Ni rastro de un hada por allí.
Ayer la encontré al fin. La vi con mis propios ojos, aunque la confundí con una mariposa, por el color y el tamaño de sus alas. Al principio la miré con sorpresa, luego me acerqué más y el corazón me dio un vuelco. Allí estaba mi pequeña hada, mi sueño, batiendo sus alas con fuerza y escudríñándome con unos ojos cargados de preguntas. No habló. Yo tampoco. De todos es sabido que las hadas no adquieren la capacidad de hablar hasta que algún humano se lo enseña. Era diminuta, no tendría mucho tiempo de vida. Me imaginé cómo sería cuidarla y tenerla a mi lado, y me ilusioné hasta sentir las lágrimas en mis ojos. Era mi hada, y estaba en mi jardín.
Pero la ilusión duró poco. Mi hada estaba enferma, pues a las pocas horas empezó a apagarse como la llama de una vela que se queda sin cera. Primero fueron sus alas, que se volvieron grises, luego dejaron de moverse. Sus ojos se cerraron, y se hizo un ovillito en mis manos. Así la tengo aún mientras escribo estas líneas. Sigue respirando, cada vez con más dificultad, pero se está desdibujando por momentos, ya casi no la veo de lo translúcida que está. Era mi hada, mi sueño, y se está esfumando entre mis dedos. Y lo peor es que no puedo hacer nada para ayudarla. Es la Naturaleza, es la vida. Hay hadas que no sobreviven más que unas horas. Ocurre y no se puede evitar.
Dentro de poco la dejaré de ver, y dejaré de sentir su respiración entrecortada. Pero no olvidaré esa ilusión que me hizo sentir durante este breve tiempo. Ahora sé que la magia existe, y que en mi jardín me aguardan otros sueños y sorpresas. Sólo tengo que seguir buscando. Ahora sí creo en las hadas, aunque me apene tanto perder a esta. Los sueños se cumplen. Afortunadamente.
4 comentarios:
Me ha gustado mucho que nos cuentes algo tan tuyo...Suponía que lo de los libros terminaría haciendonos ver lo que germina dentro...
Te recomiendo Kensington Gardens, de Rodrigo Fresán...después de leer esta entrada, aún más
Lo cierto es que es una historia bien tierna... y triste
Aunque después de un tiempo, su recuerdo será una alegría
Y me encanta la idea de poder comprar un detector de hadas. ¿Dónde los venden?
Un abrazo
Gracias por pasarte por aquí, detective. Es verdad que no suelo escribir cosas sobre mí misma. Lo haré más a menudo.Tomo nota de tu sugerencia.
En este "cuento" hablo de una ilusión real que llegó y se esfumó en poco tiempo, pero que me ha demostrado algo en lo que ya no creía. Y eso es lo más importante.
Paula, mi detector de hadas ha dejado de funcionar. Busco uno nuevo. En cuanto lo encuentre, te digo dónde :-D
Un saludo a los dos
Un texto emotivo. Y con un estilo elegante, como todos tus textos.
Espero que esa hada esté en tu corazón y te de una sorpresa cuando menos lo esperes.
Un saludo.
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